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ESTRELLAS FUGACES: MARALY ALOY


        
    
    En esta entrada vamos a recordar a Maraly Aloy. Nada hemos podido averiguar de ella, salvo que su primer papel en el mundo del cine fue el de Juana, la protagonista femenina de la película La llamada del Mar, dirigida en 1944 por José Gaspar. La cinta se rodó casi toda en Cadaqués y también en Roses y Palamós, idílicos pueblos marineros por aquel entonces. En el reparto aparecía también por primera vez en las pantallas el valenciano Modesto Llosas Rosell, natural de Aldaia, más conocido en la historia de nuestro cine por su seudónimo: Jorge Mistral. Parece que fue "descubierto" por José Gaspar al verle actuando en un teatro de Barcelona (¿Fausto y Margarita?). Lo cierto es que, tras el rodaje de La llamada del mar, Modesto se trasladó a Madrid y ya no dejaron de lloverle contratos. Completaban el cuadro principal del reparto Juan Monfort y Arturo Cámara, éstos últimos con varias películas a sus espaldas. 


     El argumento, nada novedoso por otra parte, sobre un guión de Manuel Bengoa, trataba el clásico trío amoroso entre la protagonista y dos marineros. La amistad entre éstos se rompe al plantearse la rivalidad por conseguirla. Uno de ellos, Pedro, después de agredir al pretendiente de la muchacha, se da a la fuga en una lancha. Al presentarse un temporal será el agredido quien, en última instancia, salve a su agresor de perecer ahogado sacrificándose después de elegir entre su orgullo y su deber. Un dramón con final trágico.


            
            


     Aquel fue el primer largometraje rodado en Cadaqués del que se tiene noticia. Algunos vecinos de edad recuerdan anécdotas acaecidas durante el rodaje, así como la aparición en la película de conocidos personajes y lugares de la comarca: La tartana que llevaba a diario la leche desde Perafita, Es Podritxó, el bar Marítim, Joanet Pell, etc.. 

                          
        

               La película corrió la peor de las suertes: la censura oficial de la época fue implacable. Pero no por considerarla amoral, obscena o contraria a los valores del nacional catolicismo, no. La censuraron por inconveniente. El censor no permitía que determinadas películas se vendieran en el extranjero entendiendo que  daban una penosa o incómoda imagen de España en el exterior. Y en algunos casos, como el de La llamada del mar, también se prohibía su exhibición en las salas de primera categoría de Madrid o Barcelona. Existe constancia de su programación en los cines de re-estreno La Latina y Pleyel de Madrid, pero ya en 1945. La búsqueda en la sección de cartelera en la prensa de Barcelona no ha dado ningún resultado. De modo que, así sentenciada, pasó sin pena ni gloria por algunos cines de provincias (al pie se adjuntan sendos programas de mano de Béjar y Tudela) para caer después en el olvido. 


                                                                   


        Y no termina ahí la cosa: en la actualidad se consideran perdidas todas las copias de la película, salvo una, incompleta y en un estado lamentable que se conserva en la Filmoteca Nacional a la espera de la oportuna restauración. 
         En cuanto a Maraly ya hemos dicho lo que sabemos, que es bien poco por no decir nada. No nos ha sido posible encontrar el más mínimo detalle biográfico, y tampoco aparece en el reparto de ninguna otra película u obra de teatro, ni antes ni después de La llamada del mar. Pero hemos querido traerla hasta aquí al igual que a otras estrellas fugaces de nuestro cine, por dos motivos: por rescatarla de las sombras, ya que el resto del reparto y equipo técnico siguió haciendo cine con mejor o peor fortuna, y por si -como dijimos al presentarnos en la primera entrada- alguien lee este mensaje-en-una-botella y puede aportar alguna información que no deje a esta estrella definitivamente apagada y olvidada por completo. 



            

CURAS DE CINE 2


         Continuando con el tema propuesto, vamos a dar ahora un salto hacia atrás: En El misterio de la puerta del Sol (1929), reconocida como la primera película sonora de nuestro cine, aparece un cura, también en el trance de auxiliar a un reo en sus últimas horas, encarnado por Federico Kirkpatrick y O’Donnell (1905/1979), personaje perteneciente a la nobleza española. No se le conocen más intervenciones en el cine, por lo que podemos atribuir su papel a la amistad con los gestores de la película. Por cierto, hablando de primeras películas sonoras en la historia del cine, ya sabemos que en 1923 nuestra Concha Piquer, a sus 16 años, se adelantó a El cantor de jazz (1927) en una cinta sonora de once minutos en la que canta, baila y toca las castañuelas. El film apareció recientemente en Estados Unidos, en la Biblioteca del Congreso. Pero volvamos a Federico: Aquí está perfectamente caracterizado para la ocasión: 


                     En Del Rosa al Amarillo (1963) encontramos uno de los curas más creíbles de nuestro cine. Estamos seguros de que a más de un lector le producirá escalofríos la figura de ese Prefecto de Disciplina o Jefe de Estudios de colegio de curas que presidía la lectura pública de las calificaciones escolares, para escarnio de los estudiantes desaplicados o rebeldes y gloria de los empollones. El actor es Antonio Alfonso Vidal, y su interpretación impecable. Ya había subido al altar para oficiar una boda en El indulto (1960), después fue el padre Dimas en Estudio Amueblado 2-P (1969) y por último un Padre Superior en una producción de TVE. (1974). 

                                                       

      Hay una película muy singular: Con guión de Berlanga y Pedro Beltrán, dirigida por Fernán Gómez y con Jess Franco en el reparto, se estrenó El extraño viaje (1964), título adoptado tras desechar el inicial "Crimen de Mazarrón". En él aparece un cura muy metido en su papel. El domingo después de misa se da un garbeo entre las mesas del bar instaladas en la plaza, donde los parroquianos toman el aperitivo. Con señorío de torero, primero pone en evidencia a los de una mesa por lo elevado de su cuenta, ya que han pedido “incluso gambas” y después saluda a la pareja formada por Lina Canalejas y Carlos Larrañaga, preguntándoles por sus intenciones matrimoniales. Creemos reconocer en él al polifacético Enrique Navarro Ramos. Aquí lo tenemos, en ambos lances:


           


        En la interesante película La piel quemada (1967) cuya visión recomendamos calurosamente, tenemos curas a porrillo. La cinta narra las peripecias de una pareja muy humilde, procedente de la Andalucía profunda, desde su precipitada boda hasta su asentamiento en la costa de una Cataluña en pleno desarrollo turístico. Ya volveremos sobre ella porque creemos que merece una Entrada propia. Relación de apariciones eclesiales: Están, por este orden: el cura que los casa, otro que viaja en el mismo tren botijo que la protagonista y dos curas más, profesores de religión en los flashback que narran la educación de la pareja en su juventud. De los dos primeros, uno de ellos es Luis Puigvert. Los otros, y por ese orden, Miguel Graneri e Isidro Novellas. Graneri pone un tremendo énfasis advirtiendo de los peligros de la carne...


             
     Tampoco la aplaudida Muerte de un ciclista (1955) carece de apariciones sacerdotales. El primer oficiante es Manuel Arbó del Val (1898/1973) haciendo de Padre Iturrioz y revestido con las mejores galas para casar a una joven pareja. A la boda, celebrada en un templo de postín al aire libre, asisten todos los personajes de la alta sociedad que intervienen en la película. 


     Más tarde, en el funeral por el ciclista atropellado, tenemos nada menos que a dos sacerdotes. Parece poco creíble una misa pro defunctis de un pobre con dos celebrantes y toda la pompa, pero así es. No disponemos de los nombres de los sacerdotes pero aquí están:



        Por último, aparece el actor Manuel Guitián Salgado, encarnando a un confesor que al ver a Alberto Closas deambulando por el templo, le pregunta si desea algo, o sea, si se quiere confesar. Puro retrato.




    Pasamos ahora a Nueve cartas a Berta (1966).Película que se suele clasificar como de "el otro cine", ese cine "con mensaje", que decía lo que podía y con media boca, no sin antes jugar al ping-pong con la censura. La pelota era el guión. Pero, ¿hay curas, en esta película? A capazos, ya que retrata una pequeña ciudad de provincias. Lo que ocurre es que, al igual que en otras obras de la época, había ya intención de mostrar la omnipresencia eclesial. El primero, el padre Echarri, (Fernando S. Polack) del tipo campechano preocupado por la juventud, respetado en la comunidad y recibido con honores (que declina elegantemente) por todas las familias. Tenemos después el que se cruza con el protagonista en plena calle y no pudiendo evitar el cotilleo, se detiene y le observa con descaro. Aparecerán después otros curas, urbanos también, y uno muy importante: El tío del muchacho (en el centro), un cura párroco   


de pueblo que recibe el encargo familiar de tenerlo consigo una temporada, para ver si sana de cuerpo y alma. Por último, y con ocasión de la asistencia a una casa de ejercicios espirituales, el protagonista y la alegre muchachada bajan del autobús para ser recibidos por varios de estos sacerdotes, expertos en lograr cambios en la vida espiritual de los participantes. Aquí tenemos a uno de ellos, dando unas palmadas para llamar al orden al rebaño de recién llegados.





     Cambiando de registro: La perseguida y mutilada El Inquilino (1958) que retrataba con justa crudeza la situación inmobiliaria en la España de la época, contiene una secuencia con un cura digno de elogio: Rosa María Salgado y Fernando Fernán Gómez, es decir, Evaristo y Marta, caminan angustiados porque no encuentran piso y el  que habitan, con los niños dentro, está ya siendo derribado. De repente ven pasar un entierro. Al coche fúnebre le acompaña tan solo el sacerdote. Deciden incorporarse al cortejo para indagar si el finado ha dejado un piso vacío. El cura, notando su presencia tras él, les hace señal de que se acerquen y les susurra sin más preámbulos y sin volverse: "Calle la Palma, cincuenta y seis, veintidós, centro."





                                


       La cruda realidad es que se dirigen a esa dirección y ya hay un montón de gente intentando ser los nuevos inquilinos. El actor que encarnó a tan comprensivo sacerdote fue Rafael Calvo Revilla. 


     En la exitosa comedia La ciudad no es para mí (1966) el protagonista, Paco Martinez Soria, aparece en Madrid para, garrulada va, garrulada viene, recomponer eficazmente la moral y el orden en la familia de su hijo, echada a perder por los peligros de la gran ciudad. Él es de pueblo, de Calacierva y ¡a mucha honra!, donde tienen un curita cañón al que da vida Manuel Tejada de Luna. Las escenas del pueblo se rodaron en el municipio de Loeches, provincia de Madrid, por su proximidad con la capital, aunque Calacierva existe y pertenece a la provincia de Zaragoza. El toque aragonés final se lo dan Paco Martinez Soria imitando el habla baturra (él era maño de nacimiento) y la banda sonora de nuestro admirado Antón García Abril, que sonaba igual en todas las películas con tal paisanaje. Por cierto, Martinez Soria remató la faena haciendo de cura en Se armó el Belén (1970). 
 



        Y para terminar, una película de la gran Ana Mariscal: Su adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes El camino (1963). Teniendo en cuenta la época y el medio rural en el que se desarrolla la historia, no podía faltar un cura. Lo interpreta maravillosamente Joaquín (Fernández) Roa. Y una vez más tenemos que alabar a nuestros magníficos actores secundarios. Su estilo interpretativo, de hombre bondadoso medio sorprendido y medio zumbón, le va que ni pintado a este cura que tiene que lidiar con Lola, "La Guindilla mayor" y sus escrúpulos religiosos. Había hecho ya de sacerdote en La fe (1947); de Fray Talán en Marcelino, pan y vino (1955),y de Don Elías, el cura de La pícara molinera (1955); hizo después, de fraile en Fray Torero (1966), de fray Agustín en El monumento (1970), y de sacerdote en Hasta que la muerte nos separe (1977).Casi empata con 


   
Félix Fernández, pero no lo consigue; ni siquiera elevando a la categoría de "clérigo regular" a todos sus personajes encogullados. Por cierto, intervino en 78 films a lo largo de su vida.

        Grandes actores, grandes interpretaciones (y maleabilidad según el gusto del público y el momento histórico): Por supuesto que no nos vamos a dejar fuera a Fernándo Fernán Gómez, aunque es posible que de entre su extensa filmografía se nos escape algún personaje eclesiástico, pero allá vamos: 

        El primer papel del que tenemos constancia es el de un misionero. El año encaja -1949- cuando todo el País estaba ya convencido de que éramos algo así como la salvación del mundo. Había que enviar misioneros a todas partes: Al padre Santiago Hernández, en La mies es mucha, le toca bregar con los nativos (que adoran a quien les da la gana), con los misioneros protestantes y con los propietarios de ingenios y explotaciones,

Se trabajaba con pocos medios y muchas ganas: aquí tenemos a Julia Caba Alba y a Romero Marchent haciendo de hindúes...


       El papel de cura que acrecentó hasta límites insospechados la popularidad de este querido actor fue el de Javier Mendoza, un teniente de La Legión que en un momento dado percibe la fragilidad de nuestra existencia y se hace cura. Será Balarrasa, protagonista de la película homónima de 1951. Demostración de que se podía ser "pero que muy hombre" y al mismo tiempo abrazar el sacerdocio:


Se dice que a las autoridades eclesiásticas no les hizo demasiada gracia que apareciese vestido con clerigman, pero los beneficios en el otro platillo de la balanza disiparon el desacuerdo con aquel toque de modernidad.


       Y ya estamos en 1978. La explosión de libertad que trajo la muerte del Dictador justificó este film, Arriba Azaña, en el que los espectadores que habían pasado de niños por internados religiosos, se regocijaron viendo las tribulaciones de sus antiguos verdugos. 


A estos prefectos de disciplina se les temía, y con razón.


        Siguen pasando los años y le encontramos de nuevo con sotana: la película fue El gran Serafín de 1987, y el personaje el Padre Bellot, un cura sabio y un tanto especial.

  



        Dos años después, intervino en la serie televisiva Juncal, dando vida a Domingo Camprecios, un cura moderno y corrido que aprieta los machos del torero, pero sin pasarse.



        En 1991 se rodó una nueva versión de Marcelino pan y vino, y a Fernando le tocó hacer de padre prior del convento. Creemos que es muy difícil superar algunas obras clásicas (aunque haya público al que violenta el blanco y negro) y que las versiones evidencian falta de imaginación y una creatividad rala, chata y desinformada, pero ahí quedó.


                                
 

      Y para terminar con este hombre, citaremos la película Plenilunio de 1999 donde se vuelve a plantar el hábito. 


             

 


        Así llegamos al final de esta segunda Entrada, aunque se podrían enjaretar unas cuantas más y no es esa nuestra intención. Proponemos un caluroso aplauso a todos nuestros actores de reparto por haber dado vida a unos personajes tan creíbles. 
      Por último, prometemos ocuparnos con más empeño del cine religioso, el que se hizo durante la época en que nos movemos aquí  y en el que hubo de todo. 


       


ESTRELLAS FUGACES: MARIA JESÚS CORCHERO








     ¿Quién se acuerda de María Jesús Corchero? Es difícil saberlo, después de tantos años. Nosotros sí la recordamos, y queremos traerla hasta aquí para reconocer su indudable mérito y lamentar su rápida desaparición de las pantallas, de cuyas circunstancias nada sabemos. Corría el año 1963 y Manuel Summers estrenaba con éxito su opera prima Del Rosa al Amarillo. No vamos a contar el argumento, ni a mencionar al equipo técnico ni a enumerar el reparto: Son cosa sabida para cualquier aficionado al Cine Español. Pero sí nos detendremos brevemente en los intérpretes infantiles de la primera historia de las dos que componen la película. Junto a los protagonistas, Cristina Galbó (hermana de Beatriz Galbó que años más tarde sería Mamen en las célebres Adiós cigüeña, Adiós y su secuela, ambas de Summers) y al prematuramente fallecido Pedro Díaz del Corral (quien mucho más tarde sería el papá de Celia en la serie homónima de José Luis Borau) encontramos a un buen número de niños y niñas de edad similar a la de ellos. Entre todos formaban una feliz pandilla de las que todavía podían jugar despreocupadamente en las calles de aquel Madrid de los primeros sesenta.

      Pues bien. Una de aquellas niñas era María Jesús Corchero. Interpretaba el papel de La Ratona, bautizada así por la panda; poco agraciada y torpe en los juegos de carreras tipo el rescate, pero muy activa e imaginativa en el juego de las prendas y partidaria del romántico Guillermo al que sirve de informadora e imprescindible enlace con Margarita, ya que son vecinas y compañeras de colegio.

 


La película y su elenco recibieron cinco primeros premios en el Festival de Cine de San Sebastián: la Concha de Plata y el Premio Perla del Cantábrico a la mejor película de habla hispana entre ellos. También fue premiada por el Circulo de Escritores Cinematográficos con varios galardones: el premio al mejor guion, premio al mejor director novel (ambos para Manolo Summers) y premio a la mejor actriz novel (hoy en día a la mejor actriz revelación) para María Jesús Corchero. Contaba entonces unos trece o catorce años de edad.




     Dos años después, Maria Jesús aparece por segunda y -que sepamos- última vez en la cinta La vida nueva de Pedrito Andía, la décima en la filmografía de Joselito, en el papel de su hermana. Después nada. No ha sido posible encontrar el más mínimo dato de esta mujer, de esta actriz que, como tantas y tantos otros, brillaron fugazmente para desaparecer después del firmamento cinematográfico sin dejar el más leve rastro.




















CURAS DE CINE 1









                                        Nuestro cine clásico y sobre todo durante el tiempo que duró el nacional-catolicismo, está repleto de referencias eclesiásticas. Y no sólo se hacían películas netamente religiosas, como vidas de santos, célebres milagros, epopeyas misioneras, o heroicos apostolados de barriada, sino que la omnipresencia de la Iglesia y sus representantes era tan notoria, tanto en el cine como en la vida civil, que resulta verdaderamente difícil encontrar una película, bien sea un drama, una comedia, o un musical, a la que le falte el cura de rigor. Y hay que ver cómo se lucieron nuestros queridos actores, muchas veces simples actores de reparto. Lo hicieron muy bien y el cine, hasta el más respondón, reflejó la realidad del momento. 

              La lista sería interminable. Además, resultaría difícil encontrar un solo actor que no hubiese hecho alguna vez el papel de cura; O una película sin su correspondiente tonsurado. Y como tenemos que empezar por alguna, porqué no por la célebre y aplaudida Historias de la Radio (1955). En esta cinta tenemos dos sacerdotes, y además de lujo: Pedro Porcel Barés (1910/1969) que interpreta a un cura de parroquia urbana, seguro de sí mismo y fogueado en la guerra contra el pecado (También fue Fray Lorenzo en Fray Torero -1966-) y a José Luis Ozores Puchol (1923/1968) “Peliche”, que aporta su comicidad encarnando a un cura de pueblo, simpático y timorato.



                              En ocasiones se trataba de cameos. No le falta su curita a la no menos célebre Atraco a las Tres (1962) interpretado por Miguel Madrid Ortega (1933/1966). Se presenta en el Banco a cobrar el donativo de un alma caritativa justo en el momento en que ha de darse el planeado atraco.


                También tiene sus curas, más bien frailes, El Cochecito (1960) interpretados por Saura y Azcona que seguramente se divirtieron de lo lindo marcándose un cameo en aquellos paños.



            Varias películas contaron con la presencia del inefable Sergio Mendizábal (1920/2005) para estos papeles. Hermenegildo Igarzabal Sánchez, se estrenó haciendo de San Antonio en el medio-metraje La lágrima del Diablo (1962) y de "páter" de la O.J.E. en Del Rosa al Amarillo (1963), de fraile en El buen amor (1963) además de cura a secas en Grandes Amigos (1967) y de regalarnos interpretando al mejor capellán castrense de nuestro cine en La Vaquilla (1985), en la que también se lució el entrañable Valeriano Andrés Pascual (1922/2005) haciendo de párroco que intenta evitar el “baile agarrado” en las fiestas y que bendice con arrobo el paso de la aviación "nacional". También se había puesto la sotana en Las secretas intenciones y en Gloria Mairena (1959) (1970).



       

            

        
                           Y ya que estamos con Berlanga, pocas películas se libran. En Los jueves, Milagro (1957) tenemos un cura párroco, Don Fidel, encarnado por uno de nuestros más versátiles actores: José Luis López Vázquez 922/2009. En esta ocasión, con la voz del doblador Antonio García Quijada.               

         


      Ya había hecho de sacerdote en La lupa (1955), de Don Fermín en Esa voz es una mina (1956) -derecha, doblado por Eduardo Calvo- y de Padre Rebollo en Todos a la cárcel (1993), también a las órdenes de Berlanga, como es sabido.
                                                
                         



       A Don Félix, cura párroco de Calabuch (1956) lo interpretó maravillosamente Félix Fernández García (1899/1966). Magnífico actor secundario, con unas dotes interpretativas que no se explican sino viéndole actuar. Por cierto, que en la versión italiana (no hay que olvidar que fue una coproducción) el título de la película fue Calabuig. Qué cosas...


         
                                    

      Había vestido el hábito en otras ocasiones: Hizo de cura en El crimen de Pepe Conde.. 



          
...(1946), de Padre José en Sor Intrépida (1952),a  la izquierda, de Padre Juan en Ángeles sin cielo (1957),de párroco en La luz viene de lo Alto (1959) de sacerdote en Un ángel tuvo la culpa (1960) -centro- y por fin de cura una vez más en la casposa comedia Los derechos de la mujer (1963), a la derecha. Se despidió haciendo de Hermano Saturio en Fray Torero (1966). Si no estamos equivocados, ostenta el récord. Trabajó a las órdenes de los mejores directores y participó en 170 películas.



         Tampoco a El Verdugo (1963) le faltan su cura y su curita. El primero (arriba) es el que casa a José Luis y Carmen en una secuencia hilarante que critica la diferencia de trato a pobres y a ricos. Berlanga contó que la secuencia fue una copia casi exacta de lo sucedido en su propia boda. El segundo es  el enviado a la prisión por la Iglesia para asistir al reo. No hemos podido dar con su filiación. Sí podemos recordar que, en la vida real, nunca se oyó gritar “¡no matarás!” desde un púlpito, ni supimos de protestas eclesiales, altas y claras, oponiéndose a la pena capital.



            
     Para encarnar a Don Cosme, el inolvidable cura párroco de Villar Del Río en Bienvenido Mr. Marshall (1953), se contó con Luis Pérez de León (1893/1962) quien componía unos personajes eclesiásticos muy creíbles. Fue también el padre Prisco en Las aguas bajan negras (1948), que le valió el Premio Nacional de Interpretación, y el padre Tiburcio en Bajo el Cielo de Asturias (1951).




     En Plácido (1961) el cura aparece brevemente y “en acción”, es decir, intentando incorporar la salvación de un alma extraviada a su hoja de servicios. En realidad es requerido -al igual que el vecino dentista- ante la inminente muerte del Pascual, el ancianito pobre que hace vida marital con Concheta. No se puede consentir que vivan en pecado y entre todos se empeñan en casarlos in extremis aunque haga falta arrancar al moribundo un sí más que dudoso. El actor fue Angel Company.


     Berlanga incorporó al reparto de La escopeta Nacional (1978) y sus secuelas a Agustín González Martínez (1930/2005) para que encarnara el personaje del Padre Calvo, capellán del marqués de Leguineche. Agustín, entrañable actor de reparto con una carrera salpicada de momentos muy brillantes, recreó un personaje inolvidable: Porque “lo que yo he atado en la tierra, no lo desata ni Dios en el Cielo.!!"



      En Vivan los novios (1969), película que se desarrolla alrededor de una boda con un despropósito tras otro, el cura no podía ser más acertado. Berlanga llamó para ese papel a su amigo Luis Ciges Martínez (1921/2002) quien lo bordó. No hay que olvidar que estaba terminando la década de los sesenta y soplaban aires post-conciliares.



     En el inicio del medio-metraje Se vende un tranvía (1959), que narra las trapisondas de un grupo de estafadores, hay una declaración de principios de uno de sus cabecillas, José Luis López Vázquez, manifestando que él “no es un carterista de esos, como “el Rizos” que le quitan la cartera a un cura y total.. para nada”. Pues aquí está el cura palpándose el bolsillo ya vacío, interpretado por José María Rodriguez. José María ya había hecho de monje en Marcelino Pan y Vino (1955), y de sacristán en Los ladrones somos gente honrada (1956).



     (CONTINUARÁ CURAS DE CINE.2)

(Nos encantará rematar el refrán de "no hay dos sin tres", pero ya veremos...)