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EL CINE NEGRO ESPAÑOL DE LOS 50


                                 


                                     


        Le toca al Cine Negro español, pero aquí vamos a lo de siempre:  intentar devolver la visibilidad a todos aquellos que lo hicieron posible; el paso del tiempo y el menosprecio de los entendidos  pueden hacer que se pierda todo en el olvido. Y hubo buenos trabajos y mucho esfuerzo. Desde que hay libertad para que cada cual pueda soltar la lengua, hemos leído comentarios sobre nuestro cine clásico y más concretamente el negro que nos parecen poco acertados y algo miopes, desenfocados y simplistas: recurren con demasiada frecuencia al socorrido tema del largo túnel de la postguerra y la censura y bla, bla, bla, de modo que se hizo un cine malo, digno de ser barrido bajo la alfombra y olvidado, o bien achacan a nuestras producciones el tratar de imitar al cine negro norteamericano. Para algunos nunca pudo llegar a ser cine negro puro como aquel por su visión del bien y del mal, la falta de realismo y la ausencia de crítica social. Sorprendentes afirmaciones, porque los estigmas que según ellos lastraron nuestro cine eran igualitos a los del noir de Hollywood: el planteamiento de buenos y malos, el criminal que nunca se libraba del castigo o la policía abnegada y eficaz. Y con todo el erotismo y mujeres fatales permitido en cada momento. Como allí. En lo que no se parecen en nada es en sus detectives privados, ligones y jactanciosos, que resuelven los crímenes antes que la policía y le hacen mil cuchufletas al Comisario Jefe y al Fiscal del Distrito. Eso era impensable, desde luego. Igual que mostrar un político corrupto. Fumar sí: tanto en aquel cine negro como en el nuestro, hay escenas en que hasta el muerto saca un pitillo y lo enciende. Esto del tabaco es un hándicap, porque las películas, comedias o dramas, nuestras o  ajenas, vistas hoy en día provocan un rechazo automático: no se entiende porqué fuman y fuman sin parar. 
         ¡Aire! Ya es hora de abandonar ese menosprecio hacia el trabajo de nuestros cineastas y contemplarlo con otros ojos: el resultado podía ser mejor o peor, como en tantas películas de aquí y de allá, pero ese menosprecio es aún peor aún cuando nace de la ignorancia, la pereza y el desconocimiento de cómo eran las cosas: Para hacer ese cine se trabajó con una industria devastada por la Guerra Civil, un Gobierno militarizado y autoritario, una Iglesia entrometida y pacata y un público acobardado, constreñido a no pensar. Las circunstancias eran las que eran, pero las películas estaban, en general, dignamente hechas. Todo eso ya se ha dicho aquí desde la primera Entrada, de modo que no viene al caso repetirse.  

       Señalaremos que cada década ha tenido su particular cine policíaco, pero la época que consideramos más interesante coincide con la década de los cincuenta, durante la cual Barcelona y también Madrid se aprestaron a producir ese tipo de cintas. Se calcula que más de cien. Las hubo buenas y malas, pero casi todas aportaban su radiografía social, al describir con bastante verosimilitud la vida cotidiana de los ciudadanos ricos y pobres. Por otra parte, al contener numerosas secuencias rodadas en exteriores son hoy además documentos históricos muy valiosos. Claro está, hay que verlas para opinar honradamente y no hablar de oídas. Añadiremos que el género, tan popular en todo el mundo, ya estuvo presente en España en los años treinta y cuarenta y se ha seguido haciendo sin interrupción hasta nuestros días. El crimen tiene su morbo y el cine siempre lo ha aprovechado y lo seguirá haciendo. Para terminar, una aclaración: si alguien espera comparaciones con nuestra producción actual de thrillers, hechos con libertad, sexo, drogas y rock and roll, pues lo sentimos: hay peligro de que alguien salga escaldado, y ese no es nuestro propósito.

      Dicho todo esto, vamos a repasar algunos films policíacos de  los años 50. La película que consideramos como la marca de salida es precisamente del primer año. Su título, Brigada criminal y su artífice el vallense Ignacio Ferrés Iquino, un avispado emprendedor que entendió perfectamente y en cada momento el cine que se iba a vender bien. Este hombre, que levantó un eficaz imperio a su alrededor (IFI) merece que nos ocupemos exclusivamente de él en un futuro. Vamos allá:




          Dirigida y producida por el mismo Ignacio F. Iquino en 1950, contó entre sus protagonistas con José Suarez (con muchas películas del género en su haber), la debutante Soledad Lence, Alfonso Estela y Manuel Gas (también eterno policía). Existe otra Brigada criminal francesa de dos años antes, pero sólo coincide el título. No vamos a contar 
el argumento ni de ésta ni de ninguna otra película; ya lo haremos en algunas Entradas específicas, pero en cuatro palabras  podemos explicar que se trata de "policía infiltrado en banda criminal". Se estrenó casi simultáneamente con la siguiente película, Apartado de Correos 1001 y las dos llenaron los cines de Madrid y Barcelona, ciudades en cierto modo protagonistas. 





            Apartado de Correos 1001. Producida el mismo año por la barcelonesa Emisora films y dirigida por Julio Salvador. Aparece un nuevo actor protagonista que quedará ligado al género en varias películas: Conrado Sanmartín. Elena Espejo fue su partenaire. Formaron uno de los primeros y poco frecuentes casos de "pareja artística" de nuestro cine. El resto del reparto cuenta con la presencia de actores locales como Modesto Cid y Marta Grau. La película nos brinda otra buena ocasión para ver la ciudad de Barcelona de aquellos tiempos, porque contiene numerosas escenas urbanas. La trama se basa en un apartado de Correos, única pista con la que cuentan dos jóvenes agentes para detener a los miembros de una banda sin escrúpulos.



   
            Séptima página, también de 1950 y producida por Peninsular Films, es una película imprescindible para los aficionados. Ladislao Vajda dirigió este film coral con un amplísimo elenco de actores, unos noveles y otros ya fogueados en el Teatro y delante de las cámaras: Alfredo Mayo, Jesús Tordesillas, Pepe Isbert, Manolo Morán, José María Rodero, Luis Prendes, Rafael Durán, Manuel Arbó y hasta el mismísimo Paquito Cano. Y en cuanto a las actrices, dejaron un impecable desempeño Eloísa Muro, Maruja Asquerino, Carlota Bilbao, María Rosa Salgado y la delicada Anita Dayna, (o Daina, o Anita Paige Daina), que desapareció poco después sin dejar rastro. El argumento, como es fácil de adivinar, narra las vivencias de una serie de personajes, ampliando lo que de ellos se cuenta en las páginas de un diario. Y el plató es Madrid, desde los barrios populares hasta los cabarets de lujo. ¿La policía? Impecable y eficaz, como la de Nueva York.


                 


            
        El año lo vamos a cerrar con La honradez de la cerradura. Película interesante por estar dirigida por Luis Escobar, el entrañable Marqués de Berlanga que dirigió Teatro toda su vida pero que empuñó la batuta para el Cine en un par de ocasiones. En esta, adaptó y dirigió una obra original de Jacinto Benavente. Intérpretes: Paco Rabal protagonista tras sus seis primeras apariciones; Mayrata O'Wisiedo, debutante en este film pero que años más tarde aún la volveremos a ver en el reparto de Tacones lejanos y Ramón Elías, muy convincente en su papel de chantajista. El argumento se basa en las peripecias de una pareja que se encuentra de repente con un dinero ajeno y es perseguida por alguien que les exige compartirlo. 

 
           



      De 1952 es la película Los ojos dejan huellas, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia. Un drama psicológico-policíaco producido por varias Compañías pero que pese a su reparto no puede considerarse una coproducción italo-española. Rodada entre Italia y España, contó con un reparto muy interesante: Los protagonistas: Raf Vallone, el aristocrático calabrés que empezó jugando al fútbol y terminó haciendo de actor de Cine y  Elena Varzi, su esposa en la vida real. Se habían conocido poco antes durante el rodaje de Cristo prohibido (1951) y ella     se despidió de las cámaras en 1954 para cuidar de los tres hijos que tuvieron. En el reparto hay interesantes apariciones de Emma Penella y de muchos rostros conocidos. Y haciendo de policía tenemos nada menos que a Fernando Fernán Gómez. Había participado ya en 42 rodajes y gozaba de gran popularidad por sus papeles en Balarrasa, Esa pareja feliz o Botón de ancla. ¿Argumento? La obsesión enfermiza del protagonista por la mujer de un antiguo compañero que le lleva demasiado lejos. 

 
 

        
    
        Cerramos el año con la producción Hombre acosado. Primer trabajo en solitario del director Pedro Lazaga, quien años después contaba: "Es una película que hice en el rato que dejaban libre el plató de "Séptima página" y "La Corona negra" utilizando los decorados e iluminación. Es la película más barata que he hecho.(...) al rodaje vinieron bastantes veces Bardem y Berlanga que todavía no habían hecho cine, y discutíamos mucho sobre todos los aspectos de la película. Por cierto que un día, en que rodábamos un tiroteo con tiros de verdad, una bala rebotó y alcanzó ligeramente a Bardem". No gustó a la Censura el esquema narrativo que atribuía al individuo -un hombre normal y corriente-  la resolución de un crimen sin participación de la policía. Tampoco debió gustar a la Inquisición la tipología del protagonista: un atractivo universitario, deportista pero demasiado echao p'alante que se relaciona con mujeres fatales y que tiene una pandilla poco ortodoxa: se reúnen en un piso sin vigilancia alguna de adultos y por allí corretean chicas con pantalones en lugar de faldas. Por cierto,  una de ellas está interpretada por una misteriosa Colette de la que nada hemos podido averiguar. Mario Berriatúa estuvo muy bien, era ya entonces un actor bien considerado; por desgracia falleció pocos años después en un accidente de automóvil. Segunda y última aparición de la enigmática Anita Daina; Maruja Asquerino tan competente como siempre y Alfredo Mayo haciendo de malo. Se rodaron numerosos exteriores en Madrid y alrededores. Ah.! y la música es del prolífico Garcia Lehoz. El argumento..mejor véanla. 
    
             

                    
        Saltamos a 1954, año en que se estrenó El fugitivo de Amberes. La dirigió el versátil Miguel Iglesias Bonns y la produjo José Carreras Planas. No faltaron problemas económicos, dimes y diretes. Se contrató al suizo Howard Vernon y a la parisina Anouk Ferjac, dos actores nada desconocidos que dieron al film un empaque europeo. Del solar patrio encajaron muy bien en sus papeles José Marco (otro policía para todo), Alfonso Estela, Manuel Gas, el polifacético Luis Induni y Amelia De Castro. De esta película se han dicho muchas cosas, casi todas buenas: la puesta en escena, el excelente montaje, el magistral empleo de la fotografía en blanco y negro, la dirección de actores y la particularísima imagen de la ciudad de Barcelona. Hay una secuencia rodada en las entonces famosas Atracciones Apolo que recrea perfectamente el ambiente tenebroso que la película pretende reflejar. Hemos leído en alguna parte que el título y la trama enmascaraban el film para que pasara la Censura, ya que no iban a permitir una imagen de España con ajustes de cuentas y contrabando de joyas. No decimos ni que sí ni que no: es difícil decantarse entre la soberana estupidez de los censores y la imaginación de algunos historiadores de recurso fácil. El argumento: La policía española, eficaz y muy profesional, persigue a una patulea de maleantes extranjeros que llegan a España peleando entre sí. 




        De 1954 hemos de destacar dos películas más. La primera, Crimen imposible, fue dirigida por César Fernández Ardavín, adaptando para la ocasión una obra teatral de su cosecha. Varias curiosidades rodean a la película: que hubo que cambiar el final para que el público, tan inocente por aquel entonces, la entendiera. Ese final se proyectaba con la película tintada en rojo, destacando así la particularidad de esa explicación que debía haber quedado a juicio del público. Lo cierto es que tal coloración se ha perdido en las copias existentes. Tenemos otra vez a José Suarez haciendo de inspector, y la oportunidad de ver a dos actrices fuera de lo común: Por un lado la malograda Nani Fernández,  titular de una Entrada de homenaje en este Blog y por otra, Silvia Morgan, cuyo verdadero nombre era Maria dels Àngels Comás i Borrás. La descubrió para el cine Carlos Arévalo, el director de Rojo y negro. Dejó los platós con 30 películas en su haber, incluida El verdugo (¿recuerdan a las "extranjeras" comprando souvenirs en las Cuevas del Drach?). Su boda con Sergio Newman, un magnate de la MGM, la alejó de los platós pero no abandonó el séptimo arte ya que se ocupó activamente de la Productora Hispamer Films. Fue cuñada de Vergés, el editor de Josep Plá por el matrimonio de aquel con su hermana menor. Basta de cotilleos: el argumento narra la muerte de un hombre, a causa de un disparo por la espalda, estando solo en una habitación cerrada por dentro y por fuera. 
 



      La segunda película a destacar de 1954 es Relato policíaco. La dirigió Isasi Isasmendi. ¿que nuestro Cine negro imitaba al de Hollywood? Pues sí: esta película es un ejemplo de ello pero no tiene nada que envidiarle a aquel. De este mismo Director es Las Vegas 500 millones, rodada en Nevada -Estados Unidos- en 1968. El Director desplegó en este su primer film una enorme agilidad narrativa y las secuencias de acción -persecuciones, tiroteos- son dignas de elogio; hay además suspense, muy bien llevado y que se mantiene durante toda la narración. Conrado Sanmartín vuelve a hacer de policía, esta vez un inspector jefe, el papel femenino más importante es el de María Victoria Durá y el resto del reparto lo componen los rostros habituales en las películas del género. Además de Madrid, para ubicar la Escuela General de Policía, se rodó en Tortosa y Puigcerdá. El argumento: Una alocución o relato que Conrado San Martín dirige a los recién nombrados inspectores, refiriéndoles dos casos -dos historias diferentes que componen el film- en los que intervino personalmente y la alta responsabilidad que comporta el usar un arma de fuego en su futuro profesional. Resulta curioso ver a Conrado Sanmartín trajeado y puesto en pie, dirigiendo la palabra -desde un estrado lleno de altas dignidades- a un montón de inspectores novicios, repanchigados en sus asientos y en mangas de camisa para que se les vieran las sobaqueras vacías. Desde luego, no les reparte las pistolas hasta que no termina.



 
 

         Saltemos un año hacia delante. En 1955 se hicieron varias películas que vale la pena comentar. La primera de ellas, El cerco, de Miguel Iglesias, se abre con un inquietante aviso al público: la película está basada en hechos reales (el maquis?) y ojito porque el criminal nunca gana. En el reparto, además de los habituales en el cine negro barcelonés, podemos ver a José Guardiola con su cara de malo; a su novia vampiresa Isabel De Castro; a Carmen de Ronda la guapísima actriz que hizo tan sólo 4 películas y a Miguel Fleta, en un primer papel de inspector de policía. Creemos que este Fleta fue uno de los hijos de Miguel Burró Fleta, famosísimo tenor de complicada vida amorosa y colega de José Antonio Primo de Rivera. Dedicado a la música con relativo acomodo, este Fleta no llegó a alcanzar la popularidad de su padre -pese al gancho del nombre- ni la de sus hermanas, "Las hermanas Fleta", muy populares con su famoso "cha-ca-chá del tren". No le fue mal en el cine, encasillado como inspector bajito y bonachón. Fieles a lo dicho más arriba, no diremos del argumento sino que se trata de un atraco a una fábrica, perpetrado por varios maleantes de gatillo insólitamente fácil y que irán cayendo uno a uno. Dos aspectos a destacar: el primero, que la película es un valioso documento  gráfico de aquella Barcelona, en especial de las construcciones que muestran su pasado industrial. La segunda, como documento histórico retrata la mar de bien una España todavía militarizada: los grises con sus gorras y abrigotes casi soviéticos que se desplazan en jeeps empuñando sus naranjeros; los inspectores que contestan a sus superiores con un "a sus órdenes" y una ciega colaboración de todo tipo de ciudadanos, bien fueran abnegados oficinistas, fundidores, taxistas, repartidores y voluntariado en general. Entretiene porque está bien hecha. 



 

    El ojo de cristal la dirigió en 1955 Antonio Santillán. Entre Iquino y Gonzalo Elvira adaptaron un relato que unos atribuyen a Cornell Wollrich y otros a William Irish. Una vez más, el rodaje en la Ciudad Condal convierte el film, además de sus otras cualidades, en un magnífico documento social y urbanístico. La música de José Casas Augé (que recuerda la de Anton Karas de El tercer hombre) y la magnífica fotografía de Ricardo Albiñana en los momentos más tensos del film proporcionan a éste un ambiente magistral. Del reparto comentaremos que el malo estuvo a cargo del afamado actor mexicano Carlos López Monctezuma, en Barcelona por aquellas fechas para intervenir en el rodaje de Padre Nuestro. El inspector de policía lo encarnó el polifacético valenciano Armando Moreno, fiel compañero y constante apoyo de Nuria Espert durante toda su vida. No faltó el inevitable Miguel Fleta haciendo como siempre de policía segundón; el niño Manuel Fernández Pin encarnó al héroe infantil, eterno Jim Hawkins metido en el barril de manzanas para ayudar a su padre policía. También están la mar de convincentes sus amiguitos, compañeros en el Colegio de San Miguel de Barcelona. Es de rigor mencionar la aparición -en los créditos se le destaca especialmente- del entrañable Saza, el cual estaba en sus comienzos como actor de cine y concretamente de cine negro, bajo el paraguas de Iquino. Desplegó en este film todos sus recursos como actor, su carácter y su divertido mal genio tan bien fingido. De la trama sólo vamos a decir que hay un par de asesinatos, que el malo se construye una hábil coartada y que el niño y sus amigos serán decisivos para que todo se resuelva. Es una buena película y sí, hay un ojo de cristal.  


    De 1955 destacaremos, sin extendernos demasiado, tres películas del género: Mercado prohibido, dirigida por Javier Setó, cuyo argumento ponía énfasis en el execrable contrabando y tráfico de medicamentos: Una cosa era el estraperlo de aceite, de garbanzos o de medias de nylon y otra la salud del sufrido proletariado. Los peces rojos, del realizador Nieves Conde, meritorio trabajo que recomendamos como una obra de pura intriga y Camino Cortado, dirigida por Iquino. Para rodarla se contrató al austro-húngaro Viktor Staal y no faltó una mujer fatal: Laya Raki, actriz de efímero recorrido. Interesante documento además por los exteriores que se rodaron en los alrededores de Vilanova de Sau (Barcelona) antes de que las aguas del embalse lo inundaran todo. Y ya que hablamos de Sau, que no falte un cariñoso recuerdo a Carles Sabater, cantante de éxito y pirata ocasional.





    El año se cierra con otra producción de Iquino: Los agentes del 5º grupo, en la que Ricardo Gascón -especialista en comedias-  se puso tras las cámaras para dirigir un guión de José Antonio de la Loma. El título esconde bajo su críptico nombrecito a un grupo de agentes de élite de la policía secreta. La película, que se abre con un agradecimiento a la D.G.S. y un aviso que aclara la autenticidad de lo narrado, pretende hacer ver al gran público la existencia de policías, eficaces profesionales de la Ley y el orden que además de jugarse el tipo día tras día también son seres humanos con vida propia y variopinto: uno que escribe en sus ratos libres ¡y le publican! (Miguel Fleta), otro solterón de porte aristocrático (Arsenio Freignac), otro con los líos del noviazgo (Armando Moreno y Carolina Jimenez) y el coordinador de todos, (Manuel Gas) quien, junto a su esposa (Rosa Moragas), vela por que la hija de ambos se relacione con buenos muchachos.  Los malos, malísimos y de altos vuelos, capitaneados por el eterno villano Barta Barri producen algunas bajas entre los policías antes de ser definitivamente derrotados. Repite Saza, esta vez de periodista. Película bien hecha y muy de la época, con escenas de acción bien llevadas, sensiblería bien administrada y entretenida de principio a fin. Una vez más nos encontramos con un film que es también un documental urbanístico y social. Como muestra, fíjense en la bolera que aparece al principio de la película: símbolo de la influencia norteamericana y de la voluntad cosmopolita de la Ciudad Condal: carecía de mecanismo automático, pero se hacía absolutamente todo a mano y fuera de la vista del público: tal como colocar de nuevo los bolos derribados o hacer que la bola regresase solita a la línea de lanzamiento.

 


        Y ya estamos en 1956. La principal producción de cine negro del año fue sin duda El expreso de Andalucía, coproducción hispano italiana dirigida por Rovira Beleta que consideramos una dignísima muestra del género. Rodada en Madrid y alrededores nos muestra escenas insólitas del Rastro (algunas rodadas con cámara oculta) y del Viaducto, convertido casi en un protagonista más del relato. Basada en un hecho real ocurrido en 1924, ya había sido llevado a las pantallas en 1936 con el título Al margen de la Ley. Fue quizá uno de los hechos criminales más populares durante años y hasta tiene su sitio en el Museo de Cera de Madrid. Jorge Mistral un pelotari retirado que se mueve en el mundo del hampa, Ignazio Bálsamo, un  fracasado asustadizo y Vicente Parra, estudiante algo despistado, hijo de un ferroviario; ellos son los malos que deciden dar un golpe en el vagón correo del Expreso de Andalucía. Durante el asalto hay un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los empleados de Correos que termina trágicamente. A partir de ese momento la película se mueve hábilmente para contarnos cómo van cayendo uno a uno. No falta la chica buena que ama sin condiciones al ex-pelotari (Marisa de Leza) y una mujer fatal (pues resulta que sí habían femmes fatales.!!) interpretada por la vamp italiana Mara Berni. Carlos Casaravilla aporta su habitual imagen de villano y un tímido José Luis López Vazquez intenta tirarle los tejos a la Leza, propietaria de un humilde puestecillo en el Rastro. Ya hemos desvelado suficientemente el argumento. Protememos una Entrada específica para esta joya de nuestro género policíaco.
 




        En 1957 se rodó Distrito quinto, tercera obra firmada por el realizador Julio Coll.  El guión adapta para el cine una obra de teatro del polifacético, imprescindible Josep Mª Espinás. La adaptación fue cosa de ambos. El Distrito quinto era la denominación administrativa de El Raval (por entonces el barrio chino barcelonés) y la película evita los escenarios urbanos habituales del cine negro optando por un rodaje  casi de principio a fin, en un plató que reproduce el interior de una vivienda. Julio Coll se desenvuelve muy bien trabajando encerrado en un estrecho espacio escénico, propio más bien del teatro o del tele-teatro; y a base de flash-backs (pero que acontecen siempre dentro del mismo espacio físico), de situar en cada momento a los actores y de sacarle a la cámara todo el provecho técnico posible -encuadres, profundidad de campo- consigue despertar el interés del espectador. Hemos de destripar un poquito el argumento: Un grupo de atracadores se reúne en un piso tras perpetrar un asalto. Esperan, encerrados e inquietos la aparición del único que falta: el que lleva el dinero robado. Destacaremos la actuación de Alberto Closas, astuto jefe de la banda y la de Montserrat Salvador. El resto y en especial Arturo Fernández, ejecutan a la perfección sus papeles. Se ha especulado  sobre el parecido de esta película con Reservoir dogs, la ópera prima de Quentin Tarantino: Nosotros no se lo vemos.  ¡Ah! La Inquisición se encargó de martirizar el film, mutilando el guión como tenían por costumbre; quizá porque no aparece ni un policía y los malos son casi todos gente corriente que lleva una vida miserable, de la que trataban de escapar. Había una España así y no interesaba que se airease. A la película se le concedió la peor calificación posible y en consecuencia, tuvo problemas económicos y una anémica distribución. Se consiguió estrenarla con un año de retraso, en junio de 1958. Pero el Círculo de Escritores Cinematográficos galardonó repetidamente la película (mejor dirección, mejor actor -Closas- y mejor guión -otra vez Coll-). Paradojas del franquismo: a veces se rebotaba hasta el lacayo más sumiso.

        


 
        De 1957 pero también estrenada en abril del siguiente año es la coproducción hispano italiana, promovida por Pecsa films y Galatea films, Manos sucias (en Italia se exhibió como La morte ha viaggiato con me). Al igual que sucediera con las dobles versiones de Hollywood, en esta trabajaron dos guionistas para el texto de los diálogos en italiano y uno para los diálogos en español. Y dos directores, uno para cada versión: José Antonio de la Loma y Marcello Baldi. La lástima es que no hemos encontrado la versión italiana para compararlas. Rodada en Aragón y concretamente en La Puebla de Híjar (Teruel), describe muy bien la dura vida de los camioneros de la época, conduciendo bajo un sol abrasador, turnándose para mal dormir durante la marcha y remontando carreteras en medio de un paisaje desolado. Las escenas urbanas también son un documento fidedigno de los usos y costumbres de la época.  
        Amedeo Nazzari compone muy bien su personaje, al igual que la despampanante Katia Loritz. Este drama con tintes negros presenta situaciones que recuerdan vagamente el mito que ya vimos en Obsesión de Visconti y alguna obra francesa anterior. Naturalmente hay mujer fatal interpretada por la Loritz y muchacha buena y honrada a cargo de la actriz italiana Lidia Alfonsi.  
        La película está bien y la historia bien contada y entretenida de principio a fin, sin que le falte una sorpresa final. Narra los disparatados esfuerzos de un camionero que ansía adquirir una ruinosa estación de servicio para remozarla y regentarla, pudiendo así abandonar su duro trabajo habitual. José Antonio de la Loma que se estrenaba en la dirección, fue distinguido por el Círculo de Escritores Cinematográficos: Le premiaron como director revelación y como guionista. 





        De 1958, año en que se pusieron en pantalla varios films del género, queremos destacar El cebo. Coproducción suizo-alemana-española, dirigida por nuestro Ladislao Vajda. Prácticamente todos los actores -salvo María Rosa Salgado- eran alemanes o suizos y nuestra presencia en el equipo técnico, mínima. El cebo, que indudablemente daba un espaldarazo europeo a nuestro cine, redondeaba el éxito del realizador húngaro nacionalizado español, tras Marcelino pan y vino, Mi tío Jacinto y Un ángel pasó por Brooklyn, en 1955, 1956 y 1957 respectivamente. Es importante que aclaremos la génesis de la historia narrada y sus posteriores reposiciones: en uno de los cantones suizos, un asesino en serie rapta y asesina niñas de corta edad mientras la policía se esfuerza para atraparlo. El famoso dramaturgo suizo Friederich Dürrenmatt aceptó elaborar el guión de la película. Pero ese mismo año, y tras el estreno del film publicó una novela llamada "La promesa: réquiem por la novela policial" en la que vuelve sobre el mismo argumento pero con un final diferente.  Muchos años después, en 2001, a Sean Penn le gustó la novela deDürrenmatt e hizo una película basada en el libro y ambientada en los Estados Unidos a la que tituló La promesa, protagonizada por Jack Nicholson.   


            
 


        Ya quedó dicho más arriba que las películas españolas de género policíaco estrenadas en los años cincuenta pasaron del centenar. Nosotros, de 1959 queremos destacar dos producciones: De espaldas a la puerta del realizador José Mª Forqué, y  A sangre fría, dirigida por Juan Bosch, que es menos "Agatha Christie" que la anterior pero que se ajusta muy bien al patrón que estamos describiendo. Como se verá, hay un atraco con un jefe muy chuleta (Arturo Fernández), unos compinches muy particulares (Carlos Larrañaga, Fernando Sancho), automóviles de lujo, pistolas, persecuciones, traiciones...y ya no les contamos más. María Mahor es la chica buena que le conviene al personaje de Larrañaga pero seerá la astuta Gisia Paradís (Gloria Paraíso Ballarín) la que se lo lleve al huerto. Este film, que por cierto nos parece muy bien hecho, apunta ya una cierta modernidad que cristalizará al año siguiente en cintas más libres, menos encorsetadas. Vamos a aprovechar la ocasión para detenernos en la bellísima Gisia Paradís y su atribulada vida porque siempre nos ponemos del lado de ellas,  siempre vulnerables y más aún en aquella época y en aquel medio. En 1975 fue procesada junto a las actrices Silvia Vivó y Verónica Luján por "tráfico y uso de heroína", aunque después quedaron en libertad con un cargo más leve. En 1977 ingresó en un psiquiátrico por consumo de drogas y años más tarde, en 1983, una sobredosis se la llevó para siempre. No llegó a cumplir los 50 años. Estuvo casada con Richard Kirby, un rico norteamericano y al parecer mantuvo relaciones con Julián Mateos, el director de cine Miguel Herreros y con Carlos Larrañaga. La familia de Gisia atribuyó a los amoríos -y casi boda- con éste último, la causa de su inestabilidad emocional y consiguientes problemas. 

        Hemos llegado al final. Durante la década de los 60 el cine español irá evolucionando, al igual que el País. La sociedad irá rejuveneciendo y abriéndose a nuevos horizontes mientras la maquinaria oficial se irá atascando en sus valores rancios, oxidándose poco a poco. Pero esa es ya otra historia. Y la de los setenta, ni te digo.