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LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS

 



            Aquí estamos de nuevo con una obra de Edgar Neville. Varias veces nos hemos ocupado de su cine y siempre quejándonos del trato que se le ha dado a su trabajo o al de otros buenos cineastas en función del pito que tocaran. El oportunismo de la izquierda y la torpeza de la derecha han permitido que al ciudadano se le hurte un cine que no por antiguo, o por estar rodado en blanco y negro, o por haberse hecho en una época en concreto o por ser su realizador un señor de derechas, merece ser ignorado. Tenemos películas hechas durante el franquismo que en otros países serían objeto de culto y orgullo, una deuda con el pasado que provocaría exhibiciones y homenajes de todos; pero aquí no. Aquí la cultura cinematográfica ha estado con frecuencia en manos de gente cuyo talante reunía la peor combinación: la ignorancia mezclada con el revanchismo, pero eso sí: sin haberse mojado el culo. Mientras tanto, las alharacas de los premios de Juan Palomo llenan los televisores de glamour y famoseo, vestidos largos y caras guapas con los que ocultar que ese recibimiento a los americanos, los sueldos pagados a tanta gente, alquileres, decorados y comparsas, más las subvenciones para tanto cine de dudosa calidad salen de los bolsillos de todos. Los espectadores se sienten así un poco más californianos, sobre todo si se homenajea a alguien que venga de allá y pronuncie su discurso de agradecimiento en inglés. En esa Ceremonia, remedo casero de lo que acontece en el Teatro Dolby de Hollywood, se premia las lechugas más presentables dentro de la cosecha de cada año, plagada de cascajos. De paso, si hay que vender las berzas marca El Zorro, se ponen en un sitio preferente del mostrador. 

    Esta Entrada -como la mayoría de las publicadas hasta ahora- está dedicada a los aficionados a nuestro Cine Clásico que sin ser entendidos ni críticos, aprecian las buenas obras y saben situarse en el contexto histórico de su rodaje, que conocen el alcance y el peso de la historia a la vez que reconocen un buen actor. Y ahí queríamos llegar, porque La torre de los siete jorobados es, para algunos aficionados, de las mejores películas del Cine español. 

    Sobre la historia que cuenta La torre de los siete jorobados hemos de hacer algunas precisiones históricas y literarias que nunca están de más. Pero si quieren, se las saltan. Estamos en 1920. La editorial "Mundo Latino" publica la novela del mismo nombre de un escritor especialista en misterios, ocultismo, asuntos policíacos y tejemanejes del lumpen (Los muertos huelen mal, La calavera de Atahualpa): Emilio Carrere. En realidad, la obra había sido escrita con anterioridad por este mismo señor bajo el título de Un crimen inverosímil. La Editorial le dio la forma definitiva a su manuscrito con la ayuda entusiasta de un especialista en el género y pionero de la ciencia-ficción: Jesús de Aragón. Así nació esta obra desquiciada, madrileña, castiza y gótica a la vez, con sus ciudades subterráneas, sus personajes que "salen" literalmente de la luna de los armarios, conjuras y siniestros jorobados.







Emilio Carrere.

 
 


 

        Emilio Carrere, nacido en 1881, era todo un personaje. Aspirante a actor en su adolescencia y famoso por haber dilapidado una cuantiosa fortuna, ejercía de periodista en el Diario Madrid y adquirió cierta fama por loar el golpe de Estado de 1936 y el desfile de la victoria (nótese la minúscula). Era también Cronista de la Villa y al mismo tiempo deslizaba su silueta en plan teatral por las callejuelas del Madrid nocturno, siempre ataviado con chapeo y capa, perfumado por  el humo de su pipa. Él mismo aseguraba en una entrevista que "En Madrid hay muchos pasadizos subterráneos. Uno que arranca de esta casa precisamente va a parar cerca del Manzanares donde termina en una gran habitación pintada en negro. Hay muchos por el estilo y no sería extraño encontrar alguna sinagoga, una casa, una mezquita. Yo he hablado con arquitectos..." Entre los amigos de este piantado que diría Cortázar, con los que compartía tertulia en el Café Varela, nombraremos -por citar a alguno y para no aburrir con innecesarias erudiciones- a Alejandro Sawa, cuya figura inspiró a Valle Inclán al crear su personaje Max Estrella. Él y toda aquella gente honraron repetidamente a aquel Madrid que, tal y como intuían, no tardó en desaparecer. No nos vamos a enrollar demasiado porque a estas alturas habremos provocado ya el aburrimiento de varios cráneos privilegiados.


Edgar Neville y Emilio Carrere.


    Pasan los años y aquí entra Edgar Neville. Conocedor de la obra de Carrere, tenía una fascinación muy especial con Madrid, sus secretos y sus alamares castizos y costumbristas; sus leyendas, sus tipos de Carabanchel o sus chulos, majos y manolos que pululaban alrededor de Las Ventas. Decidido a llevar al Cine la novela de Carrere, echó mano del mejor colaborador posible para convertirla en Guión: José Santugini, quien después colaboraría felizmente y mucho con Ladislao Vajda. Como resultado, Neville consigue plasmar en una cinta la amalgama engendrada por Carrere, retocada por Aragón y repasada por Santugini y por él mismo. Acerca de todo lo que se ha escrito sobre la posible influencia del expresionismo alemán en las escenas de los jorobados trogloditas, del manierismo y demás minuciosidades como el parecido del villano con el Doctor Mabuse o el malvado Rotwang, no decimos ni que sí ni que no, simplemente dejamos el asunto en manos de los expertos, que suelen hacerle una autopsia completa a las películas que consideran interesantes. Lo nuestro es contarlas y rogar para que no caigan en el olvido.
 
Edgar Neville, Barreyre, Pepe Martín y Encarnita Jimenez escuchan
 las explicaciones de Santugini.





    Antes de encender el proyector nos falta decir que la película se estrenó en noviembre de 1944. En los créditos iniciales se da cuenta de que la produjeron España films y Judez films, de que la fotografía la llevó Enrique Barreyre y que los decorados fueron cosa de Canet Cubel; no se nombra -más adelante le haremos justicia- a Pierre Schild. Dura 81 minutos y sus principales actores son Antonio Casal, Félix de Pomés y su hija Isabelita (¿porqué aquella manía de las Isabelitas, Amparitos, Lolitas, Manolitas y tantas actrices hechas y derechas, estupendas, con sus nombres infantilizados?) Sigamos: Está el malo interpretado por Guillermo Marín y están también las eternas colaboradoras de Neville: Las Julias, Lajos y Pachelo. Redondean el elenco Antonio Riquelme, José Franco y unos cuantos jorobados, reales o simulados. Todos ellos dirigidos por el genial Edgar Neville.

    Se apagan las luces. Comienza la sesión: 

    El protagonista es Basilio Beltrán, un joven enamorado de una artista de variedades (La Bella Medusa) que, como sucedía a veces, en su lote oferta venía incluida la mamá. Se espera de Basilio que las lleve a cenar opíparamente y que pague la cuenta; costumbre ésta horriblemente anti-feminista aunque muy extendida. Esta mamá tiene apetito de tiburón y Basilio debe recurrir a los juegos de azar para poder costear lo que engullen entre las dos.
 

Antonio Casal, Julia Lajos y Manolita Morán.

  
       Nuestro hombre acude a un salón de Juegos con su humilde capital y prueba a jugarse a la ruleta la única ficha que ha podido comprar. Es este el momento en que hace su aparición el espectro de Robinson de Mantua, saliendo de un espejo en el vestíbulo del casino....


Magnífico Félix de Pomés
 y unos efectos especiales sorprendentes.

    
    ...ha puesto sus ojos en Basilio y con el bastón le hace las indicaciones precisas para que gane un montón de dinero. Como es un espectro, se aparece a quien le da la gana, de modo que es Basilio el único que le ve. 





    



    
    Apostando siempre al número 3 que insistentemente le señala Robinson, Basilio gana una pasta gansa. Acompaña a su benefactor hasta su casa. Éste, antes de despedirse, le cuenta que fue asesinado, que hay una banda de jorobados que se ocultan en el subsuelo de Madrid, que a él le asesinaron rebanándole el cuello y que secuestraron a su amigo Zacarías. (Antonio Riquelme). A cambio de sus favores con la ruleta, quiere que Basilio proteja a su hija Inés (Isabel de Pomés) que corre peligro y que rescate a Zacarías. Para todo ello debe penetrar en la torre de los jorobados, dedicados a falsificar dinero y capitaneados por el Doctor Sabatino, (Guillermo Marín) una especie de Moriarti a la española. Para sí mismo, lo único que pide el Señor de Mantua es recuperar su Venus de Milo, efigie de la que está enamorado hasta los huesos. 





    Al encontrarse con tanto dinero en los bolsillos, Basilio vuelve a invitar a las dos damas, que otra vez comen y beben sin tino. Él bebe más que come y termina yéndose a la cama con las tripas revueltas. Cuando despierta, se le aparece de nuevo Robinson de Mantua. Esta vez le insta a que acuda a su casa y prevenga a su hija, porque teme que Sabatino la esté hipnotizando. 



    Durante la entrevista aparece allí también el espectro de Napoleón Bonaparte (un magnífico José Franco), convencido de que le han convocado durante una sesión de espiritismo. Aclarado el error se marcha excusándose: a todo el mundo le da por llamarlo y quizá ha sido en otra casa de las proximidades. Con exquisita elegancia se despiden el uno del otro.



     Basilio acude a la Plaza de la Paja, donde se las compone para tropezar con Inés de Mantua, a quien debe proteger. Ya en su domicilio, y tras desconcertar al portero y familia preguntando por Robinson de Mantua, consigue disipar el recelo de Inés. Ésta intentará -sugestionada por Sabatini- matar a Basilio con un puñal. Durante el rodaje de esa escena, Isabel de Pomés se hirió de verdad en una mano.


El portero y familia observan a Basilio subiendo a la vivienda
 de los Mantua. El cuadro nos recuerda el paso de Neville por Hollywood.

     Ambos encuentran accidentalmente un papel en el estudio con un mensaje críptico que no saben resolver. Quizá se trate de una pista para aclarar la muerte del padre de InésBasilio contacta con su amigo el comisario Martínez. Éste le facilita la traducción y le acompaña al lugar indicado por el mensaje.








   
    Acude junto a su amigo Martínez al lugar en que supuestamente se encuentra el escondite. Se introducen en la casa con la ayuda del sereno y encuentran un laberinto de túneles, estancias y paredes falsas. A estas alturas, Inés ya ha sido secuestrada por el malvado Sabatini y llevada hasta allí. Los dos amigos se separan en el laberíntico escondrijo de los jorobados, pero es Basilio quien termina encontrando el arranque de la famosa torre invertida que se hunde en el suelo 40 metros. 


Pierre Schild utilizó para este trucaje una técnica de su invención,
 insólita para la época. (Basilio comienza el descenso)


     Al llegar al fondo de la torre, descubrirá los manejos de los enanos falsificadores de billetes, que intentan trajinar a una Inés desvanecida. También encuentra a un Don Zacarías que desvaría en su encierro, pero él termina enfrentándose a Sabatino y rescatando a su amada. La acción, trepidante, termina con el villano destruyendo los cimientos de su imperio que se hunde para siempre en las sombras. 
    






                 

    Todo termina felizmente como era de esperar. La pareja se ha enamorado, ¡faltaría más!. Robinson de Mantua ve satisfecho la felicidad de su hija; ha liberado a su colaborador Zacarías, ha vencido a Sabatini, ha desbaratado la pandilla de malvados jorobados y...recupera su amada Venus de Milo; con ella en brazos da paso en la pantalla a la palabra FIN.  

 





    Si no conocían esta película, ya tienen Vds. una idea. No dejen de verla si pueden. Es una rara joya de nuestro Cine, insólita en su época y a la altura de películas tan dignas como las de Tod Browning. 

    NOTA.- Esta Entrada está dedicada in memoriam a Rafael Chirbes, cuyos acertados comentarios sobre el Cine Español nos han resultado en todo momento muy inspiradores.