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ESTRELLAS FUGACES: LUIS VALERO.



                En esta entrada vamos a recordar a otra estrella fugaz de nuestro cine, una estrella tan fugaz que dejó ver su estela en una única película. Estamos hablando de LUIS VALERO MERINO. 1945/2015. Con este único dato -nombre, fechas vitales- la mayoría de nuestros lectores se quedarán igual. Pero si añadimos que actuó en la excelente película La piel quemada, escrita, dirigida y producida por Josep Mª Forn en 1967, algunos cinéfilos reconocerán el título aunque quizá muy pocos la hayan visto; a buen seguro que poquísimos sabrán quién fue este actor o qué papel le correspondió en la película. Y eso es lo que pretendemos aquí. Sacar del olvido a una persona muy especial. Y a su personaje.




                 
                  Luis Valero nació en Almoharín (Cáceres) en el seno de una familia humilde que intentaba sobrellevar las penurias de la posguerra. Era albañil, al igual que sus dos hermanos mayores.  Y al igual que ellos, terminó emigrando a Cataluña en busca de trabajo y con la esperanza de un futuro. Pero Luis ponía sus ojos más allá de la hormigonera o de los ladrillos, los dirigía hacia un horizonte que su corazón situaba por encima de la grúa o el andamio: Luis era un artista. Un artista al que la vida había puesto en el lugar equivocado. Cantaba flamenco, con sentimiento y una magnífica voz, y caso inaudito en la época y en su condición: le atraía el cine y quería ser actor. De modo que, ni corto ni perezoso, se matriculó en una Escuela de Teatro de Barcelona y empezó a formarse como actor a la vez que levantaba paredes y amasaba cemento. Conoció de este modo a actores y actrices como Silvia Tortosa o Antonio Iranzo, e intentó también iniciarse como actor de doblaje. A sus 22 años le llegó la oportunidad: un papel en la película que tratamos en esta ocasión. Después nada. Continuó con la vida que el destino le tenía señalada. Se casó con una muchacha llamada Rosario. Tuvo cinco hijos y fue siempre feliz.


Josep Mª Forn dando instrucciones durante el rodaje.


                   De esta película ya hicimos mención en una Entrada anterior recomendándola. Y volvemos a repetir: es una película excelente e interesantísima por muchos motivos que no vamos a enumerar aquí, de modo que aquellos que pretenden conocer el cine español no deberían ignorarla. En la Red existen numerosas entradas que la explican y alaban unánimemente. A los que ya la vieron en algún momento, les invitamos a que lo hagan de nuevo. Se hizo con valentía, con veracidad, con poco dinero y bajo una censura implacable. Y en algunos aspectos anticipó temas de rabiosa actualidad, además de mostrarnos con toda crudeza cómo vivían y luchaban por la vida algunos españoles. Es Historia, con mayúsculas. Por último, a los que no la han visto todavía y van a seguir nuestro consejo, les advertimos que la semblanza de Luis Valero (Manolo en la ficción) puede contener spoilers. En español también existe una palabra con idéntico significado: destripar (tercera acepción en el María Moliner) pero no queda tan cool.
                      La película, dirigida por Josep Mª Forn, la protagonizaron Antonio Iranzo y Marta May en los papeles principales; Silvia Solar y Luis Valero como personajes secundarios y un buen número de buenos profesionales en el resto de papeles de composición. Ah! y los hermanitos Inés y Santiago Guisado. No faltó una sabrosa aparición de Jaume Picas ni el gran Salvador Escamilla cantando, guitarra en mano, una canción en catalán. 
                       La historia viene desdoblada en dos relatos relacionados entre sí, que van siendo narrados en la pantalla alternativamente, mostrando diferentes lugares, ampliada además con numerosos flash-back que completan la narración y aportan datos imprescindibles. Por una parte, Juana (Marta May) con sus dos niños y su joven cuñado Manolo (Luis Valero) salen del pueblo (situado en algún punto próximo a Benalúa de Guadix en Granada) para, atravesando España en el tren "Sevillano", llegar a Barcelona y continuar hasta Lloret de Mar donde José, su marido (Antonio Iranzo) es peón en una obra. Por otra parte, vemos discurrir la vida, durante ese largo día con su noche, de José. Éste se había adelantado tiempo atrás para buscar trabajo, ahorrar y conseguir un techo bajo el que cobijarse. Conseguidos estos objetivos, llama a su familia para que se reúna con él en Lloret. Como solía  suceder, ese "efecto llamada" incluye a su hermano pequeño que también busca una vida mejor. Y así transcurre la película. 
                       Aquí nos interesa el personaje de Manolo. Del resto ya han hablado voces autorizadas mil veces. Manolo es muy  joven, Manolo es inocente, es un ángel sin alas que pisa la tierra y que acompañará a Juana, cuidando de ella y de los niños durante todo el viaje, mirando con ojos cada vez más asombrados el mundo terrenal. 
                       En el momento de partir, al despedirse de su padre, rechaza el dinero que éste le ofrece. Es un dinero ganado poco a poco, con mil sacrificios, y Manolo no lo quiere coger. Hay cariño y hay dignidad en su rechazo. 





                     En el tren conversa con otro pasajero, un hombre mayor. Su interlocutor le cuenta, le habla de la guerra, y Manolo le escucha intrigado. No sabe que hubo una primera y una segunda guerra mundial. Sí sabe que deberá hacer la mili si no consigue librarse, y en casa necesitan su ayuda, necesitan que empiece a trabajar. En el pueblo el trabajo está muy mal. Hay poco y mal pagado. Los contratistas abusan de la necesidad de la gente, eligen a este o a aquel basándose en oscuros criterios. Manolo ya lo ha visto muchas veces. Su hermano José marchó a trabajar a Cataluña porque tenía tres bocas que alimentar. Su mujer, la Juana, con la que tuvo que casarse por haberla dejado embarazada y dos criaturas. Él no quiere que le pase lo mismo.



                       
                     Siempre en su papel de protector, da la cara ante el revisor ferroviario cuando éste pregunta la edad de la niña: ¡Tres años! contesta Manolo con aplomo.  Al llegar a la Estación de Valencia, donde el tren hace una parada de una hora, Manolo se va a dar una vuelta, "a ver un poco Valencia". Le cuesta despegarse por un rato de Juana, aterrorizada ante la perspectiva de quedarse sóla, y de los niños, que quieren salir con él. En la calle descubre por primera vez una ciudad. El tráfico, los coches, los altos edificios, comercios, restaurantes, fuentes...







                    Apenas da una vuelta por la Plaza del Caudillo (hoy Plaza del Ayuntamiento) y lo que ve le deja boquiabierto. Su asombro no tiene límites. Intuye que más adelante, en Barcelona, su admiración será mayor. Pero en seguida se da cuenta de que se le termina el tiempo, de que el tren va a salir y corre, corre sin que los transeúntes puedan adivinar el porqué. 



                    

                     Los cuatro reanudan el viaje hacia Barcelona. Son alrededor de las nueve de la noche. El monótono trac-trac del vagón sobre las vías y el cansancio de un día lleno de ansiedad y carreras hacen su efecto. Alguien del compartimento sugiere "Si quieren, apagamos la luz". Manolo medita, no puede dormir. No quiere que le pase lo que a su hermano José: se tuvo que casar y se cargó con una familia demasiado pronto. Y Manolo sabe cómo es él. No le extrañaría que tuviese algún amorío en Lloret, que se hubiese echado una novia con engaños, alguna chica de servicio o una camarera de hotel, por ejemplo.


Silvia Solar (1940/2011) fue la "extranjera" de la última noche loca de José.
Vino a España para participar en un rodaje anterior y terminó viviendo
  en Lloret de Mar, donde falleció .


  Si las cosas son como se imagina, ¿Qué mentiras le dirá a la pobre cuando tenga allí a la familia? ¿Y si Juana se entera? Él tendrá algún día un trabajo, un porvenir, y entonces pensará en novias. Desde luego le atraen las mujeres, y ha oído contar muchas veces que en los sitios de veraneo la gente liga y se enreda con facilidad. Que la noche es una fiesta continua y que los trabajadores van tras las mujeres extranjeras. ¿Qué estará haciendo José esa noche, esa última noche sin familia, sin dar cuentas a nadie? Por fin el sueño le vence. 




                 
         Llega el día y el tren les deja en la Estación de Francia. Con grandes trabajos encuentran el autobús de Lloret, que parte hacia la Costa Brava desde la Plaza de Cataluña. Una vez instalados en sus asientos, el ángel Manolo alegra a Juana y a los niños iniciando un cante de su tierra y pronto estarán cantando los cuatro. Están alegres porque el largo viaje llega a su fin. Manolo quiere preparar a Juana para cualquier cosa. Sabe que su hermano es lo que se dice "muy hombre", o sea, un demonio. Y sus amigos de la obra muy juerguistas. En el fondo, Juana es la prueba: también ha sido una víctima. Su futuro está ya marcado. 


                 



                 Una vez en Lloret, José no está en la parada del autobús. Manolo está preocupado. Su corazón le hace sospechar que José no ha debido dormir en toda la noche. Lo mismo ha sido una noche de juerga y borrachera y quien sabe si ha terminado en la cama de alguna turista. Al fin José aparece, tarde y corriendo. Juana no nota nada, no quiere enterarse de nada. Manolo sigue barruntando lo que se temía. Y todos se encaminan hacia la chabola que será su casa hasta que puedan mudarse. Hay un momento de peligro cuando los niños entran en el jardín a pie de calle de un hotel y José los saca de allí, nervioso y con malos modos. 



            
                  Tras una caminata bajo el sol, llegan a la "casa". Manolo comprende, mira y calla. Sabe que va a tener que luchar, que ese nuevo mundo en el que ha aterrizado es diferente pero que va a ser muy duro. Tratará de seguir siendo él. Él y su dignidad. Èl y su amor a la verdad, a la fidelidad, a la familia. Mientras Juana, José y los niños se acomodan en la que va a ser su vivienda, Manolo sale a fumar un pitillo. Desde allí ve un grupo de jóvenes, chicos y chicas, bailando en pleno campo con un tocadiscos portátil. Parecen extranjeros. Algunos se desnudan, quedándose en bañador. Siguen bailando. Y nuestro ángel los observa pensativo. No sabe que él es el porvenir, que se va a alejar para siempre de una cultura de siglos marcada por  el oscurantismo y la tradición para sufrir el impacto liberador y embrutecedor a la vez del turismo de masas.






                                       La inocencia de Manolo es trasunto de la inocencia de los trabajadores de aquella España. Intuye que para crecer y salir de la miseria va a tener que someterse al camelo de la apertura del turismo. Que va a formar parte de la España de siempre, que siempre será mano de obra endurecida, de piel no bronceada sino quemada, codiciando y recogiendo las migajas que caen al suelo en el festín de la libertad y la promiscuidad de otros. Pero la escena que contempla es demasiado tentadora, y en un gesto casi mecánico, por puro mimetismo, se quita la camisa exponiendo su torso al sol. Ha llegado al paraíso terrenal. Ante él está la manzana.





Agradecimientos:                    
a Isabel del Pilar Valero, sobrina del tiet Luis por su amigable ayuda; y también a todos los familiares de Luis Valero. Res no és mesquí.
Al Repositori de Catalunya por la fotografía del rodaje.