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AURORA DE ESPERANZA


 

            Antes de hablar de la película que nos ocupa esta vez, no tenemos más remedio que repasar algo la Historia de nuestro País y en concreto  la Guerra Civil que enfrentó a unos españoles contra otros. Habremos de generalizar, ya que un estudio pormenorizado nos obligaría a una o varias entradas específicas sobre el cine producido durante el conflicto.

        Esperamos que los lectores tengan alguna idea del estado en que se encontraba España en los años precedentes al famoso alzamiento que provocó tanto dolor. La cuestión sindical gozaba de gran protagonismo debido al enfrentamiento entre obreros y campesinos con patronos y clases dirigentes; y es que las cosas debían cambiar, había una esperanza, la clase trabajadora reclamaba unos derechos justos y razonables pero llevaban ya muchos años de precariedad, de abusos, de abandono o de ser obligados a tomar parte en guerras coloniales inútiles y mortíferas. La revolución obrera tenía que producirse para poner remedio al conflicto, pero al mismo tiempo todas las facciones desde sus agrupaciones políticas pretendían arreglar las cosas, salvar a España. Había tantos salvapatrias que se daban casos curiosos como el de Falange Española y la Confederación Nacional del Trabajo, que compartían el deseo de un entendimiento patrón-obrero, además de los colores y las pistolas; y la misma aversión hacia las coronas, las sotanas, los comunistas y resto de partidos políticos. En cuanto se produjo la rebelión militar, el pueblo reaccionó enseñando los dientes con una unidad y una fuerza como nunca lo había hecho. 

     En Cataluña, al inicio de la Guerra Civil el personal adscrito de un modo u otro al mundo del Cinema -como se decía entonces- estaba ya sindicado, gran parte de ellos a la CNT. Así fue como rápidamente, nada más producirse el golpe de Estado, controlaron la producción y exhibición de Cine incautándose de los laboratorios, estudios y salas de todas las grandes ciudades leales a la República, colectivizando la industria; medida que fue ratificada por La Generalitat de Cataluña. El bando rebelde por el contrario, tenía muy pocos medios para hacer Cine y escasos conocimientos de cómo convertir éste en una herramienta propagandística útil.


Cabecera de las películas, con la marca del Sindicato de la
 Industria del Espectáculo, denominación que vino a sustituir al
 Sindicato Único de Espectáculos Públicos (SUEP)

     El Sindicato Único del Espectáculos públicos S.U.E.P. de la CNT, tras la incautación de la industria cinematográfica la dividió en cuatro secciones: programación, distribución, propaganda y taquilla. Los ingresos de ésta última iban a un fondo común del que cobraban todos los trabajadores. También la producción se costeaba con dichos ingresos (en 1937 produjeron un millón de pesetas). Así pudo la CNT comenzar a rodar películas (Se llegaron a rodar unas cien) en las que pretendían escenificar y potenciar su ansiada reforma social. Y durante toda la Guerra Civil la situación arriba planteada permitió al bando Republicano el rodaje y distribución tanto de documentales como de películas de ficción, en los que se apostó por un realismo que ponía sobre el tapete temas tan graves como el paro, las desigualdades entre las clases sociales, la explotación laboral, la prostitución, el alcoholismo y todo aquello que generaba la insatisfacción y degradación de la clase obrera. No ha faltado quien comparara aquellas producciones con los primeros balbuceos del neorrealismo



    Muchos años después, en 2010, se ha llevado a cabo un estudio, recopilación y clasificación de todo aquel material presentado como el Archivo cinematográfico de la revolución española, CNT 1936-1939, editado en un estuche con 9 DVD. Hasta entonces y durante el franquismo, estudiosos del Cine Español como Ángel Zúñiga, José Luis Clemente o Méndez Leite, e incluso el -en ocasiones providencial- García Escudero negaban sistemáticamente el empaque e importancia de la producción cinematográfica republicana; la daban por no existente. Exceptuaremos el digno trabajo publicado en 1972 por Carlos Fernández Cuenca, primer director de la Filmoteca Nacional. Aquí, dado que lo único que pretendíamos era contar un poco aquella situación y repasar las películas entre las que se encuentra  Aurora de esperanza, mencionaremos, aunque sea de pasada, alguna de esas otras obras, documentales o largometrajes de ficción.

    De los 39 documentales vale la pena destacar los que perseguían fines sociales: La última (sobre el el alcoholismo en la clase obrera), ¿Y tú qué haces? (denunciando a los jóvenes que no se alistaban), Bajo el signo libertario (sobre la dignidad de la mujer) y los que se pueden considerar como propaganda bélica: Ruinas y Sangre de España, Milicias en el Frente de Aragón, Madrid tumba del fascio, los Aguiluchos de la FAI o el sentido Entierro de Durruti.



    

     Algunas imágenes del documental de Mateo Santos Movimiento revolucionario en Barcelona en las que se mostraban féretros y momias de religiosos a la puerta de los templos, han sido después utilizadas hasta la saciedad por los vencedores en los films que pretendían convertir en una cruzada la guerra que provocó su traición.

 

                 

                 
                         
         He aquí los carteles de varios documentales. A continuación nos ocuparemos de los largometrajes, de los cuales se rodaron tres en el año 1937, aunque con diferentes fechas de estreno:

  Aurora de esperanza. Que veremos detenidamente en esta Entrada. 

Barrios bajos. Dirigida por Pedro Puche. Se estrenó el 22 de mayo de 1937 en el Cine Avenida. Pretendía criticar la prostitución y denunciar las tramas de captación de que se valían proxenetas y alcahuetas. Ambientada en El Barrio chino de Barcelona, contiene algunas escenas eróticas que se consideraron demasiado fuertes en su momento. No obstante, fue criticada por la cúpula de la CNT por no ser suficientemente radical en sus planteamientos libertarios. Casi toda la película está rodada en interiores salvo algunos exteriores que pretendían poner de manifiesto el  contraste entre los barrios ricos y los barrios pobres. 
 

El Valencia (José Telmo), prototipo de obrero libertario
 con su protegida, a la que libra del acoso proxeneta.

   Nuestro culpable. Dirigida por Fernando Mignoni.  Esta fue la única película producida por la CNT de Madrid. El guión ya había sido presentado a los Estudios CEA antes de la rebelión militar. Es la historia de un Rocambole a la madrileña (El Randa, interpretado por Ricardo Núñez) que se mueve por los tejados de la ciudad y accede así a las casas para robar. Se cuela en una casa y se enreda con la amante del dueño (Greta, Charito Leonís), un acaudalado banquero. Pasarán muchas cosas, pero lo más significativo es que el banquero, para que no se aireen sus líos de faldas, dará por perdida una buena cantidad de  dinero del que se ha apropiado la pareja. Intentaran devolver el dinero pero infructuosamente, ya que las partes interesadas ya tenían su culpable. La película está trufada de guiños y atrevimientos impensables a partir de 1939. Pero ahí está.


El Randa y Greta.



      Y vamos ya con Aurora de Esperanza, dirigida por Antonio Sau. Fue la primera producción del S.I.E. El periódico La Vanguardia daba cuenta el 27 de agosto de 1937 de la finalización del rodaje y de que se esperaba su estreno para la semana siguiente.

       La película pone sobre el tapete y con gran dramatismo la problemática de la clase obrera, el cómo el ignorar sus derechos y rebajar su dignidad provoca la rebelión del proletariado, dispuesto ya a tomar las armas. Marcaremos en negrita los guiños del argumento que contienen la intención propagandística.

         Se narra la historia de Juan, un trabajador de la industria que se ve repentinamente desempleado y sin recursos. Tiene dos hijos: una niña (Pilarín, Ana Mª Campoy) y un niño más pequeño (Antoñito, "Chispita", Román González).




         Con su dignidad herida y el riesgo que suponía entonces para la estabilidad y bienestar de una familia la situación de paro forzoso del progenitor, le cuenta a su esposa (Marta, Enriqueta Soler) lo ocurrido. Para un honrado cabeza de familia, el paro, el no poder sostener a su prole era motivo de desesperación.




      Las cosas se irán poniendo cada vez peor; apuran los últimos ahorros, el casero les apremia a pagar el alquiler, Marta empeña su anillo de bodas y termina aceptando el único trabajo que le ofrece una casa de modas: lucir prendas de ropa interior a la vista del público. Tiene sus dudas pero la necesidad apremia. Cuando Juan se entera, acude al establecimiento y monta un escándalo protestando contra la explotación de la mujer, acusando a los que se aprovechan de la necesidad ajena en menoscabo de su dignidad: "¿Para vender esto tenéis que comprar la decencia de una mujer? Bien explotáis la miseria, mercachifles asquerosos." 

    


        La solución para Juan, en vista de que no consigue trabajo de ninguna manera consistirá en enviar a su mujer y los niños al pueblo. La marcha de la ciudad al medio rural fue, en toda España, un remedio en aquellos tiempos en que faltaba lo primordial: el sustento; antes, durante la Guerra Civil y después.


                              

         Y a partir de ese momento comienza el calvario de nuestro hombre. Sigue buscando trabajo sin éxito. En su búsqueda, mete la nariz en un club de alterne, para ver cómo viven los ricos, su despreocupación, sus vicios. Coincide con un señorito ocioso (y suponemos que vicioso) entrando en un club con sus putitas. El primer gesto de aquel, al observar la mirada insolente de Juan es hacer que lo echen a la calle, pero una de las muchachas se compadece y lo evita. Lo llevará a beber unas copas y al marcharse le dejará una cantidad de dinero, compadecida por su situación. Esta secuencia redime en cierto modo a La tanguista, al fin y al cabo otra mujer explotada que se solidariza con el desesperado obrero.
 
 
Con La Tanguista (Pilar Torres)
                             

        Juan se enfrenta después a un empresario al que exige en su desesperación que le de un trabajo. Aquí se pone de manifiesto lo sagrado del derecho al trabajo de cualquier ciudadano. ¡Que no digan que no hay trabajo. Que se lo saquen de la manga aquellos que tienen los recursos y la obligación de tener empleada a la población!






La película incide especialmente en cómo, a causa del paro, Juan va siendo arrastrado por la degradación y la soledad y cómo se resiste a caer, sacando fuerzas de flaqueza para conservar su dignidad. Le sucederán muchas cosas:



 


   
         Para poder comer, se une a quienes hacen cola para mendigar la sopa boba. Indignado al ver a tanta gente en las mismas condiciones, nace el otro Juan, el rebelde, que protesta, que pronuncia discursos animando a la gente a rebelarse. Embravecido, acude a un restaurante y después de saciar su hambre confiesa no tener dinero para pagar la cuenta. Llaman a la policía pero el agente que se lo lleva lo deja libre de inmediato en plena calle. Este detalle es un guiño sobre la comprensión de las fuerzas del orden, que a fin de cuentas, son parte del pueblo y están (o deben estar) de parte del trabajador. De todo hubo: Guardias de Asalto y Guardias Civiles, unos cayeron hacia un lado y otros, pues hacia el otro.
 



   
        La paciencia de Juan, del pueblo, ya ha llegado al límite. Pronuncia arengas y se une a una marcha "del hambre". Ante la reacción de alarma de las autoridades, los manifestantes se arman. Acorralarán a un señorito (precisamente el juerguista del club) pero no lo tirarán al río con coche y todo; revolución sí, pero sin violencia innecesaria. El caso es que hubo demasiada, por ambos lados, precisamente en ese comienzo revolucionario. 
 


       Este mitín espontáneo que da Juan iba a ser rodado sin más, pero terminó disuelto a porrazos por la auténtica Guardia de Asalto republicana. Lo sucedido formaba parte del argumento, pero la secuencia terminaba con el grito de uno de los manifestantes: ¡La policía!, a la que ni siquiera se llegaba a ver. Al producirse el rodaje en mitad de la Guerra Civil, con un orador cabreado reclamando derechos laborales y trabajo, ocurrió que un vecino llamó a la auténtica policía creyendo que aquello era real. Las fuerzas del orden, que no habían sido avisadas del rodaje, entraron a saco, repartieron palos y así quedó la película.
 







La familia de Juan se une a la "Marcha del hambre" cuando ésta pasa por el pueblo. 


        Las últimas secuencias, feliz desenlace con la esperanza puesta en  los corazones de los manifestantes, ponen el final a este film. Sus artífices consideraron cumplido sobradamente el objetivo de denunciar el sistema capitalista y sus injusticias, aunque a costa de ello, la película no deja de parecer un documental, eso sí, realista y muy bien hecho. 

              

     
     Con frecuencia se la ha señalado como precursora del neorrealismo europeo. Todo nos parece bien, excepto que se aireen a los cuatro vientos eslóganes como "somos cine, cultura europea" y el espectador, que a fin de cuentas es quien paga la Televisión Pública, ignore su patrimonio fílmico, su Historia. Se diría que alguien tiene interés en avergonzar al público manteniendo un programa como Cine de Barrio, con la artera excusa de homenajear a uno de nuestros actores o actrices clásicos. Las películas que programan son o bien una exaltación de la España atrasada pero feliz tipo "vivan las caenas" o bien una pasarela de conductas machistas que rozan lo baboso. No pedimos que pasen cine de autor tipo El espíritu de la colmena, pero tampoco bodrios más bien guarros como El abominable hombre de la Costa del Sol, por citar una mínima muestra de la ingente producción cinematográfico-basurera de aquellos años que produjo, a aquellos que movían los hilos de la industria, unos pingües beneficios.  

    Volviendo al Cine del SIE, éstos largometrajes producidos en 1937, con Aurora de Esperanza a la cabeza, no tuvieron continuidad en las siguientes producciones de la CNT, es decir, ya no se plantearon del mismo modo. Destacaremos Nosotros somos así dirigida por Valentín R. González (comedia musical con el texto en verso) que todavía se filmó en 1937 y ¡No quiero, no quiero!  De Francisco Elías en 1938. Aunque de contenido político anarquista, éste viene más diluido, impregnando argumentos más comerciales que en definitiva eran más del gusto del público; un público deseoso de acudir a las salas de Cine para evadirse de los rigores de la Guerra.