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NENES: LOS MUERTOS NO SE TOCAN.



Rafael Azcona Fernández. (1926/2008)



        Ya lo dejó dicho Rafael Azcona: "La figura del guionista es como la puta del Cine, pues satisface los deseos del Director de la mejor manera posible". 


         Los muertos no se tocan, nene fue una novela de juventud de R.A., y no está impregnada de humor negro ni de humor codorniciano, sino que toda ella es una explosión, mezcla de absurdo, mala leche, burlas hacia el mundo de las pompas funerarias (al cual dedicó el autor la obra) exposición de personajes rijosos hasta el incesto, que se propasan verbalmente a cada momento, o se masturban o se hacen masturbar por unas u otras; que empotran a la sirvienta contra la pared del retrete e via dicendo. Luego tiene unas escenas escatológicas que llegan al sainete apestoso. No falta tampoco la chacota hacia las autoridades civiles y eclesiásticas y todo ello en una pequeña ciudad de provincias donde transcurre el relato. En definitiva, una obra rebelde, una astracanada escrita por un joven de 25 años protestando contra la clase media con ínfulas, la falta de libertad sexual, el exceso de militares, curas y toros, los honores familiares mancillados y los consuelos del alcohol. Bien estuvo la obra y ahí quedó para quien la quisiese leer. Fue lo primero de R.A. que Ferreri quiso adaptar para el cine a finales de los años cincuenta, pero no es difícil comprender que aquello no pasara ni a tiros. Además, pudo suceder -y lo han dicho voces autorizadas- que no había Productora dispuesta a financiar un velatorio. En su día, el propio Azcona escribió una adaptación para el cine, mano a mano con Bernardo Sánchez Salas, pero que no llegó a rodarse.




        Pasados los años y ya con el nuevo Régimen, R.A. siguió escribiendo guiones para muchas películas y siempre exhibió su debilidad hacia las ventosidades, las meadas, las cagadas, las pajas y el refocile en general, pero en un tono mucho más atemperado, y no precisamente por la ya inexistente Censura, sino por el buen gusto y la moderación en los films. Una cosa es un libro, otra muy distinta una película basada en él. Además, lo poco gusta y lo mucho cansa. En La escopeta nacional, el personaje interpretado por José Sazatornil termina orinando sus urgencias en un jarrón ornamental, por estar permanentemente ocupado el baño. En La vaquilla, el soldado torero -Limeño- se caga -literalmente- encima al tener que enfrentarse al toro una vez alcanzado el corral, pero no hay regocijo en el accidente; En otras producciones Luis Ciges encarna al eterno salido que intenta sobarlas a todas y José Luis López Vázquez otro tanto de lo mismo y por añadidura incansable onanista. Pero nada, nada se puede comparar a la piñata contenida en el libro Los muertos no se tocan, nene.
    La mejor explicación del porqué hemos escrito esta Entrada la encontrarán Vds. leyendo el libro y viendo el engendro de película que después se ha hecho con el texto original. Unos comentarios serán sobre hechos comprobados y comprobables y otros meras opiniones como las que puede tener cualquier espectador. Pero la idea que queremos exponer desde aquí es que ciertas cosas no se tocan; y si se hace, tiene que ser con un cuidado exquisito.
 



        La película, -guión, dirección, actores- rodada en 2011 bajo la batuta de José Luis García Sánchez, es un desacato de principio a fin. Han hecho falta cómplices como David Trueba o Bernardo Sánchez para perpetrar tamaño disparate, arropados, según rezan los créditos iniciales de la película, por la Productora Gona de Sur, S.L., TVE, (o sea la televisión pública), Telecable, Canal Sur Televisión, el Gobierno de España, el Ministerio de Cultura, el Gobierno de La Rioja, el Ayuntamiento de Logroño, el Gobierno del Principado de Asturias, la Film Comission de Asturias (¿..?) la financiación ICO y Cajastur. Vamos, igual de desvalidos que los cineastas de los años 40 o 50. Y es que con los muertos hay quien piensa que todo vale, que sí se pueden tocar, que el público es imbécil y que cortando por aquí el original y añadiendo por acá esto que se me ocurre, rescatamos una víctima del franquismo. Eso queda muy bien. Rafael Azcona no se merecía algo así. No era necesario denigrarle para chupar del bote.




      Juzguen Vds, teniendo en cuenta que el propio Director de la película reconoció en una entrevista anterior: "Siempre daba la lata a Azcona para hacer esta película, y él se resistía.."  No nos extraña lo más mínimo. Bien, pues para contar con el espaldarazo de la cultura oficial, propalaron la afirmación de que "esta película completa la trilogía que iniciaran El Pisito y El cochecito" y que claro, la malvada Censura no permitió rodar. Agitar el espantajo de la Censura y el largo túnel de la posguerra siempre vende. Y el periodista inculto y los cinéfilos que se alimentan de eslóganes aprendidos, airean el mito por pura ignorancia: "medio siglo después un proyecto que la censura franquista arruinó en 1956" o  que "Se están perdiendo las tabernas, algo mortal para la cultura española" ésta última perla es del Director. Silvia Marsó, nacida en 1963 y que seguramente jugó ya con un Cinexín, dijo: "este film es una reflexión acerca de lo que fue la España de la post-guerra". Y ya para terminar, la que soltó otro: "Qué puede haber mejor que adaptar lo que dejó escrito el más grande"· Así justifican los desmanes y la falta de calidad de sus trabajos. Pan comido con un público ya domesticado.



 
        Y es que realmente lo tienen fácil, porque a base de repetir falsedades han atiborrado al espectador con productos mediocres; eso sí: dejando bien claro que el Cine clásico español era peor...porque se hizo durante el franquismo. De modo que con rodar en blanco y negro, poner unos créditos iniciales tipo álbum de fotografías añejas, cuidar un poco el vestuario y que suene de fondo (cantada o con piano solo)  una canción de la época (El gitano señorito, interpretado por Pepe Blanco) creen cumplida la ambientación de la época. Lo malo es que a lo largo de la película aparece en varias ocasiones un aparato de radio de la época, pero siempre está radiando la misma canción, idéntica...aunque, claro, el público no lo nota. O el tipo de arma reglamentaria de un brigada del año 1959, que parece prestada por Bruce Willis. ¡Pero si la gente no se da cuenta, coño!. De este modo, el engendro no se puede defender ni siquiera por haber inspirado la nostalgia. 




          Lo siguiente que han intentado torpemente ha sido imitar el estilo cómico de las películas de Berlanga, haciendo el ridículo, lógicamente. Ni siquiera con guiños como el maletín que lleva el doctor Salanova (idéntico al de Pepe Isbert en El Verdugo) y que provoca un sobresalto a la portera. No han sabido recrear ni resucitar el alma del autor original, y han caído en la trampa de intentar rodar una película como si estuviese hecha en la época que pretende recrear. 
          El reparto, seguramente por una mala dirección, da pena. En general sobre-actuados y poco creíbles. El joven protagonista de esta obra coral, supuesto trasunto de un R.A. adolescente es un Fabianín que no da la talla que exige el personaje. Resulta un chaval más bien cortito y salido, pero en plan zangolotino (y ésta va dedicada a F.F.G.) Le escuchas hablar y te haces una idea de lo que trató de expresar Azcona, pero nada más. Da vergüenza ajena. El relato original tenía posibilidades para quien tuviese los redaños de llevarla a la pantalla, pero el resultado se queda en un quiero y no puedo. 
        No queremos aburrir: En nuestra opinión se trata de un producto que apesta a televisivo, con un guión que en realidad no cuenta casi nada, hecho con pocos recursos y muchos padrinos, una mala dirección, y unos intérpretes tan flojos que no te los llegas a creer. En todo caso, se salvan en sus breves apariciones algunos consagrados como Tina Sáinz o Carlos Larrañaga, pero del resto solo podemos destacar el desempeño de Mariola Fuentes. 
        Cierra la cinta y también esta Entrada la imagen de Celia Conde, intérprete superviviente de El pisito, que quiso aparecer en un brevísimo plano para homenajear a su paisano después de tantos años.
           Su expresión lo dice todo. 


Celia Conde. Mery, de El pisito,
 
durante la secuencia final en el cementerio.