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1950: EL ULTIMO CABALLO





 

                    Vamos con esta curiosa y divertida cinta de Edgar Neville. De él ya hemos hablado bastante en otras Entradas, tanto de su particular personalidad como de algunas de sus obras. Aquí se respeta y se honra su trabajo.La película tiene múltiples facetas a las que los verdaderos amantes de nuestro Cine clásico ya han sacado brillo según viniese al caso, destacando éste u otro aspecto en particular. También hay quien ha descubierto en ella cierta ideología con moraleja final, una especie de Surcos pero al revés. En cualquier caso, lo que ocurre con esta película es que su puesta en escena y su retrato de aquella España son impecables. Para nosotros, El último caballo es, aun en tono de tragicomedia, la primera cinta neorrealista española. Y vamos a hacer algunos comentarios sobre el neorealismo, movimiento que se considera nacido en la Italia de los años 40 del pasado Siglo. Muchos lectores ya se lo saben todo o casi todo sobre éste o cualquier otro tema relacionado con el Cine, así que se espera de ellos un poco de paciencia en favor de los menos ilustrados. Sigamos: Todos los estudiosos coinciden en que este movimiento cinematográfico tuvo su nacimiento y su razón de ser en el hecho de contar historias, a ser posible reales, pero mostrándolas dentro del marco del aquí y ahora con personajes de carne y hueso pertenecientes a una sociedad concreta, a los que se utiliza para criticar y denunciar lo contado -por feo que sea- desde un punto de vista que a menudo no puede esconder una clara posición ideológica.




   

        En líneas generales, se nombra como pionera la película Roma, Città aperta (1945), de Roberto Rosellini. Cuenta la vida cotidiana en la Roma ocupada por los alemanes: Resistencia, sacrificio, amor y muerte. La Guerra había terminado ese mismo año en Italia, y como muestra de todo lo antedicho referiremos la siguiente anécdota: cuando se estaba filmando la escena en que el sacerdote (interpretado por Aldo Fabrizi) es secuestrado por agentes y soldados alemanes en plena calle y obligado a subir a un vehículo, acertó a pasar por allí un tren repleto de ciudadanos que ignoraban que aquello formaba parte de un rodaje: Ya no había ocupación ni guerra, pero allí había soldados  alemanes armados. El convoy se detuvo y los ciudadanos asomados a las ventanillas protestaban gritando airadamente contra lo que sucedía ante sus ojos, convencidos de que aquellos soldados eran reales.


Cartel en los países de habla hispana.


       


        Tras el film citado, parece siempre lógico traer a colación la siguiente película ilustrativa del neorrealismo: Ladri di biciclette, dirigida en 1948 por Vittorio de Sica. Una vez más vamos a protestar contra todas las gentes que opinan, que hablan de nuestro Cine de ayer y de su historia; críticos, historiadores de relumbrón y profesionales del ramo: Dejen de llamar a la película "El ladrón de bicicletas". La traducción del título en italiano es "Ladrones de bicicletas" y en ella pretendió De Sica mostrar la penuria económica que se cernió sobre las clases populares italianas tras aquella Segunda Guerra Mundial tan devastadora. Quiso denunciar que la gente era tan desgraciada que robaba de todo, y había ladrones de bicicletas, el vehículo más económico y humilde con tal de sobrevivir, privando al dueño de su medio de vida. Pero en España, no sabemos a quien se le ocurrió tal desacato, si fue estupidez o manipulación interesada, pero quien fuese le hizo al Régimen de Franco un enorme favor: Aquí, donde la clase trabajadora lo pasaba tan mal como la de Italia según muestra la película, el parecido debía terminar ahí: aquí no robaba nadie, ni se robaban bicicletas para desguazarlas y venderlas a piezas en el Rastro. O reconstruirlas para hacerlas irreconocibles. Sí se veía en el cine cómo un individuo intentaba robar una bicicleta porque a él le habían robado la suya, lo hacía presa de la desesperación y era sorprendido y casi linchado (por ladrón de bicicletas!); pero ¡ojo! que nadie estableciera peligrosos paralelismos. Bueno, pues todavía hoy se escucha a entendidos y comentaristas de cine que siguen soltando sin ningún pudor aquello de "El ladrón de bicicletas". Mucho quejarse del moscardón de la censura sin ver el culo del elefante. Incultura y uso abusivo de lugares comunes. 

        No nos vayamos por las ramas. Volveremos al neorrealismo español y antes de meternos en materia con El último caballo hemos de mencionar con todo respeto que casi todos los expertos señalan como primer film neorrealista español a Surcos (1951) realizada por Nieves Conde un año después. Esta película viajó a Cannes, aunque no se trajo ninguna Palma, y fue galardonada generosamente por el Círculo de Escritores Cinematográficos con cuatro distinciones. No estaría mal dedicarle una Entrada más adelante porque es una gran película, fuese quien fuese su Director y admitiendo que había financiación, galardones y también censura. Ahí queda la intención.

    Para su película, Edgar Neville recurrió a un elenco de actores con los que había trabajado ya en otras producciones y que cumplían sobradamente sus expectativas. Y no faltó Conchita Montes, musa y amante de EdgardNo vamos a destripar la película a nuestros lectores, (bueno, no del todo y en un orden cronológico algo diferente) aunque los más aficionados a este Cine seguro que ya la han visto, pero repasaremos sus momentos más brillantes. Eso es.




    Fernando (Fernando Fernán Gómez) termina ya "la mili" en Caballería, en el Cuartel del Principe de Alcalá de Henares. El día de la licencia se entera, al igual que sus compañeros, de que su Unidad pasa a ser motorizada, es decir, que sobran los caballos. Están ya viejos y se los llevará al día siguiente un hombre que surte a las Plazas de Toros de caballos para los picadores. Fernando y Simón (José Luis Ozores), su colega y amigo, escuchan la arenga y el triste destino que espera a los jamelgos. 




        El buen corazón de Fernando, quien ha tomado gran cariño a su caballo (Bucéfalo, nada menos) se resiste a aceptar esa realidad. A partir de ese momento, hay un choque entre lo sentimental y lo razonable, entre lo sensible y lo práctico. De modo que nuestro hombre se las apaña para sacar a Bucéfalo del lote de carne de cañón y se encamina montado en él hacia Madrid. Hay algo (o mucho) de Don Quijote en la primera salida de este hombre que cabalga a lomos de su caballo hacia un Madrid invadido ya por los automóviles, (y eso que estamos en 1950) las prisas y el implacable progreso. En su obcecación por salvar al animal se esconde su rechazo a la motorización, sin reparar en lo anacrónico de sus pretensiones. Ni un antiguo posadero (Manuel Requena) ni el encargado de unas cuadras convertidas en garaje (José Franco) le dan solución alguna para alojar su cabalgadura.




        Durante toda la película planea la inspiración de Gómez de la Serna y sus acólitos Mihura, Jardiel y Tono. Se nota en el tipo de humor, en el tratamiento de lo cursi, en lo surrealista de algunas situaciones, en la comicidad chusca que se ríe de todos mientras todos se ríen del protagonista. Un cambio de papeles muy de La Codorniz. 

       El primer obstáculo que se le presenta a nuestro hombre lo plantea el jefe de la oficina en que trabaja (Señor Manzano, interpretado por Manuel Aguilera). Es un jefe de los de antes. Duros como el pedernal pero que no daban cuchilladas por la espalda. Hay que escuchar la conversación en la que trata de convencer a Fernando de que no pude ser dueño de un caballo. Y ante su tozudez, le niega posibles aumentos de sueldo.. (¡antes al contrario!) se lo bajará, ya que parece ser rico como para tener caballo propio.       

       No acaba la cosa ahí ni mucho menos. Como la mayoría de varones de la época, Fernando tiene una novia de las de entonces (Elvirita), cuyo objetivo en la vida era casarse, a base de pescar o cazar un marido. Su preparación ante la vida consistía en saber teclear cuatro cosas al piano, ponerse guapa y dejarse ver con un libro en la mano o con la bolsa de la costura. Casarse suponía pasar a ser la (única) mantenida de un hombre. Y como Fernando (al parecer el único que debía ahorrar para la boda) se ha gastado ese dinero juntado a base de privaciones en adquirir el caballo, tiene que plantearle a las cursis de Elvirita, a su madre (genial Julia Lajos) -y de rebote a sus amigas-  que de momento, de boda nada. 



        

         

         

        

   

    

    

      Fernando acude a la antigua pensión en la que habitaba antes de irse a cumplir el Servicio Militar. Deja a Bucéfalo pernoctando en el patio y al dia siguiente se descubre que el animal se ha zampado todas las plantas de las macetas, provocando la ira de la señá Paca (Julia Caba Alba).



   Nuestro hombre no se rinde y pide ayuda a su único amigo y compañero de milicia: Simón, bombero raso en el Cuartel de Santa Engracia. Éste consiente -a riesgo de ser descubierto- en que el equino duerma en las amplias cocheras del Cuartel. Las deposiciones del animal, descubiertas por sus superiores y las surrealistas explicaciones del bombero provocan que sea despedido con cajas destempladas. También Fernando perderá su empleo, a causa de su tozudez por no complacer a un contratista de la Plaza de Toros, amigote de su jefe. 

 



        Entre tanto, suceden varias cosas muy importantes: La primera, Fernando conoce a Isabel (Conchita Montes), una florista que tiene su puestecillo en plena calle. Simpatizan y ella será la primera en comprender y defender al dueño y al caballo, al que mima dándole de comer los ramos ya invendibles. La segunda es que Fernando se lleva a Bucéfalo a pasear por el Retiro y, sin ser visto, descubre a Elvirita haciéndose arrumacos con otro individuo. El estupefacto Fernando es recriminado además por el Guarda del parque (¡sólo pude transitar con el caballo por el paseo de caballos!) y soporta por añadidura la larga perorata que le lanza (en alemán?) una señora indignadísima. La escena nos hace evocar el humor de Mihura o Jardiel. Y la tercera es que encuentran un cochero (el Señor Nemesio, interpretado por Fernando Aguirre), algo borrachín, pero que dispone de una cuadra y un coche de paseo (allá por la Guindalera) con el que el equino puede ser de utilidad y pagarse el forraje. Para celebrarlo, el ex-empleado, el ex-bombero y la florista se agarran una curda de cuidado. En su euforia, deciden declarar la guerra a la motorización, a los jefes, a las prisas y a la esclavitud.




Salen después a la calle, caballo incluido, a celebrar la que va a ser su nueva vida. Cortan el tráfico en una secuencia en la que Neville muestra lo aprendido en Hollywood.
Hay un brevísimo primer plano de un taxista, víctima del embotellamiento interpretado por Antonio Ozores. Fue su primera aparición en el cine.

         Antes, ya ha habido momentos que han rozado lo trágico, pero impregnados del mismo humor que impregna toda la película. Se pondrá enfermo el caballo, sanará, y el cochero se arrimará unas frascas que lo dejan más enfermo todavía e incapaz de cuidar el caballo. Alguien se apodera de Bucéfalo con malas artes. Nuestros amigos, corriendo de aquí para allá, terminan en la Plaza de Toros donde Fernando se encara con la autoridad: el caballo es suyo y no debe salir a la suerte de varas, aunque está ya totalmente enjaezado y montado por un orondo picador.


Fernando se esfuerza en evitar que Bucéfalo salga a
 la arena. El comisario -en el centro- es Rafael Bardem.

        Finalmente todo se arregla y nuestros rebeldes, caballo incluido, encuentran techo y trabajo en los campos del señor Marcelino (Manuel Arbó), que vive a la afueras de Madrid en un terreno de su propiedad y que ha rechazado repetidamente las ofertas de compra del solar. Su discurso final es una alabanza a la vida tranquila y un desprecio hacia el monstruo de hormigón y hierro que trata de devorarle a él y a su tierra. "El dinero se gasta enseguida y esta tierra no para nunca de dar producto". 

 

Manuel Arbó, actor de reparto con 222 apariciones registradas. No hizo casi T.V.

        Entre todos labrarán la tierra y cultivarán las flores, las llevarán en el carro-jardinera (tirado por Bucéfalo) y las venderán por Madrid. Habrá amor (Seguro!), futuro y esperanza para todos. Incluido el caballo, vegano de pleno derecho.


Camino del mercado con el carro lleno.


          

        La película termina así y, si hacemos caso de los postulados de Sánchez Noriega sobre el cine neorrealista, la película está hecha con pocos medios; el rodaje en exteriores como la calle, el parque o el campo; hay un compromiso en el mensaje contra lo establecido, contra cómo deben de ser las cosas; no hay actores-estrella; se detiene en lo cotidiano como los medios de vida, el trabajo, etc y combina el drama -caballos maltratados, pérdida de empleos, desengaño amoroso, desprestigio social- con pinceladas humorísticas.                

    

Durante el rodaje de El último caballo.  A la izquierda, la script Maria Luisa Fleishner. En el centro con camisa blanca y gafas de sol, Edgar Neville.

   


 


                                



CURAS DE CINE 2


         Continuando con el tema propuesto, vamos a dar ahora un salto hacia atrás: En El misterio de la puerta del Sol (1929), reconocida como la primera película sonora de nuestro cine, aparece un cura, también en el trance de auxiliar a un reo en sus últimas horas, encarnado por Federico Kirkpatrick y O’Donnell (1905/1979), personaje perteneciente a la nobleza española. No se le conocen más intervenciones en el cine, por lo que podemos atribuir su papel a la amistad con los gestores de la película. Por cierto, hablando de primeras películas sonoras en la historia del cine, ya sabemos que en 1923 nuestra Concha Piquer, a sus 16 años, se adelantó a El cantor de jazz (1927) en una cinta sonora de once minutos en la que canta, baila y toca las castañuelas. El film apareció recientemente en Estados Unidos, en la Biblioteca del Congreso. Pero volvamos a Federico: Aquí está perfectamente caracterizado para la ocasión: 


                     En Del Rosa al Amarillo (1963) encontramos uno de los curas más creíbles de nuestro cine. Estamos seguros de que a más de un lector le producirá escalofríos la figura de ese Prefecto de Disciplina o Jefe de Estudios de colegio de curas que presidía la lectura pública de las calificaciones escolares, para escarnio de los estudiantes desaplicados o rebeldes y gloria de los empollones. El actor es Antonio Alfonso Vidal, y su interpretación impecable. Ya había subido al altar para oficiar una boda en El indulto (1960), después fue el padre Dimas en Estudio Amueblado 2-P (1969) y por último un Padre Superior en una producción de TVE. (1974). 

                                                       

      Hay una película muy singular: Con guión de Berlanga y Pedro Beltrán, dirigida por Fernán Gómez y con Jess Franco en el reparto, se estrenó El extraño viaje (1964), título adoptado tras desechar el inicial "Crimen de Mazarrón". En él aparece un cura muy metido en su papel. El domingo después de misa se da un garbeo entre las mesas del bar instaladas en la plaza, donde los parroquianos toman el aperitivo. Con señorío de torero, primero pone en evidencia a los de una mesa por lo elevado de su cuenta, ya que han pedido “incluso gambas” y después saluda a la pareja formada por Lina Canalejas y Carlos Larrañaga, preguntándoles por sus intenciones matrimoniales. Creemos reconocer en él al polifacético Enrique Navarro Ramos. Aquí lo tenemos, en ambos lances:


           


        En la interesante película La piel quemada (1967) cuya visión recomendamos calurosamente, tenemos curas a porrillo. La cinta narra las peripecias de una pareja muy humilde, procedente de la Andalucía profunda, desde su precipitada boda hasta su asentamiento en la costa de una Cataluña en pleno desarrollo turístico. Ya volveremos sobre ella porque creemos que merece una Entrada propia. Relación de apariciones eclesiales: Están, por este orden: el cura que los casa, otro que viaja en el mismo tren botijo que la protagonista y dos curas más, profesores de religión en los flashback que narran la educación de la pareja en su juventud. De los dos primeros, uno de ellos es Luis Puigvert. Los otros, y por ese orden, Miguel Graneri e Isidro Novellas. Graneri pone un tremendo énfasis advirtiendo de los peligros de la carne...


             
     Tampoco la aplaudida Muerte de un ciclista (1955) carece de apariciones sacerdotales. El primer oficiante es Manuel Arbó del Val (1898/1973) haciendo de Padre Iturrioz y revestido con las mejores galas para casar a una joven pareja. A la boda, celebrada en un templo de postín al aire libre, asisten todos los personajes de la alta sociedad que intervienen en la película. 


     Más tarde, en el funeral por el ciclista atropellado, tenemos nada menos que a dos sacerdotes. Parece poco creíble una misa pro defunctis de un pobre con dos celebrantes y toda la pompa, pero así es. No disponemos de los nombres de los sacerdotes pero aquí están:



        Por último, aparece el actor Manuel Guitián Salgado, encarnando a un confesor que al ver a Alberto Closas deambulando por el templo, le pregunta si desea algo, o sea, si se quiere confesar. Puro retrato.




    Pasamos ahora a Nueve cartas a Berta (1966).Película que se suele clasificar como de "el otro cine", ese cine "con mensaje", que decía lo que podía y con media boca, no sin antes jugar al ping-pong con la censura. La pelota era el guión. Pero, ¿hay curas, en esta película? A capazos, ya que retrata una pequeña ciudad de provincias. Lo que ocurre es que, al igual que en otras obras de la época, había ya intención de mostrar la omnipresencia eclesial. El primero, el padre Echarri, (Fernando S. Polack) del tipo campechano preocupado por la juventud, respetado en la comunidad y recibido con honores (que declina elegantemente) por todas las familias. Tenemos después el que se cruza con el protagonista en plena calle y no pudiendo evitar el cotilleo, se detiene y le observa con descaro. Aparecerán después otros curas, urbanos también, y uno muy importante: El tío del muchacho (en el centro), un cura párroco   


de pueblo que recibe el encargo familiar de tenerlo consigo una temporada, para ver si sana de cuerpo y alma. Por último, y con ocasión de la asistencia a una casa de ejercicios espirituales, el protagonista y la alegre muchachada bajan del autobús para ser recibidos por varios de estos sacerdotes, expertos en lograr cambios en la vida espiritual de los participantes. Aquí tenemos a uno de ellos, dando unas palmadas para llamar al orden al rebaño de recién llegados.





     Cambiando de registro: La perseguida y mutilada El Inquilino (1958) que retrataba con justa crudeza la situación inmobiliaria en la España de la época, contiene una secuencia con un cura digno de elogio: Rosa María Salgado y Fernando Fernán Gómez, es decir, Evaristo y Marta, caminan angustiados porque no encuentran piso y el  que habitan, con los niños dentro, está ya siendo derribado. De repente ven pasar un entierro. Al coche fúnebre le acompaña tan solo el sacerdote. Deciden incorporarse al cortejo para indagar si el finado ha dejado un piso vacío. El cura, notando su presencia tras él, les hace señal de que se acerquen y les susurra sin más preámbulos y sin volverse: "Calle la Palma, cincuenta y seis, veintidós, centro."





                                


       La cruda realidad es que se dirigen a esa dirección y ya hay un montón de gente intentando ser los nuevos inquilinos. El actor que encarnó a tan comprensivo sacerdote fue Rafael Calvo Revilla. 


     En la exitosa comedia La ciudad no es para mí (1966) el protagonista, Paco Martinez Soria, aparece en Madrid para, garrulada va, garrulada viene, recomponer eficazmente la moral y el orden en la familia de su hijo, echada a perder por los peligros de la gran ciudad. Él es de pueblo, de Calacierva y ¡a mucha honra!, donde tienen un curita cañón al que da vida Manuel Tejada de Luna. Las escenas del pueblo se rodaron en el municipio de Loeches, provincia de Madrid, por su proximidad con la capital, aunque Calacierva existe y pertenece a la provincia de Zaragoza. El toque aragonés final se lo dan Paco Martinez Soria imitando el habla baturra (él era maño de nacimiento) y la banda sonora de nuestro admirado Antón García Abril, que sonaba igual en todas las películas con tal paisanaje. Por cierto, Martinez Soria remató la faena haciendo de cura en Se armó el Belén (1970). 
 



        Y para terminar, una película de la gran Ana Mariscal: Su adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes El camino (1963). Teniendo en cuenta la época y el medio rural en el que se desarrolla la historia, no podía faltar un cura. Lo interpreta maravillosamente Joaquín (Fernández) Roa. Y una vez más tenemos que alabar a nuestros magníficos actores secundarios. Su estilo interpretativo, de hombre bondadoso medio sorprendido y medio zumbón, le va que ni pintado a este cura que tiene que lidiar con Lola, "La Guindilla mayor" y sus escrúpulos religiosos. Había hecho ya de sacerdote en La fe (1947); de Fray Talán en Marcelino, pan y vino (1955),y de Don Elías, el cura de La pícara molinera (1955); hizo después, de fraile en Fray Torero (1966), de fray Agustín en El monumento (1970), y de sacerdote en Hasta que la muerte nos separe (1977).Casi empata con 


   
Félix Fernández, pero no lo consigue; ni siquiera elevando a la categoría de "clérigo regular" a todos sus personajes encogullados. Por cierto, intervino en 78 films a lo largo de su vida.

        Grandes actores, grandes interpretaciones (y maleabilidad según el gusto del público y el momento histórico): Por supuesto que no nos vamos a dejar fuera a Fernándo Fernán Gómez, aunque es posible que de entre su extensa filmografía se nos escape algún personaje eclesiástico, pero allá vamos: 

        El primer papel del que tenemos constancia es el de un misionero. El año encaja -1949- cuando todo el País estaba ya convencido de que éramos algo así como la salvación del mundo. Había que enviar misioneros a todas partes: Al padre Santiago Hernández, en La mies es mucha, le toca bregar con los nativos (que adoran a quien les da la gana), con los misioneros protestantes y con los propietarios de ingenios y explotaciones,

Se trabajaba con pocos medios y muchas ganas: aquí tenemos a Julia Caba Alba y a Romero Marchent haciendo de hindúes...


       El papel de cura que acrecentó hasta límites insospechados la popularidad de este querido actor fue el de Javier Mendoza, un teniente de La Legión que en un momento dado percibe la fragilidad de nuestra existencia y se hace cura. Será Balarrasa, protagonista de la película homónima de 1951. Demostración de que se podía ser "pero que muy hombre" y al mismo tiempo abrazar el sacerdocio:


Se dice que a las autoridades eclesiásticas no les hizo demasiada gracia que apareciese vestido con clerigman, pero los beneficios en el otro platillo de la balanza disiparon el desacuerdo con aquel toque de modernidad.


       Y ya estamos en 1978. La explosión de libertad que trajo la muerte del Dictador justificó este film, Arriba Azaña, en el que los espectadores que habían pasado de niños por internados religiosos, se regocijaron viendo las tribulaciones de sus antiguos verdugos. 


A estos prefectos de disciplina se les temía, y con razón.


        Siguen pasando los años y le encontramos de nuevo con sotana: la película fue El gran Serafín de 1987, y el personaje el Padre Bellot, un cura sabio y un tanto especial.

  



        Dos años después, intervino en la serie televisiva Juncal, dando vida a Domingo Camprecios, un cura moderno y corrido que aprieta los machos del torero, pero sin pasarse.



        En 1991 se rodó una nueva versión de Marcelino pan y vino, y a Fernando le tocó hacer de padre prior del convento. Creemos que es muy difícil superar algunas obras clásicas (aunque haya público al que violenta el blanco y negro) y que las versiones evidencian falta de imaginación y una creatividad rala, chata y desinformada, pero ahí quedó.


                                
 

      Y para terminar con este hombre, citaremos la película Plenilunio de 1999 donde se vuelve a plantar el hábito. 


             

 


        Así llegamos al final de esta segunda Entrada, aunque se podrían enjaretar unas cuantas más y no es esa nuestra intención. Proponemos un caluroso aplauso a todos nuestros actores de reparto por haber dado vida a unos personajes tan creíbles. 
      Por último, prometemos ocuparnos con más empeño del cine religioso, el que se hizo durante la época en que nos movemos aquí  y en el que hubo de todo.