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MARCO FERRERI EN ESPAÑA: 1.- EL PISITO.

 






            Ya iba siendo hora de escribir esta y las dos próximas Entradas para dar unos plumerazos, no sea que se vaya todo por la alcantarilla de la ignorancia y el olvido. Recordaremos el paso por la España de los años cincuenta de este joven veterinario milanés. Había sido enviado a nuestro País con apenas 25 años como representante de los objetivos Totalescope, una especie de Cinemascope alla italiana a base de lentes anamórficas, muy demandado por aquel entonces en los rodajes de peplums  para proyectarlos a toda pantalla; en realidad su gestión no fue nada productiva comercialmente. Marchó de aquí cinco años después y siguió como es sabido, su carrera en Italia. No vamos a nombrar ni vienen al caso sus muchas películas posteriores, ni El harem, ni Dillinger è morto, ni La grande bouffe, ni Addio al maschio, ni Storia di Piera ni el resto de su generosa obra, particularísima, enorme y controvertida, con los rascacielos de Nueva York formando el decorado tras la cabezota de King-Kong. Pero sí nos vamos a ocupar de sus tres primeras películas, las que hizo entre nosotros en esos cinco años y que para algunos son, simplemente, las mejores de su filmografía. 
         
        Cuando Marco Ferreri se planta en Madrid en 1956 no sabe muy bien lo que quiere, o no sabe explicarlo, pero al final lo conseguirá formando tándem con un guionista de excepción: Rafael Azcona; juntos harán dos películas de las tres que rodó en España. La tercera, Los chicos, llevó un guión escrito por Leonardo Martín, autor también de Calabuch entre otras. Ferreri no tenía un propósito muy claro, pero ya conocía el Cine suficientemente: En Italia había escrito en revistas especializadas, había sido Productor Ejecutivo de Amore in Città y había participado en documentales junto a los grandes: Visconti, De Sica, Fellini, Moravia y Zavattini. Como las vanguardias de nuestro Cine se miraban en el italiano con cierto complejo de inferioridad, la venida a nuestro País de Zavattini el año anterior fue una especie de visita episcopal organizada para agasajarle mientras se daba un garbeo por nuestra geografía con la vaga idea de rodar algo. Al final, fuese y no hubo nada. 



        Pero aquí todo empezó cuando Ferreri tomó en sus manos un ejemplar de Los muertos no se tocan, nene  un relato firmado por Rafael Azcona. Ni corto ni perezoso telefoneó a la redacción de La Codorniz para hablar con su autor y contratarle como guionista para su próxima película. Azcona no había escrito jamás para el Cine y Ferreri no tenía ni un duro, de modo que tuvieron que aparcar el proyecto porque nadie  estaba dispuesto a financiar un velatorio. Pero desde el primer contacto hubo chasquido entre el pedernal y el eslabón, chispas prometedoras. No había dinero, pero ellos siguieron a lo suyo. Bueno, más bien Ferreri porque Azcona, un logroñés emigrado a Madrid, que escribía artículos para La Codorniz y vivía realquilado en un zaquimezí de Fuencarral, no estaba para bromas ni molinos de viento. Su genialidad le empujará, sin remedio, a volver a intentarlo con un nuevo guión. Juntos escriben Un rincón para querernos*, las desventuras de una pareja de novios que, en su luna de miel, deambula por Zaragoza en plenas fiestas del Pilar sin poder liberar el deseo que se los come literalmente, mientras a cada intento son multados y escarnecidos sin remedio. Llegaron a rodar algo in situ pero el guión no pasó la Censura y el tema económico no había mejorado. Y van dos.


Rafael Azcona.

 
            No hay dos sin tres, dice el refrán, y Ferreri nuevamente embarcará a Azcona en un proyecto muy singular. En realidad lo hizo convencido por el Director italiano Alviani quien contrató a ambos para planificar un par de cortometrajes en Canarias. Estuvieron en las Islas Afortunadas la primavera y parte del verano de 1957. Los cortometrajes habían de ser Vacaciones en Canarias y una comedia muy en la línea de nuestros autores basada en los quebraderos de cabeza de un viudo que se encuentra buscando angustiosamente un ataúd para poder sepultar a su esposa. Había de titularse Justicia divina. Alviani también había contratado a la actriz Malila Sandoval, aclamada miss de un País centroamericano.


Malila Sandoval.

         Al final, la falta de dinero para el rodaje, los gastos de estancia de nuestros héroes y las dietas y anticipos de la actriz principal hicieron que todo el proyecto se fuese al traste. Azcona ha relatado  en alguna ocasión su rocambolesca salida de las islas junto a un Ferreri al que además, ponían mil pegas las autoridades para renovarle el permiso de residencia.

    A su regreso, Ferreri funda junto a Miguel Ángel Proharán la productora Albatros. Rodaron -en color y bajo la dirección de Agustín Navarro- una película cuartelera centrada en la convivencia de unos muchachos durante su estancia en un campamento de las Milicias Universitarias, con sus chistecillos, ligues y heroicidades, metiéndose de este modo a la Junta Calificadora en el bolsillo. Quince bajo la lona fue una película rentable (para empezar tuvo una excelente subvención) y muy taquillera, muy del momento. Demostró así el milanés que sabía y podía hacer cine comercial. Más adelante bautizaría con el apellido del coproductor Proharán a la familia de El cochecito.

        Azcona porque viene de La Codorniz y Ferreri porque es Ferreri, comparten una visión del humor muy particular, que moja sus raíces en Quevedo, Valle Inclán y las pinturas más negras de la historia negra de nuestra pintura. Hacen un sainete pesimista y cruel de todo lo que les rodea: del individualismo egoísta y perezoso, de la insolidaridad, de la soledad, de las taras físicas, y de aquella miseria existencial cuya presencia en la vida cotidiana ya no llamaba la atención de nadie por fea y por la costumbre de tenerla siempre delante. Al final, sus historias no hacen sin retratar lo que ya está ahí, delante de todos. ¿Neorealismo? Pues bueno. ¿Humor negro y sainete? A paletadas. Ni inventan nada, ni reivindican nada: cogen la cultura propia, el zumbido de la colmena humana y la exponen con toda su crudeza. No se ríen de los personajes, se ríen de las situaciones a las que les aboca la vida.




        Y ya tenemos aquí la primera película: El pisito. El dinero lo puso Isidoro Martinez Ferry (Documento Films) quien creyó en un proyecto rechazado por todo el mundo. Probablemente, y decimos probablemente, algo aportó Celia Conde, a cambio de un papel para ella (Se non è vero è ben trovato); Fue la Mery en el reparto y estuvo francamente genial. De la Censura poco se puede decir: siempre tan estúpidos y reacios a "lo feo", decidieron perseguir aquel negro retrato tan alejado del sol de Andalucía, de los gorgoritos canoros y de las monjitas intrépidas, que por ende mostraba el problema de la vivienda en toda su sordidez, además de otros aspectos bastante negros de la vida cotidiana. Tal inquina llevó a la Junta Calificadora a condenar el film con una clasificación de Segunda B que por entonces suponía no tener derecho a ninguna subvención. Por otra parte, el rojerío cinematográfico nacional comenzaba a mirar con desconfianza las creaciones de nuestra feliz pareja. El guión de El pisito adaptaba la novela de Azcona El pisito, historia de amor e inquilinato, basada en una idea que se le ocurrió a éste leyendo la prensa...





La vanguardia. Marzo 1956. No fue el único caso y mareó bastante a la Judicatura.


    No vamos a contar toda la película, imaginamos que es de sobra conocida, pero recordaremos algunos detalles técnicos, como por ejemplo que por motivos sindicales y por la nacionalidad de Ferreri la Dirección aparece firmada conjuntamente por Ferreri e Isidoro M. Ferry, el cual también había colaborado en el guión de Un rincón para querernos. También que la fotografía fue de Paco Sempere y la música, muy suya, de Federico Contreras. Meritoria también la labor del decorador, José Aldudo, licenciado en el I.I.E.C. que consiguió dar a los interiores ese aspecto pringoso tan característico. Dada la calificación recibida, la película se estrenó de mala manera, después de haber sido prohibida durante seis meses. Fue exactamente el 16 de Junio de 1959 en el cine Roxy. La crítica en general la ignoró, y la poca que cubrió el estreno estaba estupefacta. De muestra, un botón: "El pisito no es una gran película. Pero es una película importante (....)visto el páramo, la siberia que es el cine español, sin imaginación, sin originalidad, sin temas, sin actores, sin nada de nada, "El pisito" destaca..." Creemos que seguramente -por todo lo explicado más arriba- el público hubiera hecho lo mismo. Todo el mundo -crítica, público y censores- se veía reconocido en la película y a la vez rechazaba aquel reflejo de la vida misma, de sus vidas. En todo caso se consiguió, no sin dificultades, presentarla en Venecia y en Locarno. El C.E.C. fue justo con Mary Carrillo concediéndole premio a la mejor actriz principal y también se acordó galardonar a la Dirección. El drama central radica en la imposibilidad de los protagonistas, Rodolfo y Petrita de casarse por no poder acceder a una vivienda. Tanto Mary Carrillo como López Vazquez están soberbios. Y ni ellos ni el resto de personajes son en ningún momento objeto de burla, pese a la comicidad de las situaciones, sino expuestos tal y como son sus vidas; Como insectos de colección dentro de su caja. Y eso es lo que vamos a hacer a continuación:




    Los novios van a casa del dueño del piso para tratar de asegurarse el inquilinato cuando falte Doña Martina. Lusito (interpretado por Ferreri) no les hace ni caso pero algo llama su atención: "Esta mariposita....¡Ah, ya la tengo!"

    Nuestra debilidad por los intérpretes secundarios, anónimos para el gran público pero magistrales dentro de sus estrechos papeles, va a hacer que tratemos de ensalzar sus trabajos. Resultan reales, creíbles y esta película es una prueba de ello. Concha López Silva, Doña Martina, ¿puede haber una anciana mejor retratada dentro de su desempeño?
 




 
 A la salida de misa, Rodolfo le espeta a Doña Martina su deseo de casarse con ella para conservar el piso y ella se cae "patas arriba". Más adelante vemos cómo, cada uno a su modo, cuida amorosamente del otro. 










   ¿Y qué decir de la Oficina en la que trabaja Rodolfo? Allí tenemos al propio Rodolfo, sumiso como siempre; a Sáez (Ángel Alvarez), inofensivo y renegón; al Jefe, Don Manuel (Gregorio Saugar) y una Chus Lampreave muy jovencita y laboriosa. Es un local de negocio en el que no se sabe muy bien qué actividad desarrollan, pero en el que se hace de todo, desde cigarrillos elaborados con colillas, venta de conservas y salazones o palomitas de maíz, además de un complemento alimenticio o golosina llamado Higalmendra...Y es que las cosas eran así.




        Ese Jefe, tan  obcecado y convencido de cómo llevar un negocio, era entonces normal como tantos y tantos otros, y al final ganaba dinero. Pagaba mal y era déspota pero empleaba a cuatro personas, hasta al retrasado que interpreta magistralmente Tiburcio Cámara...




Don Manuel pilla a sus empleados guareciéndose de la lluvia en plena promoción callejera del Higalmendra. También reprende al retrasado, que le saluda a lo militar. 
   

        En casa de Doña Martina, que es la verdadera titular del inquilinato viven realquilados Rodolfo, un peripatético callista llamado Dimas (José Cordero "el bombonero") y Mery (Celia Conde) una  profesional de las de Chicote, Pasapoga o Villa Rosa. La que cocina y limpia -de aquella manera- y además duerme en la cocina es Mari Cruz (Andrea Moro), capaz de freír la merluza mientras juega la partida de cartas de pie, sin dejar de arreglarle los naipes a Doña Martina. Un fresco al natural de nuestra postguerra. 






Jugando la partida en la mesa de la cocina. Mari Cruz trastea con los pucheros mientras va echando sus cartas. Es un personaje gris que murmura constantemente "como soy una inclusera..." Debajo vemos a Dimas en pleno desempeño profesional y reuniéndose con Rodolfo en la habitación de Mery. Dimas, que camina detrás de ella le canturrea: "Te mueves mejor que las olas..."


        Rodolfo se acomoda a lo que venga. Petrita, sin embargo, vive amargada. Se gana la vida cogiendo puntos de media en un quiosco de tebeos o haciendo de nurse paseando niños de los ricos. Está acogida temporalmente en la casa donde su hermana (Maria Luisa Ponte) y familia están realquilados. El verdadero inquilino es un paralítico en silla de ruedas** al que empuja y casi despeña escaleras abajo la turba de chicuelos. Se queja amargamente de que el contrato (de realquiler) era para tres personas y ya son ocho. Y a Petrita le ajusta las clavijas su propia hermana: tiene que buscarse la vida porque viene otro hijo en camino. El hecho es que la vieja no se muere, Rodolfo va hecho un pincel con la ropa que le costea Doña Martina, y a Petrita se la comen, no sólo los celos, sino también la rabia.  





        Rodolfo, cuya billetera está siempre bien provista desde que Doña Martina cuida de él, invita a Petrita a salir. Se van a Las Cuevas de Sésamo, y allí, rodeados de existencialistas castizos y restos de la Rive Gauche española, descubren, simplemente, que se han hecho mayores, que ya no son jóvenes, que la vida les está pasando por el lado a toda velocidad.





        Un día, Rodolfo recibe una llamada de teléfono en la oficina. Su Jefe que en principio reniega de las llamadas particulares, se entera del recado: Doña Martina está en las últimas. Autoriza pues a Rodolfo a acudir a casa rápidamente. Para mayor celeridad, consiente también, no sin protestar de nuevo, que le lleve Sáez con su coche. Por el camino se produce otra situación bufa pero que encaja con la época y los personajes. 



El "coche" del Jefe es un "biscuter" camuflado de caja de Avecrem publicitaria, un gesto más de su dueño para exprimir al máximo los beneficios. Sáez, se crece al volante (en aquella época un coche era un imán para las mujeres) y requiebra a dos transeúntes: "¡Oye guapa, chata, que te está hablando tu nene.! sin hacer caso de las protestas de Rodolfo.


        En el momento en que Doña Martina pasa a mejor vida Petrita está ya poniendo las garras en su Libreta de Ahorros. Después, planta por fin su culo en el trono del Olimpo recién estrenado y comienza a  reinar: Reprende a Mari Cruz, avisa a Mery de que la va a echar a la calle, pretende apretar las tuercas a Dimas y en su nueva condición mangonea a su hermana, la que semanas antes pretendía echarla a la calle.
         La función ha terminado. Es una de las mejores películas de nuestro cine clásico. Si no la han visto, véanla y después hablen. Que ustedes lo pasen bien. 


Casi toda esta secuencia en la Plaza de la Cebada
 se rodó con cámara oculta.







* Un rincón para querernos la rodó más tarde (1965) el eficaz Iquino. En los créditos se informa punto por punto de todo. No hubo ningún empujón para salir en la foto. En cualquier caso, Azcona no solía citar la película en su filmografía como  guionista.





** No hemos podido identificar a este actor, ya que no aparece en los créditos. Estamos casi seguros de que es el mismo Don José que, llevado en silla de ruedas, acude al domicilio de Gracita Morales para ver la televisión. (Atraco a las tres). Tampoco aparece en los créditos de esta última. Ahí está la incógnita, y aquí nuestro homenaje "al actor de reparto paralítico y desconocido".