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CINE Y LITERATURA: MARIONA REBULL


 



           ..Y allá vamos, con un tema nuevo que no habíamos tratado hasta ahora: La transformación de una obra literaria en guión cinematográfico para ser llevado después a las pantallas. Una vez más repetimos el rollo de siempre. Primero: todo lo que sigue, salvo las opiniones personales, está accesible para todo el mundo en los libros y en la Red, aunque aquí tratamos de ofrecer una visión de conjunto después de consultar aquí y allá. Segundo: Vamos a contar la película. Si a alguien le fastidia que la destripemos ya descubrirá en qué momento debe dejar de leer.  

        Recordando la historia de nuestro Cine, es sabido que en la década de los años 40 las Productoras tenían un margen muy estrecho para rodar una película que atrajese al público y alejase posibles problemas con la Censura: recrear gestas históricas (pero muy históricas, no fuesen a molestar a alguien) tipo Reina santa, rellenar una historia con cante y baile (Castañuela), montar comedias deliciosamente tontas (Ella él y sus millones) o relatar historias de Santos o misioneros (La mies es mucha). Adaptar una obra literaria era otra opción, sobre todo si era inocua o recordaba al público los valores con destino en lo universal. 

        Y aquí entra José Luis Sáenz de Heredia, quien se adelantó a posibles competidores escribiendo un guión sobre dos novelas de Ignacio Agustí que habían tenido un gran éxito desde su publicación en 1942. En 1947 estuvo lista la película que había dirigido él mismo: Mariona Rebull. En el guión había condensado hábilmente todos los elementos aprovechables cinematográficamente de Mariona Rebull y El viudo Rius, las dos primeras entregas de la pentalogía La ceniza fue árbol. Se narra en ella las historias de una familia barcelonesa y de la Barcelona misma, retratada en sus gentes y en su historia. Las cinco entregas tuvieron ocupado a su autor hasta poco antes de su fallecimiento. Las otras tres novelas fueron Desiderio (1957),19 de julio  (1965) y Guerra Civil (1972). Además de ser un relato histórico, abunda en el mito de la fragilidad empresarial: El abuelo levanta un negocio, el hijo lo hace prosperar y el nieto lo lleva al fracaso. 


Estreno en Barcelona de Mariona Rebull. Segundo por la izquierda,: José Mª Seoane, a continuación Blanca de Silos. Segundo por la derecha: Sáenz de Heredia.


             Ignacio Agustí Peypoch nació en Llissà de Vall el 3 de septiembre de 1913 y falleció en Barcelona el 26 de febrero de 1974. Sólo vamos a glosar su figura con cuatro trazos elementales; servirán para que se conozca su persona -al menos un poco- y para exponer una de las múltiples facetas que conformaron la España previa y posterior a la Guerra Civil. Agustí pertenecía, por familia, a la burguesía industrial. Hizo literatura y periodismo en lengua catalana. Perteneció al catalanismo político moderado. Fue un admirador de Federico García Lorca, a quien reconocía como inspirador de su poesía y le trató en diversas ocasiones. Al estallar la Guerra se incorporó a la España rebelde, tras pasar por Italia, Alemania y Portugal. Fue uno de los responsables de la revista Destino, de inspiración falangista, editada en Burgos.(no hay misterio: lo de destino se inspiró en aquello del destino en lo universal). Por entonces ya se había afiliado a Falange Española. También estuvo en el frente junto a muchos compañeros catalanes, agrupados en el mismo Tercio. Al término de la Guerra, siempre bajo la dirección de Dionisio Ridruejo, contrario a excluir la cultura y la lengua catalanas del medio social, se traslada a Barcelona donde continuará publicando Destino desde el número 101 y con un contenido cada vez más lejano de la intención de los vencedores. Poco a poco terminaron escribiendo en Destino gentes dispares pero con el denominador común de pertenecer al mundo de la Cultura. Como corresponsal en Suiza, tuvo relación con D. Juan de Borbón y trató con él la cuestión dinástica. Desde Destino, también fue uno de los creadores del Premio Nadal de novela, que se estrenó en 1945 premiando a Carmen Laforet por su novela Nada. Agustí también fue el hombre de Fraga tras el periódico Tele-Expres, el primero que incorporaba el color y no tenía ni el aspecto ni el fondo de Prensa del Movimiento. Se peleó y tuvo problemas con unos y otros. Escribió artículos cargados de intolerancia y otros que le enfrentaron a los jerarcas del Régimen. Su pasado falangista no hizo que sus libros se vendiesen mejor pero sí que se le ignorase en ciertos círculos. El público, en cambio, reconoció en su obra un acto de amor hacia una Barcelona que añoraba y que no volvería. En la Ciudad Condal existe una calle con su nombre. Y si los lectores quieren profundizar en la persona de este hombre, o tener una visión certera de lo que Destino supuso en la Cultura española, tienen a su disposición las memorias póstumas de Agustí: Ganas de hablar y una excelente y prolija biografía, obra de Sergi Doria: Ignacio Agustí: el árbol y la ceniza.  

            Hablaremos ahora de las novelas. A nosotros, lectores del montón pero con cierta debilidad por la literatura española clásica, el libro (un tomo que incluye las dos obras) nos ha recordado mucho a Galdós. No pretendía Agustí hacer unos episodios nacionales que continuaran donde se detuvo el hilo narrativo de Galdós, pero sus hechuras tienen algunas coincidencias que quisiéramos resaltar. Con Barcelona como protagonista y como fondo, nos cuenta en estas dos novelas los acontecimientos políticos habidos en la Ciudad Condal desde la Exposición Universal de 1888 hasta poco después de la Semana Trágica de 1929, en un estilo muy episódico, narrando la Historia y mezclando armoniosamente en su relato a personajes ficticios con los reales. Volviendo a la relación Galdós-Agustí, está claro que siendo el primero un escritor del XIX y el otro del XX, el modo realista de narrar no coincide en ambos casos, pero existen en la obra del catalán una serie de detalles que llaman poderosamente la atención: El centro argumental de Mariona Rebull y que suscita mayor morbo/interés en los posibles lectores, además del célebre atentado del Liceo, es la degradación moral de la protagonista, tantas veces descrita por Galdós en sus obras. Como en la obra de Agustí, lo de menos es lo que hagan los hombres -mostrar atracción, forzar, seducir, urdir complots amorosos- sino el cómo una mujer desciende a los infiernos con o sin adulterio, provocando el rechazo o la lástima de quienes la rodean. Tómense como ejemplo La de Bringas, La desheredada, Tristana, Lo Prohibido o Tormento.. Después está la pintura de las situaciones eróticas: Ambos autores narran a su manera lo que pasa por la mente de los actores, dejan pistas inequívocas de su conducta, pero Galdós no se recrea nunca en los detalles del -llamémoslo así- intercambio carnal; lo confía a la perspicacia del lector porque eso por aquel entonces, no se hacía. Agustí no llega mucho más lejos, salvo en algún pasaje atrevido, gráfico, imprescindible para entender lo que hace Joaquín Ríus cuando se abandona a sus instintos ya viudo y sin compromiso, pero nunca lo que hace Mariona. Mucho hay que imaginar en el libro y mucho más en la película. Por otra parte, el autor de la obra literaria y el guionista del film no llegan más allá porque no pueden, porque existe una Censura previa y una Iglesia siempre al acecho. ¡España es un obispero! decía Foxá cuando, pese a su inconfundible adhesión al Régimen, tropezaba con las sotanas. 

              Más coincidencias: En su obra, Agustí crea sus personajes ficticios moldeándolos con esmero y cariño para después mezclarlos con los reales, como la Reina Isabel II, Raquel Meller, o Ferrer y Guardia, por poner unos ejemplos nada más. Pero en lo meramente histórico, no toma partido por unos o por otros. Expone la ebullición del descontento obrero y a líderes sindicales cuyo único objetivo es vivir sin trabajar, pero también las debilidades de una burguesía acomodada y adormecida, proclive a la frivolidad y a exhibirse en el Liceo cargada de joyas. Y todo ello con un  proletariado que vive precariamente y un Gobierno que está muy lejos de modernizar y europeizar España. El todo está impregnado por la nostalgia de un entendimiento solidario entre obreros y empresarios, cada cual en su puesto y con sus derechos, de clara inspiración falangista.

        El libro contiene también, como los de Galdós, prolijas descripciones de los objetos a los que hace protagonistas, como la maquinaria, los tejidos, los solares y edificaciones o los mercados y títulos de Bolsa. Se percibe que ambos autores se informan exhaustivamente de aquello de lo que piensan hablar o describir antes de dar detalles precisos. El mismo comienzo de Fortunata y Jacinta despliega una completa información sobre telares, tejidos, paños, su comercio con el extranjero...y podríamos citar también las numerosas ocasiones en que las fluctuaciones de la Bolsa y el Mercado de Valores influyen en la vida de sus personajes. Finalmente, es inevitable recordar el viaje de novios de Juan Santacruz y Jacinta cuando Agustí nos narra el de Joaquín y Mariona. Medios de transporte, ciudades y recuerdos de aquella España que tan bien conocían ambos escritores.

 



            La película se estrenó en Barcelona un sábado de gloria, el día 5 de abril de 1947. El día anterior se habían cumplido 100 años de la inauguración del Gran Teatro del Liceo, en cierto modo protagonista de la película, pero al ser viernes santo estaba prohibido proyectar cualquier cosa que no fuese cine religioso. Al visionarla hoy en día, ¿qué es lo que notamos? Pues una serie de detalles interesantes. Su guionista (y Director, ya se ha dicho más arriba) da una serie de pinceladas para situar a los espectadores en el contexto histórico y social de la época, se recrea en una alabanza sentimental de Barcelona, la banda sonora del maestro Parada con ecos de tenora, pero centra su narración en las peripecias sentimentales de los protagonistas. Cambia la estructura del relato para que sea el propio protagonista, un Joaquín Ríus ya viudo, quien nos cuente sus desgraciados amores. Y lo hace al sincerarse con Lula, una bailarina demi-mondaine con la que coincidió en Madrid durante un viaje de negocios y que sigue al industrial en el mismo tren que le lleva a Barcelona. El verdadero reto para Sáenz de Heredia como realizador consiste en lograr que-se-entienda qué diablos sucede en la relación Mariona Rebull-Joaquín Ríus. Porque no-se-ve en toda la primera parte de la película (no habría pasado la censura) qué tipo de relación ha tenido Mariona con Ernesto Villar antes de casarse con Rius y mucho menos después del matrimonio con éste.


Los protagonistas José Mª Seoane y Blanca de Silos,
 la noche del estreno en Barcelona.

 

                La tesis de la película es el fracaso de un matrimonio de conveniencia (un Rius rico pero de humilde origen que quiere redondear su éxito social casándose con una muchacha de la alta burguesía; y una Rebull que quiere casarse, convencida de estar enamorada, para librarse así del férreo control familiar y social y dejar atrás unos amores desgraciados). Tras el matrimonio, él continua trabajando sin descanso, nunca tiene tiempo para su relación matrimonial y ella se aburre; terminará cometiendo adulterio con Ernesto, antiguo compañero de Joaquín, vividor y dicharachero. Pero la relación entre Mariona y éste, rota en principio siendo ella soltera porque él no pensaba comprometerse, nos la tenemos que imaginar, nos la cuentan pero no se ve. Lo mismo sucede cuando Mariona ya está casada. En la novela se intuye, en la película se imagina. Únicamente clarifica algo las cosas la trágica secuencia del Liceo. Lo mismo sucede respecto a su relación con Lula. Los compañeros de viaje de Rius, de regreso a Barcelona, comentan a sus espaldas que se le ha visto con frecuencia con ella. Nada más. El libro, en cambio, es mucho más claro:  contiene algún pasaje que pudo hacer tambalear el nihil obstat, pero ya se sabe que la bestia negra de los Censores era el Cine y estaban en cambio convencidos de que leer, leía muy poca gente. La película no estaría completa sin la añoranza que contiene de los tiempos en que los patronos eran madrugadores, bondadosos y como un padre para sus trabajadores. Se retrata también la industrialización y los movimientos obreros, el tira y afloja de Barcelona con el Gobierno en Madrid, el pistolerismo y la anarquía.

         Para mantener la tensión dramática que aporta el atentado del Liceo, en el ultimo tercio de la película su Director lleva el relato a un plano próximo al cine de aventuras, con unos carros cargados de género conducidos al Puerto por el valeroso patrono y sus empleados; lanzando sus caballos a todo galope y evitando las flechas de los indios. Al final, el héroe es tiroteado a traición y herido; llorará sobre el cadáver del empleado fiel pero se salvará, aun quedando tullido de por vida. Antes, darán muerte a uno de los suyos que, enloquecido, decide incendiar el castillo. Se liquidará también la cuestión amorosa, porque el protagonista se inclina hacia su puesto en la cadena dinástica rechazando los encantos de la bella cortesana. Cierra el relato la marcha matutina del protagonista hacia la fábrica, a la que se dirige ayudado por su bastón -que es aceptación y madurez- pero acompañado por su hijo -que es juventud y es futuro- en una escena similar a la que abre el relato. Sáenz de Heredia consiguió entretener, contentar a unos y contener a otros. Un maestro.

        Y ahora sí, vamos a repasar esta película, éxito de taquilla en sus tiempos y acreedora de diversos premios en 1947, tales como al mejor actor (Seoane), al mejor Director y a los mejores decorados. 

        Arranca con un rapidísimo plano/contraplano que puede pasar inadvertido: un oscuro envoltorio cae desde las galerías del Liceo hasta el patio de butacas. La explosión que insinúa abre en la pantalla  un contraplano con el título de la película sobre un fondo de factoría  textil; la banda sonora del maestro Parada refuerza la imagen con una enérgica obertura.




    El siguiente plano nos muestra un tren nocturno rodando a toda velocidad. Se trata de una maqueta, pero tan bien hecha que se podría parangonar con las que aparecen en los films europeos de la misma época. En el interior del tren charlan los miembros de la Delegación que marchó a Madrid para defender los intereses catalanes y que ahora regresa a Barcelona. Rius se retira a su departamento y encuentra allí, esperándole, a Lula ( una jovencísima Sara Montiel).



         De su conversación se deduce que han tenido cierta intimidad en Madrid pero que, al contrario que Rius, ella lo ha tomado en serio y ha decidido seguirle. Él la disuade enérgicamente y Lula se marcha con lágrimas en los ojos. Sale tras ella, arrepentido de su propia brusquedad y la sigue hasta su departamento. Se sientan y Rius le confía el relato de su vida:




       Le va describiendo su juventud, su incorporación a la fábrica familiar junto a su padre, su empeño en casarse con Mariona: Una muchacha guapa, de buena familia; él pensaba que siendo generoso y atento la haría feliz aunque no estuviese enamorado de ella. 

        El relato comienza con Rius padre, fundador de la empresa y su hijo camino de la fábrica. Hacen a diario el mismo recorrido mientras la ciudad se despierta. Pobres y ricos se aprestan al trabajo con alegría.


Rius padre (José Mª Lado) e hijo (José Mª Seoané)


           Tras presentarnos a los personajes más importantes de la fábrica -que son los oficinistas- y presenciar algún detalle paternalista y caritativo con un operario de los telares, vemos como Rius hijo recibe una inesperada visita: Ernesto Villar (Tomás Blanco), antiguo compañero de colegio. De su conversación se desprende que Joaquín pretendió a Mariona de modo obsesivo, que fueron casi novios y que rompieron. Que tras la ruptura, Mariona tuvo cierta relación con Ernesto y que éste no la tomó en serio, y que Mariona estaba muy desmejorada y convaleciente en Santa María del Vallés, la finca campestre familiar. Ernesto le cuenta todo esto porque pretende pasarle el muerto a Joaquín, quien prácticamente había olvidado todo aquello pero que, tras el relato de Ernesto, decide comenzar un nuevo acercamiento. Empezará por enviarle alguna carta que será el inicio de una reconciliación.


"Creo que le he hecho daño...."


           Las cartas cariñosas de Joaquín hacen que Mariona reviva. Finalmente, es invitado a visitar a la familia, instalada en la finca. 

 

Por el camino, el cochero (Nicolás Perchicot) le confía
 que según él lo de Mariona, ya repuesta, fue un desengaño.

 

            El recibimiento no puede ser mejor: El viudo Don Desiderio Rebull (Ramón Martori), prestigioso y acaudalado joyero barcelonés, padre de Mariona (Blanca de Silos) y Carmen, le agradece la visita y ve con buenos ojos el acercamiento de Joaquín a su hija. 


      


         Joaquín pide a Mariona que se case con él, a lo que ella accede, no sin antes reconocer el daño que le hizo y prometer que no volverá a suceder nunca.




            En el tren continúa el relato de Joaquín. En efecto hubo boda por todo lo alto y a satisfacción de ambas familias, aunque regresaron precipitadamente de su viaje de novios al recibir noticia del fallecimiento de Ríus padre. Unos se van y otros vienen -dice la  vieja- y pronto se produce el nacimiento de un precioso niño.


Desiderio Rius, recién nacido. De mayor
 tendrá a su padre muy ocupado.


             Todo parece ir sobre ruedas, pero Mariona no tarda en dar muestras de aburrimiento: Su marido se levanta a las cinco cada mañana para ir a la fábrica, sólo piensa en el trabajo y aunque le haga regalos costosos y acceda a llevarla al Liceo durante la temporada de ópera o a la finca algún fin de semana, ella languidece: Su marido no está enamorado de ella. En una de las funciones del Gran Teatro del Liceo, tropiezan con Ernesto. El encuentro pone a Mariona muy nerviosa. Pocos días después le manifiesta a su marido que cumplirá en cuanto atañe a una buena esposa, pero que no se siente amada y que su frialdad la hace muy desgraciada. Marcha a Santa María del Vallés con el niño y comienza así un alejamiento progresivo de la pareja.





            Joaquín permanece en Barcelona atendiendo sus obligaciones, pero al llegar la Fiesta Mayor del pueblo acude a reunirse con su esposa. Tienen allí un huésped: Ernesto, quien cínicamente sigue al acecho y se ha hecho invitar a las fiestas. Durante los festejos coquetea visiblemente con Mariona ante los ojos de Joaquín. Más tarde, los rivales se entrevistan en el jardín y Joaquín exige a Ernesto que le cuente lo que hubo entre Mariona y él antes de la boda. Ernesto contesta con cinismo y evasivas y Joaquín le zarandea. En plena riña, aparece Mariona, les separa y dice a su marido que ya que insiste en saberlo, "amó a Ernesto con toda su alma". Ernesto se marcha, desafiante. Durante el resto de la velada Mariona no aparece. Cuando, tras buscarla, la encuentra su marido regresando sola con la tartana, ella se excusa diciendo que tras la pelea, acompañó a Ernesto a la Estación; no podía dejarle marchar "Así".
 


Blanca de Silos Mariona entre el amante y el marido.


        Entre tanto, en Barcelona han ido sucediendo cosas. El fiel contable Llobet, pide a Joaquín Rius el ingreso de su hijo Arturo en la empresa y le ve finalmente colocado como Cajero junto al veterano Pamies, quien no se lo toma nada bien. 


Ríus presenta a Pàmies a Arturo Llobet recién admitido en la empresa. A la izquierda su padre (un magistral Alberto Romea) y a la derecha, Llobet hijo (Carlos Muñoz, que sería muchos años más tarde el cabeza de familia en la televisiva Casa de los Martínez).



El ofendido Pàmies, siniestro personaje quien, envenenado
 por los  anarquistas, tratará de incendiar la fábrica.



         Un día, Rius sorprende a Llobet padre trabajando a deshoras y con gesto preocupado. Lleva días buscando una diferencia contable y no da con ella; faltan 6.000 pesetas. Al final confiesa que las cogió él, porque las necesitaba y no se atrevía a pedirlas. En todo caso, pensaba devolverlas sin que se notase su falta.




             Rius no se traga ni una palabra de tan increíble relato, convencido de la fidelidad y honradez de su contable y, con su perspicacia habitual, zanja el tema económico extendiendo un cheque para que el importe sea repuesto, pero cita a padre e hijo cuando regrese a Barcelona. 




        Vuelto Joaquín de Santa María, se aclara que había sido Arturo Llobet el causante del desfalco. En privado con Rius el muchacho se muestra arrepentido, consciente de que podría haber causado a su padre un disgusto irreparable. Finalmente confiesa que lo tomó para gastarlo en el juego, en el que se fue endeudando cada vez más y se compromete a devolverlo poco a poco restándolo de sus honorarios. Al padre le cuentan una paparrucha para que no se muera de vergüenza y tristeza. Veremos a Arturo Llobet progresar durante la película y será, a lo largo de la pentalogía de Agustí, un personaje clave en la vida de los Rius.

  Joaquín Ríus prosigue su relato en el tren que le lleva a Barcelona. Lula le escucha conmovida e intrigada sin saber que aún falta lo más fuerte. 



        Se prepara la inauguración de la Temporada de Ópera en el Liceo. El matrimonio Rius tiene intención de acudir la noche de la première a su palco para disfrutar de tal acontecimiento. Esa tarde, Mariona llega tarde a casa y ordena a la doncella que si su marido le pregunta, no le diga que acaba de llegar. Éste aparece casi inmediatamente, la apremia para no llegar tarde al Liceo y le hace entrega de un regalo: una gargantilla con varias vueltas de perlas.
 


 

 
        Ya en el Liceo, se está representando Aida. 


La ópera de la noche fatal fue Guillermo Tell, no Aida. Tampoco el nombre de la     soprano, una Vallini que enmascara a la verdadera: Virginia Dameri. El libro también  se refiere a esa Vallini pero no cita la fecha ni el nombre de la ópera. 



 

                      Mariona, como es costumbre, aprovecha los entreactos para ir de aquí para allá, con el pretexto de saludar a amigas y conocidas, mientras los maridos fuman en el salón o pasean por los corredores. Se reanuda la representación sin que haya regresado a su palco. De repente, un objeto similar a un bolso de señora cae al patio de butacas. Es un paquete con dos bombas Orsini que producen un efecto devastador. Hay muertos, cuerpos mutilados, sangre por todas partes y el público huye desorientado y enloquecido.




 

El anarquista Santiago Salvador, lanzó al patio de butacas del Liceo dos bombas. Lo hizo desde el quinto piso del coso barcelonés, cuando estaba terminando el segundo acto de Guillermo Tell causando 22 muertos y 35 heridos. (ilustración de la época) 



        Joaquín Rius, una vez repuesto del shock, busca desesperadamente a su esposa, cruzándose con heridos y cuerpos inertes. No la encuentra en los palcos de la gente conocida y, repentinamente, le asalta una sospecha: Se dirige al palco de Ernesto Villar y encuentra allí muertos a su esposa y su seductor. 



Nótese que para ser alcanzados por la metralla, debían
 haber estado  asomados a la barandilla y portándose bien.
Pero el Cine, cine es.



          Dolido, pero pensando en su honor y el buen nombre de su esposa, la coge en brazos para, escaleras arriba, depositar el cadáver en su palco. Por el camino, las perlas del collar de Mariona se desgranan, rebotando por los escalones. 


  La secuencia caló de tal modo en el imaginario popular,
     que mucha gente, al oír hablar del atentado del Liceo,
 preguntaba si fue allí donde murió Mariona Rebull.


    Hasta aquí el relato del viudo Rius. Llegados a Barcelona se despiden y cada cual se va para su lado a ocuparse de sus asuntos. Los de él son seguir estando al frente de la fábrica, enfrentarse a huelguistas y pistoleros y mantenerse a flote en un ambiente de crisis y pesimismo bursátil. Llega el momento de salvar la competencia desleal de otros fabricantes evitando además el bloqueo huelguista. Rius y sus colaboradores más íntimos se ponen a las riendas de los carretones y hacen varios viajes hasta el puerto para que su género sea embarcado y llegue a los clientes de ultramar. Por el camino, los huelguistas tratan de impedir su camino por todos los medios.










            No faltarán momentos de suma gravedad cuando la empresa roza la quiebra. Pero cuando las aguas parecen haber vuelto a su cauce, Rius, desdeñando los numerosos anónimos y amenazas de muerte recibidos desde hacía tiempo, sale por la noche muy tarde de la fábrica. Le acompaña el fiel Llobet padre. Los disparos de un pistolero matarán a éste y alcanzarán a Rius: un disparo en la pierna que le dejará medio inválido y otro en la mejilla que le obligará a dejarse barba para disimular una fea cicatriz.

     
Leal hasta el último momento, Llobet se interpone
 entre Rius y los disparos, cayendo muerto.


        Han pasado los años. Joaquín Rius lleva ahora la fábrica con la ayuda de Arturo Llobet. Pasó la crisis y la fábrica funciona normalmente. 





        De repente, Lula aparece de nuevo en la vida de Rius. Primero le telefonea citándole en un café. Cuando él llega al local y la descubre allí esperándole, el paso de los años transcurridos le desanima y abandona el lugar sin darse a conocer. No obstante, hace que le entreguen un ramo de flores cuando él haya abandonado el local. Lo acompaña con una tarjeta de visita: "Perdóneme otra vez, Lula. He llegado a la cita con veinte años de retraso".





        Salvando la resistencia del viudo, Lula conseguirá que se vean e incluso que hagan planes juntos. Lo ha convencido y van a hacer un largo viaje, el mismo que aplazaron cuando se conocieron al comienzo de la película. Él está ilusionado y ella le sigue la corriente. En verdad han pasado muchos años...
 



        Pero durante los años transcurridos han sucedido más cosas: Su hijo, Desiderio, regresa de Inglaterra a donde fue enviado a estudiar. En un principio a Joaquín Rius se le cae el mundo encima al ver a su hijo convertido en un joven muy diferente al que esperaba: lo encuentra snob y desafiante; no quiere seguir los pasos de su padre al frente de la fábrica. 


Al descender del barco, Desiderio (Mario Berriatúa, en el centro)
presenta a su padre a un amigo.( A la izquierda un debutante Adolfo Marsillach)




Desiderio le dice a su padre que no quiere dedicarse a la fábrica;  incluso le anima a delegar en otros y dejarse de sacrificios estériles que tan mal le ha pagado la vida. 


            Pero todo terminará bien, al menos de momento. Muy temprano, Joaquín Rius está repasando los últimos detalles de su equipaje para salir al extranjero con Lula. Quién sabe si habrá siguiera dormido a causa del disgusto recibido. Entonces, su hijo irrumpe en la habitación: Se lo ha pensado mejor y va a continuar la tradición familiar. La maleta se quedará a medio hacer sobre la cama.


Joaquín Rius marcha hacia la fábrica acompañado de su hijo, al igual que lo
 hiciera en otro tiempo con su padre. 
        





Nota.-
Esta Entrada está dedicada a Mariona Brines. Lo prometido es deuda.