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MI TIO JACINTO



 

            En esta Entrada vamos a hablar de varias cosas: La principal, la película que se anuncia: Mi tío Jacinto (1956); de sus dos intérpretes estelares, cada uno en su estilo: Antonio Vico y Pablito Calvo; de su Director Ladislao Vajda y también repasaremos las curiosas relaciones entre nuestro País y Hungría. 
     

  
        
        La película la veremos después paso a paso, como tenemos por costumbre, pero sin destriparla, no sea que alguien se anime a buscarla o se la encuentre programada en Televisión. Rodada en 1956, forma parte de ese Cine hecho en España por magníficos realizadores en una época difícil por muchos motivos. Se ha hablado con frecuencia del neorrealismo "a la española" y creemos que sí, que fue un hecho: se hicieron en esa época muchas películas que encajan en tal categoría: El último caballo, Segundo López aventurero urbano, Surcos, Esa pareja feliz y otras cintas que contaban una historia, que podía ser cómica o tragicómica, o tremendamente amarga, procurando que el argumento y la ambientación social y urbana fuesen reales, aun siendo duras y descarnadas. Dificillo en la época. 

        Ladislao Vajda rodó su historia en el Madrid de mitad de los años 50, en los barrios populares donde la gente humilde y no tanto trataba de buscarse el sustento con actividades más o menos lícitas: timadores de toda laña, ropavejeros, mendigos, rateros, clientes de tabernas y bodegas, organilleros e incluso ruinosas comisarías de Policía. Resulta curioso que en este trabajo tan bien hecho, ninguno de los guionistas fuese español salvo José Santugini : Andrés Laszlo,  Max Korner, Gian Luigi Rondi y el propio Vajda. 
 Los madrileños de cierta edad estarán nuevamente de enhorabuena, reconociendo esto y aquello.
 


           En los papeles más importantes encontramos a Pablito Calvo (Pepote) que es quien lleva todo el peso de la película. Auténtico niño prodigio dotado de un carisma especial, ya había dado mucho que hablar el año anterior a las órdenes del mismo Director con Marcelino Pan y Vino. Antonio Vico (Jacinto) su compañero protagonista, actor de reconocido talento al ejecutar papeles cómicos con tintes de antihéroe. Fue un eslabón más de una larguísima saga de famosos actores de nuestro Teatro y comienzos del Cine. Aprovechamos para recordar a su hijo Jorge, protagonista junto a Josette Arno en Novio a la Vista (Berlanga) fallecido a los 43 años. También Pablito Calvo, hecho ya un adulto y alejado del cine, murió a los 50 años.


  
        
        Ladislao Vajda era húngaro. Hizo Cine en muchos países: Portugal, Italia, Francia, Reino Unido, Alemania y España, donde rodó sus mejores trabajos y donde se nacionalizó. En 1938 estaba en Italia donde dirigió dos largometrajes. A Mussolini no le gustó el segundo (Giuliano de Medici. 1941) en el que actuaba nuestra Conchita Montenegro y la prohibió. Aquel fue el motivo de que se viniese a España para poder seguir trabajando. Debutó con Se vende un palacio (1943) y continuó con otras cintas de calidad (si tienen curiosidad, consulten en la Red) hasta llegar a "Marcelino.." y "Mi tío Jacinto", las dos premiadas en Cannes y Berlín. Más tarde fue el primero en adaptar una novela de Friedrich Dürrenmatt, escritor suizo quien terminó firmando también el guión de la película y vendiéndolo como libro con el título de La promesa (1958). La película resultante, rodada en Suiza, fue El cebo (1958) que narra las fechorías y captura de un asesino en serie de niñas. Después se han llegado a rodar hasta tres versiones más: la última de Sean Penn, titulada El juramento (2001) e interpretada por Jack Nicholson. 
        Más tarde, en los años 60 realizó algunas obras menores aquí y allá. Afirmaba no tener problema alguno con la Censura: todos sus guiones le eran devueltos sin la menor anotación. Como nota anecdótica diremos que se le considera el descubridor de Sara Montiel. Rodando precisamente con ella la película La dama de Beirut (1965), falleció Vajda en Barcelona de un infarto. Tenía 58 años. 



        Habíamos prometido hablar también de las relaciones de nuestro País con Hungría. ¿No les parece curioso que gente tan valiosa como Vajda, o el fotógrafo Muller, al igual que numerosos futbolistas (Csoka, Kubala, Puskás) de la época, vinieran a España por aquel entonces? Cuando estalló la revolución húngara contra la URSS en 1956 se encontraba en España el mejor equipo del fútbol húngaro, el Honved, compitiendo con el Atlético de Bilbao por la Copa de Europa. La simpatía de nuestros compatriotas hizo que la Cruz Roja Española iniciase una campaña de ayudas mientras que la embajada en Madrid recibió muchísimas donaciones voluntarias para ayudar a los rebeldes en la lucha por su libertad. 




    Pero lo más curioso de todo esto fue que, Franco, ante la pasividad de la O.N.U. propuso enviar tropas de España a Hungría para ayudar a la Resistencia. Serían hasta 100.000 voluntarios que desembarcarían en Sopron. Aunque parecía un poco la locura de la División Azul y como el lema "Rusia es culpable" latía aún en el pensamiento de gran parte de la población, el plan se llegó a gestar en sus primeras fases: Reclutamiento de unos 2.000 húngaros refugiados en España más un montón de españoles, fundamentalmente de la Universidad de Valladolid. Al final no hubo nada, pero así fueron las cosas. Es Historia. 



  

        Vamos a "ver" la película como tenemos por costumbre. 



       Madrid amanece, que cantaba aquel desventurado, pero sobre Madrid en su totalidad, es decir, sobre los barrios de la gente acomodada y los barrios en los que florecen las chabolas apenas habitables. En una de estas barracas viven Pepote y su tío Jacinto. Éste último es un antiguo torero al que ya nadie contrata; tullido, auto compasivo y alcohólico. Su sobrino, pese a su corta edad, representa todo lo contrario. Para él la cabaña que habitan es su palacio y en sus quehaceres cotidianos se juntan el niño que juega cuando puede y el cariñoso lazarillo, hacendoso y hábil para ganar algún dinerillo, que ayuda a su tío sin juzgarle ni pedir nada a cambio. No se nos dice, pero seguramente quedó huérfano de padre y madre y Jacinto lo acogió, tratándole como a un hijo.



 
    Las secuencias iniciales se van a alternar: En unas se nos narran las mil gestiones que hacen los Carteros para hacer llegar el correo a sus destinatarios. Hay una carta para "Jacinto, matador de novillos" a quien no logran localizar. Preguntan aquí y allá, en una portería, a una vecina, de una dirección a otra, sin resultado.

 
        
    En las otras secuencias vemos a Pepote empeñado en las mil actividades que desarrolla diariamente para la subsistencia de ambos sin dejar de ser el niño que juega a la menor ocasión. Corre bajo la lluvia pisando charcos para llegar hasta la lechería y comprar el desayuno para el resacoso Jacinto. De paso arregla su humilde juguete: un molinillo movido por chorro de agua de lluvia que baja por el terraplén. O acepta hacer "de toro" para unos chavales a cambio de unas monedas. Regresa a la chabola, despierta a su tío y cuando ambos salen para encaminarse a su merodeo diario, Jacinto encuentra prendida en un árbol frente a su barraca, la carta que por fin ha llegado a manos de un "Jacinto". Para ir al barrio madrileño en el que llevan su vida cotidiana cogen el tranvía: no pagan, utilizando el truco de dejar pasar a todos delante para viajar en el estribo. Se nos muestra también a niños de corta edad que lo hacen sentados en el tope del vagón. Y que nadie diga "que no pasaba nada".



Niños viajando en el tope del vagón. Esto era habitual, pero ¿y la Censura?
         
    
        En la carta, que evidentemente no era para él, se informa a un "Jacinto, matador de novillos" que tiene un compromiso profesional para torear en un festival taurino nocturno. Percibirá 1.500 pts. por su actuación. No era para él, sino para otro Jacinto. El nuestro hace muchos años que no es matador y mucho menos tiene firmado contrato alguno. Pero la ocasión la pintan calva, así que decide asegurarse, reivindicando con firmeza que él es Jacinto, torero.


Rafael Bardem, el mejor de la saga familiar.


                A partir de este momento, la película se convierte en la lucha de tío y sobrino para reunir el dinero que cuesta alquilar un traje de luces; y también el pretexto argumental para mostrarnos una galería de gentes en busca del sustento: unos legales y otros al margen de la Ley. Tío y sobrino recogen colillas, les sacan el tabaco y acuden a venderlo a un mayorista. Sacarán unas pesetillas.
      Vemos también a un timador (Miguel Gila) que "obligado por la enfermedad de su mujer" necesita vender un artículo personal a un transeúnte. Intenta contratar a Pepote para dar mayor lástima y empaque familiar al timo, pero Jacinto se lo impide violentamente.




    

    Veremos a un honrado vendedor de Nicanores, a una bondadosa vendedora de filatelia (Pastora Peña, hermana de Luis Peña (Surcos) y muy popular desde 1936, año de su debut en Nuestra Natacha) que trata a Pepote con cariño casi maternal, a un relojero que lo tiene contratado para que todos los días, a las doce, le ponga en hora los numerosos relojes -de pared, de sobremesa- que tiene en la tienda y también a un vendedor de relojes falsificados que complica a Jacinto pasándole parte del negocio. La policía atrapará a ambos: a su viejo conocido Sánchez (Pepe Isbert) delatado por el propio Jacinto y a éste, al que dejan libre por falta de antecedentes.


Pastora Peña, desde su puesto de filatelia,
 ve cómo se llevan al desgraciado de Jacinto a Comisaría.

 
 

José Marco Davó. Comisario Jefe.




   



        En la Comisaría, mientras se instruyen todas esas diligencias en plan casi doméstico, reprendiendo a uno y aligerando a otro de su mercancía, el Comisario (José Marco Davó) está dictando una carta dirigida a sus superiores denunciando las pésimas, incluso insalubres condiciones del cuartelillo que regenta. Y lo hace sin callar nada. Este es un detalle más de los muchos que nos sorprenden de la Censura: La película está llena de denuncias, de tipo humanitario, de tipo social e incluso oficial.  
       
       Pepote gana un dinerillo más jugando al guá: vende todas las canicas que ha matado a los otros chiquillos. Hace de auxiliar, pasando el platillo, para un organillero... Jacinto acepta una chapuza de transportar unos cabezales metálicos de cama con un carretón, pide trabajo en una obra, descarga sacos hasta caer exhausto...pero no llega el dinero para el traje. Finalmente alguien le propone un trabajo bastante bien pagado: Tiene que ir a un restaurante, vestido con guardapolvos y gorra, "para llevar las nuevas guías telefónicas y retirar las viejas". Y es que en una mesa de dicho restaurante se está intentando vender un cuadro falsificado a un turista. La guía de Madrid que llevó Jacinto tiene contrahecho el número del Museo Del Prado, a donde telefonea el timador sacando el número de la guía: un falso empleado del Museo certificará la autenticidad del lienzo, convenciendo así al comprador. 




        Como Mi tío Jacinto fue una coproducción hispano-italiana, encontramos en el reparto a Paolo Stoppa (falsificador, foto izquierda) que también hizo de maestro en Los jueves milagro, al relojero que emplea a Pepote (Guildo Bocci) y algún otro actor italiano. Finalmente, tras un enfrentamiento, se llega a un acuerdo con el ropavejero que alquila el traje (Juan Calvo).



         Como era costumbre, el alquiler incluye la compañía de un empleado del prendero. Éste, provisto de una maleta, lleva la ropa particular del torero hasta la plaza y espera a que termine el espectáculo. Después, cargando ya con el traje de alquiler, regresará a la tienda.  

Este fotograma se ha hecho célebre porque es en sí mismo la crónica de un País. Permite apreciar el aspecto de una parada de Metro, la dignidad del insólito pasajero vestido de luces, y el ropero, armado de maleta y paraguas para proteger la mercancía alquilada. El anuncio es de la Sal de Frutas ENO.


        
        Y ya estamos en la plaza de Las Ventas. Esa noche, el tiempo amenaza lluvia. Jacinto se enfrenta a su primer astado y comienza a llover. Aunque él no se inmuta, el cielo se le cae encima al comprobar que unos payasos se meten por enmedio estropeándole la faena que  venía siendo muy lucida. Comprende entonces que se le había contratado para un Festival taurino, también llamado charlotada. Aunque se enfrenta a la lluvia y a los payasos, el público huye a toda prisa para refugiarse de la intensa lluvia.


 






        Todo ha terminado. A fin de cuentas, Jacinto ha vuelto al ruedo. Ha tenido su momento de gloria, y ha ganado unas pesetas. Creyendo que Pepote no ha contemplado el espectáculo, le relata su faena con pinceladas de maestría. Al final, entra a matar armado con un paraguas que se clava en un árbol de la vereda.

  

                                         


        Si pueden, véanla. Vale la pena y contiene mucho más de lo narrado aquí. Es de lo mejor de nuestro Cine.








 







 
        

MARCO FERRERI EN ESPAÑA: 3.- EL COCHECITO



                                    



        


Don Anselmo conoce a la pandilla, introducido por su amigo Lucas.
 Todos van motorizados menos él.





                Y vamos a por la última creación de Ferreri en nuestro País: El cochecito, de 1960. Película singularísima y tan popular que incluso hay quien la atribuye a Berlanga. Por ese y otros motivos seguimos empeñados en divulgar y que cada lector saque el provecho que quiera. Antes de extendernos con esta obra y para hacer justicia, tenemos que empezar hablando de la persona que puso su fe y la pasta necesaria para que Ferreri diera vida a este relato de Azcona: Pere Portabella. Este gerundense nacido en 1925 en Figueras ha sido Productor, Guionista y Director de Cine. Fundó en Madrid la productora Film59, independiente y nada convencional, en aquel año 1959 en el que sucedieron tantas cosas: Nacieron el New American Cinema, La Nouvelle Vague, el Free Cinema, el Nuovo Cinema Italiano y la Nueva Ola Japonesa. Bien. Pues este hombre fue el protagonista de una dura brega con la Junta de Clasificación y Censura produciendo tres películas imprescindibles del Cine español de aquellos tiempos: Los golfos (1959), El cochecito (1960) y en especial Viridiana (1961). Ésta última provocó la ira de las autoridades y su inhabilitación como productor. Pero según sus propias palabras: "El éxito más grande de mi vida es que con Viridiana descabalgo al Director General de Cinematografía, y al cabo de tres o cuatro meses, al Ministro".      
        No es ningún secreto que para que el cine ruede, ayer como hoy, hacen falta buenas películas y un público capaz de apreciarlas. Lo demás es todo accesorio, como la actitud -y la aptitud- de los poderes oficiales, o lo que opine tal o cual experto cinéfilo desde cualquier medio. Un periodista reflexionaba así por aquel entonces: "Pues sí; definitivamente hay dos cines en España. Uno, el que por lo visto gusta en el país; otro el que nos premian fuera de él". Muchos críticos  ninguneaban nuestro cine menos convencional y el público, carente ya de espíritu crítico, les hacía caso. Mientras tanto, aquellas películas sí eran exhibidas y aplaudidas en Cannes o en Venecia. El caso es que finalmente, entre unos y otros provocaron que Portabella abandonase la  producción y regresara a Barcelona. Después se supo, se da por sabido que a fin de cuentas Franco y sus paniaguados estaban en realidad satisfechos: Aquel Cine mejoraba su imagen en el extranjero merced a aquellas producciones españolas que armaban cierto ruido pero que, en definitiva, no llegaban a envenenar a la inocente población. Después han pasado los años sobre el Cine español y Portabella ha sido siempre un poderoso referente. Y dicho esto (y más que se podría añadir), vamos a hablar de El cochecito
        


       
         En primer lugar queremos distinguir el lugar que ocupó la película en el Cine de la época. En la Entrada anterior mencionamos nuestra visión del cine gamberro, con cachondeo y pretendidamente bufón, que era una de las formas de hacerle la cusqui al Dictador y compañía: ese lo hicieron muy bien gentes como Fernán Gómez, Berlanga, Neville o Mariscal, en la tradición tan nuestra marcada por Gómez de la Serna, Tono, Mihura, Jardiel y compañía y que finalmente actuaron como disolvente del Aparato estatal. Luego estaban los rojeras con Bardem a la cabeza, y los puristas comprometidos como Román Gubern y Victor Erice, que querían un realismo más directo; unos y otros no paraban de llevarse coscorrones, a veces merecidos por los tostonazos que atizaban a los incautos espectadores. La mula inquisidora e intransigente estaba allí con su palo. Pero ante una película como El cochecito se quedaba atónita. Que no le gustaba era evidente, pero debió devanarse los sesos buscando dónde estaba la trampa, el mensaje contra el Régimen, contra la moral, lo anti-español... y no encontraba nada, y no entendía nada. Eso sí, por algún lado tenía que chingar aquella cosa tan fea, y lo hizo dándole una calificación de las que hacían daño al bolsillo. Para mejorar dicha calificación se puso la condición de que se cambiase el final. No podía consentirse que Don Anselmo se vengara de su familia. La calificación eclesiástica -no se lo pierdan- fue de 3R, es decir, para mayores con reparos, castigo que aplicaban a aquellos films que contenían tesis contra el dogma católico y la moral. Valiente estupidez. Pongámosle música:




     De todos modos, una vez cambiado el dichoso final de la película (más adelante aclararemos que no era para tanto) se le subió la calificación a 1ª B, que suponía una subvención del 35 % del presupuesto presentado. Las cuentas no salieron porque la Productora recibió tan solo 1.158.500 pesetas, la mitad del famoso 35% que calculaba la Junta y bastante menos de los más de cinco millones que se habían presentado.         
        
    ¿Qué hizo de El cochecito una película tan singular? Pues una conjunción insólita de astros en el firmamento creativo español: Un guión de Azcona en su mejor momento; el toque, ya más maduro, de Ferreri que utilizó con gran profusión los famosos planos secuencia; la presencia de Pepe Isbert y el sensacional elenco de actores de reparto (Unos repetían con Ferreri y a otros los aprovecharon más adelante Berlanga y otros realizadores) a los que pretendemos distinguir y alabar, porque ya no se fabrican actores así; la música de Miguel Asins Arbó, que colaboró estrechamente con el Director; la fotografía de Baena; y el plató inigualable del Madrid de entonces: sus gentes, sus calles y sus establecimientos. Hemos de detenernos un poco más en Pepe Isbert que por entonces tenía ya 74 años.De él dijo Ferreri: "Sí, es un actor fenomenal. Isbert superó hasta la palabra actor: Isbert es el viejo de "El cochecito". Ya ha superado esta invención del actor. Es un personaje humano que vive una historia de una manera estupenda". "Sin Isbert no se habría pensado en hacer la historia ni la película".
     El guión de Azcona (tal y como él repitió hasta la saciedad) no era humor negro, sino el retrato de la realidad circundante: "Me molesta que digan que soy un humorista negro, porque no es cierto. No me río de las cosas macabras, sino de la gente viva que está alrededor de las cosas" Así comenzaba una profusa entrevista con el escritor logroñés. En ella contaba que el relato se lo inspiró la visión de la salida del estadio al final de una tarde de fútbol. "En medio de los coches se hizo de repente un claro y por allí avanzaron treinta o cuarenta hombres en sus pequeños cochecitos de inválido. Iban deprisa y comentaban entre ellos a gritos el partido que acababan de ver. Uno de ellos, de repente, exclamó: ¡Nada hombre, son un equipo de baldaos!. Y en ese momento pensé que aquellos hombres estaban más vivos que yo". Se atribuye el germen del guión así concebido a lo publicado por Azcona anteriormente en el diario Arriba, bajo el título "Pobre, paralítico y muerto". No obstante, en los créditos de la película leemos: Guión de RAFAEL AZCONA y MARCO FERRERI, basado en la novela "EL COCHECITO" de Rafael Azcona. Ferreri aclaró en una entrevista: "Sí, era una narración corta, y antes de ella hubo ya un encuentro con el mundo de los paralíticos, porque en la casa donde yo vivía, veía Azcona a esos paralíticos que se ponían a hacer labor, cerca de la estatua de Goya o cerca del Retiro".
  
                  


        Repetimos una vez más: Aquel humor era sencillamente  pintura al natural. Seguía diciendo Azcona: "¿Ves ese hombre? En El cochecito hay una escena en que varios hombres pasan en fila india llevando un retrete como ese cada uno. Todos van silbando la marcha del Puente sobre el río Kwai. Ya verás como nos dicen que es absurdo y sin embargo tú mismo has visto a este hombre pasar, aunque él no vaya silbando. Con la mayoría de las cosas que hemos metido para la ambientación ha pasado esto mismo; es que las habíamos visto antes en alguna parte y muchas de ellas las hemos visto después; o sea, que nos hemos encontrado con situaciones muy parecidas a las que estábamos haciendo". 


Lucas estrena su cochecito. A la izquierda, don Anselmo con las hijas de aquel.
 A la derecha, Agustín (Manuel de Agustina), empleado de la vaquería.

    
        Para nosotros, El cochecito es una amarga reflexión sobre la vejez, las taras físicas y sobre todo, la soledad. Pero también una muestra del valor de quienes no se arredran y optan por vivir su vida lo mejor que pueden. La película no pretende denunciar nada pero a la vez consigue que el espectador ría con ganas, reconociendo lo esperpéntico que puede llegar a ser su propio entorno. Don Anselmo vive con su familia, supuestamente querido y respetado por todos, pero no es así. Su vida carece de alicientes y además él, los viejos, estorban. Husmea en la cocina neutralizado rápidamente por su nuera Matilde (Mª Luisa Ponte) pega la hebra con un cliente de su hijo D. Carlos (Pedro Porcel), interrumpe a éste en pleno trabajo, pide prestado el Marca al pasante y novio de Yolandita (un López Vázquez impecable), riñe a una vecina que pastorea una gallina en el deslunado...incluso su propia habitación es a la vez un gabinete de idiomas donde su nieta Yolanda (Chus Lampreave) estudia francés con un tocadiscos.





               Su vida es tan monótona y gris que ni él mismo es consciente de ello hasta que su amigo Lucas (el siempre castizo José Alvarez,Lepe), paralítico (que reina pero ya no gobierna en su vaquería) le muestra su flamante cochecito a motor cuando ambos van al cementerio de la Almudena para llevar unos ramos de flores a sus difuntas esposas. Le despiden atribuladas sus hijas (Jesusa De CastroMaría Isbert). También será Lucas quien le introduzca en la pandilla de tullidos motorizados, invitándole a una excursión campestre. Con ellos se siente Don Anselmo uno más...pero ay!, nuevamente se encuentra solo porque los paralíticos son más libres de ir de aquí para allá que él. 




 
        No es extraño que nuestro hombre quiera disponer también de un cochecito. Además, la pandilla ha aumentado con Álvarez  (entrañable Ángel Álvarez), el orondo sirviente de una marquesa cuya única obligación consiste en atender en todo momento al hijo retrasado mental de ésta, Don Vicente (Tiburcio Cámara), un hombre ya mayorcito y también paralítico. Alvarez conseguirá un cochecito de dos plazas porque está harto de empujar la silla de ruedas de su pupilo. En el ejército de sirvientes de la señora marquesa él no es un cualquiera, tiene veteranía y grado, y le respeta toda la tropa.

  
 
"Donde comen trescientos, comen trescientos uno"

       
             
         Don Anselmo ha descubierto un mundo nuevo y quiere formar parte de él. Tiene ya metido el cochecito en la sesera. Informado por Álvarez, visita un comercio de ortopedia que también vende cochecitos. Allí, el dueño del establecimiento, un hábil Don Hilario (Antonio Gavilán) engatusa a su víctima de modo que, en cuatro movimientos, Don Anselmo pasará a encargar un último modelo. Mientras tanto, intenta en vano convencer a su hijo para que se lo compre. Incluso recurre a la argucia de fingirse impedido, pero es desenmascarado por el médico (Antonio Riquelme) que le augura parálisis inevitable si no ejercita las piernas. Su hijo empieza a perder los estribos. Si nos situamos en aquel comienzo de los años sesenta, no es disparatado que considerasen el cochecito como un capricho, y además caro. 

 



               
           También hay una prendera (Andrea Moro, absolutamente creíble en su papel) que saca provecho de la obsesión de Don Anselmo. Le empeña, por un importe muy bajo, las joyas de su difunta esposa. Con ese dinero ya tiene para la entrada y por el resto acepta a D. Hilario una serie de letras de cambio. El coche ya es suyo pero la indignación de la familia llega al límite. ¡Las joyas de la abuela! Le llaman pródigo, le llaman ladrón y le amenazan con ingresarlo en un asilo.

            A partir de ese momento, todo se precipita. Su hijo se persona, escoltado por su pasante, en la tienda de ortopedia para entregar el cochecito y exigir a cambio la señal entregada por Don Anselmo así como las letras que firmó. D. Hilario es muy taimado y le para los pies. No hay arreglo. 

   


            Aunque breves, son días de felicidad para nuestro luchador solitario. Ya puede ser uno más dentro de la alegre pandilla, a la que vamos a presentar. Al menos algunos de sus miembros.


Alvarez ya con el cochecito. Aquí le vemos conduciéndolo,
 jalonado por un satisfecho Don Anselmo.
 No se pierdan el casco del primero.

 
            



        También hay lugar para la sensibilidad y la ternura. En la foto de la izquierda vemos al tullido violinista y a Julita (Carmen Santonja) una paralítica que además de arrastrar su minusvalía con valor y ganas de vivir, arrastra literalmente el carrito de su novio Faustino (Eusebio Moreno), paralítico que además no puede valerse de los brazos. Aún y así éste vende como puede chucherías y artículos para los turistas. Julita le atiende con cariño y devoción. Eventualmente, como tantos novios, reñirán y se reconciliarán. Don Anselmo muestra su gran corazón haciéndoles razonar y consiguiendo que reanuden sus relaciones.


Reconciliación.

                
                 

                La tormenta en el hogar familiar no se disipa así como así. Don Carlos Proharán está dispuesto a liquidar el asunto y su anciano padre se ve acorralado. De momento, le han retirado el cochecito que está en la ortopedia pendiente de la liquidación legal de la transacción. Don Anselmo, desolado, intenta recuperarlo a la desesperada. Pide el  dinero a Lucas, que se lo niega y también a Álvarez, que se excusa por no podérselo prestar. Es entonces cuando toma una decisión desesperada. 

    


   

     No podemos explicarnos de ningún modo porqué la Junta de Clasificación y Censura obligó a cambiar el final. Y lo vamos a razonar: En la versión original que se proyectó en Venecia 7 meses antes que en España, Don Anselmo coge del botiquín casero un aparatoso frasco de veneno y aprovechando un descuido de la doméstica, vierte su contenido en el puchero en que se cuece la comida de ese mediodía. A continuación asalta el despacho de su hijo y coge el dinero necesario para rescatar su cochecito. Cuando regresa al barrio montado en él, observa cómo el público se agolpa en el portal de su casa y alrededor de lo que parece una ambulancia, en la que se están introduciendo unas camillas. Es entonces cuando el Director de la película detiene la cámara en una secuencia de 20 segundos (nada menos) con el primer plano del rostro de Don Anselmo, que refleja dolor, pena, arrepentimiento y lástima. 


      
 





    


      Lo malo es que los cronistas y entendidos de nuestro cine clásico, con la misma cortedad de miras que la Censura, han dado siempre por sentado que el protagonista había matado con el veneno a toda su familia y que por eso se había exigido otro final. Creemos que esa no era la intención de Ferreri o de Azcona, aunque sí sucedía en el relato original "Paralítico". Y que las imágenes sugieren más bien otra cosa. De haber sido un asesinato masivo, se habrían personado Forense, fotógrafo e Inspectores de la Policía para certificar las defunciones y hacer sus mil conjeturas. Permanecerían en la vivienda durante horas. La presencia de una ambulancia y no un furgón forense, los enfermeros de la Cruz Roja cargando las camillas -ayudados por el tragón Alvarito sano y salvo- y la presunción de que las víctimas habrían notado el veneno a la primera cucharada, nos hacen pensar que, al menos, existe una seria duda de que nadie haya muerto envenenado. Los guardias que se ven junto al vehículo están simplemente manteniendo el orden y alejando a los curiosos.

 
Este sí es un furgón forense.
Recuerdan el de El Verdugo?


        Recordemos que la versión censurada, tras el episodio de la cocina y el asalto a la caja del despacho, nos muestra a la familia contestando la llamada telefónica de un arrepentido D. Anselmo, reunidos alrededor de una mesa en la que se ven el puchero y el frasco de veneno vacío. Han descubierto la trastada y le dicen que le perdonan, pero que vuelva. Ni rastro de la secuencia arriba mencionada, tan hermosa e innovadora. Más adelante, la fuga del protagonista con el cochecito y su detención por parte de la Guardia Civil hacen ya coincidir ambas versiones, justo antes de que aparezca el FIN. 


¿Me dejarán tener el cochecito en la cárcel?


    Para el rodaje de la película se utilizaron coches de inválido marca Abad. Las localizaciones más significativas son el Cementerio de la Almudena, la Vaquería Imperial de Mateo Fernández y la Ortopedia Alonso de la calle Fuencarral.       
    Marco Ferreri abandonó España tras permanecer en ella durante cinco años y dirigir tres películas. Tenía treinta y dos años. Todavía hoy se consideran sus películas españolas como lo mejor de su producción.