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CURAS DE CINE 2


         Continuando con el tema propuesto, vamos a dar ahora un salto hacia atrás: En El misterio de la puerta del Sol (1929), reconocida como la primera película sonora de nuestro cine, aparece un cura, también en el trance de auxiliar a un reo en sus últimas horas, encarnado por Federico Kirkpatrick y O’Donnell (1905/1979), personaje perteneciente a la nobleza española. No se le conocen más intervenciones en el cine, por lo que podemos atribuir su papel a la amistad con los gestores de la película. Por cierto, hablando de primeras películas sonoras en la historia del cine, ya sabemos que en 1923 nuestra Concha Piquer, a sus 16 años, se adelantó a El cantor de jazz (1927) en una cinta sonora de once minutos en la que canta, baila y toca las castañuelas. El film apareció recientemente en Estados Unidos, en la Biblioteca del Congreso. Pero volvamos a Federico: Aquí está perfectamente caracterizado para la ocasión: 


                     En Del Rosa al Amarillo (1963) encontramos uno de los curas más creíbles de nuestro cine. Estamos seguros de que a más de un lector le producirá escalofríos la figura de ese Prefecto de Disciplina o Jefe de Estudios de colegio de curas que presidía la lectura pública de las calificaciones escolares, para escarnio de los estudiantes desaplicados o rebeldes y gloria de los empollones. El actor es Antonio Alfonso Vidal, y su interpretación impecable. Ya había subido al altar para oficiar una boda en El indulto (1960), después fue el padre Dimas en Estudio Amueblado 2-P (1969) y por último un Padre Superior en una producción de TVE. (1974). 

                                                       

      Hay una película muy singular: Con guión de Berlanga y Pedro Beltrán, dirigida por Fernán Gómez y con Jess Franco en el reparto, se estrenó El extraño viaje (1964), título adoptado tras desechar el inicial "Crimen de Mazarrón". En él aparece un cura muy metido en su papel. El domingo después de misa se da un garbeo entre las mesas del bar instaladas en la plaza, donde los parroquianos toman el aperitivo. Con señorío de torero, primero pone en evidencia a los de una mesa por lo elevado de su cuenta, ya que han pedido “incluso gambas” y después saluda a la pareja formada por Lina Canalejas y Carlos Larrañaga, preguntándoles por sus intenciones matrimoniales. Creemos reconocer en él al polifacético Enrique Navarro Ramos. Aquí lo tenemos, en ambos lances:


           


        En la interesante película La piel quemada (1967) cuya visión recomendamos calurosamente, tenemos curas a porrillo. La cinta narra las peripecias de una pareja muy humilde, procedente de la Andalucía profunda, desde su precipitada boda hasta su asentamiento en la costa de una Cataluña en pleno desarrollo turístico. Ya volveremos sobre ella porque creemos que merece una Entrada propia. Relación de apariciones eclesiales: Están, por este orden: el cura que los casa, otro que viaja en el mismo tren botijo que la protagonista y dos curas más, profesores de religión en los flashback que narran la educación de la pareja en su juventud. De los dos primeros, uno de ellos es Luis Puigvert. Los otros, y por ese orden, Miguel Graneri e Isidro Novellas. Graneri pone un tremendo énfasis advirtiendo de los peligros de la carne...


             
     Tampoco la aplaudida Muerte de un ciclista (1955) carece de apariciones sacerdotales. El primer oficiante es Manuel Arbó del Val (1898/1973) haciendo de Padre Iturrioz y revestido con las mejores galas para casar a una joven pareja. A la boda, celebrada en un templo de postín al aire libre, asisten todos los personajes de la alta sociedad que intervienen en la película. 


     Más tarde, en el funeral por el ciclista atropellado, tenemos nada menos que a dos sacerdotes. Parece poco creíble una misa pro defunctis de un pobre con dos celebrantes y toda la pompa, pero así es. No disponemos de los nombres de los sacerdotes pero aquí están:



        Por último, aparece el actor Manuel Guitián Salgado, encarnando a un confesor que al ver a Alberto Closas deambulando por el templo, le pregunta si desea algo, o sea, si se quiere confesar. Puro retrato.




    Pasamos ahora a Nueve cartas a Berta (1966).Película que se suele clasificar como de "el otro cine", ese cine "con mensaje", que decía lo que podía y con media boca, no sin antes jugar al ping-pong con la censura. La pelota era el guión. Pero, ¿hay curas, en esta película? A capazos, ya que retrata una pequeña ciudad de provincias. Lo que ocurre es que, al igual que en otras obras de la época, había ya intención de mostrar la omnipresencia eclesial. El primero, el padre Echarri, (Fernando S. Polack) del tipo campechano preocupado por la juventud, respetado en la comunidad y recibido con honores (que declina elegantemente) por todas las familias. Tenemos después el que se cruza con el protagonista en plena calle y no pudiendo evitar el cotilleo, se detiene y le observa con descaro. Aparecerán después otros curas, urbanos también, y uno muy importante: El tío del muchacho (en el centro), un cura párroco   


de pueblo que recibe el encargo familiar de tenerlo consigo una temporada, para ver si sana de cuerpo y alma. Por último, y con ocasión de la asistencia a una casa de ejercicios espirituales, el protagonista y la alegre muchachada bajan del autobús para ser recibidos por varios de estos sacerdotes, expertos en lograr cambios en la vida espiritual de los participantes. Aquí tenemos a uno de ellos, dando unas palmadas para llamar al orden al rebaño de recién llegados.





     Cambiando de registro: La perseguida y mutilada El Inquilino (1958) que retrataba con justa crudeza la situación inmobiliaria en la España de la época, contiene una secuencia con un cura digno de elogio: Rosa María Salgado y Fernando Fernán Gómez, es decir, Evaristo y Marta, caminan angustiados porque no encuentran piso y el  que habitan, con los niños dentro, está ya siendo derribado. De repente ven pasar un entierro. Al coche fúnebre le acompaña tan solo el sacerdote. Deciden incorporarse al cortejo para indagar si el finado ha dejado un piso vacío. El cura, notando su presencia tras él, les hace señal de que se acerquen y les susurra sin más preámbulos y sin volverse: "Calle la Palma, cincuenta y seis, veintidós, centro."





                                


       La cruda realidad es que se dirigen a esa dirección y ya hay un montón de gente intentando ser los nuevos inquilinos. El actor que encarnó a tan comprensivo sacerdote fue Rafael Calvo Revilla. 


     En la exitosa comedia La ciudad no es para mí (1966) el protagonista, Paco Martinez Soria, aparece en Madrid para, garrulada va, garrulada viene, recomponer eficazmente la moral y el orden en la familia de su hijo, echada a perder por los peligros de la gran ciudad. Él es de pueblo, de Calacierva y ¡a mucha honra!, donde tienen un curita cañón al que da vida Manuel Tejada de Luna. Las escenas del pueblo se rodaron en el municipio de Loeches, provincia de Madrid, por su proximidad con la capital, aunque Calacierva existe y pertenece a la provincia de Zaragoza. El toque aragonés final se lo dan Paco Martinez Soria imitando el habla baturra (él era maño de nacimiento) y la banda sonora de nuestro admirado Antón García Abril, que sonaba igual en todas las películas con tal paisanaje. Por cierto, Martinez Soria remató la faena haciendo de cura en Se armó el Belén (1970). 
 



        Y para terminar, una película de la gran Ana Mariscal: Su adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes El camino (1963). Teniendo en cuenta la época y el medio rural en el que se desarrolla la historia, no podía faltar un cura. Lo interpreta maravillosamente Joaquín (Fernández) Roa. Y una vez más tenemos que alabar a nuestros magníficos actores secundarios. Su estilo interpretativo, de hombre bondadoso medio sorprendido y medio zumbón, le va que ni pintado a este cura que tiene que lidiar con Lola, "La Guindilla mayor" y sus escrúpulos religiosos. Había hecho ya de sacerdote en La fe (1947); de Fray Talán en Marcelino, pan y vino (1955),y de Don Elías, el cura de La pícara molinera (1955); hizo después, de fraile en Fray Torero (1966), de fray Agustín en El monumento (1970), y de sacerdote en Hasta que la muerte nos separe (1977).Casi empata con 


   
Félix Fernández, pero no lo consigue; ni siquiera elevando a la categoría de "clérigo regular" a todos sus personajes encogullados. Por cierto, intervino en 78 films a lo largo de su vida.

        Grandes actores, grandes interpretaciones (y maleabilidad según el gusto del público y el momento histórico): Por supuesto que no nos vamos a dejar fuera a Fernándo Fernán Gómez, aunque es posible que de entre su extensa filmografía se nos escape algún personaje eclesiástico, pero allá vamos: 

        El primer papel del que tenemos constancia es el de un misionero. El año encaja -1949- cuando todo el País estaba ya convencido de que éramos algo así como la salvación del mundo. Había que enviar misioneros a todas partes: Al padre Santiago Hernández, en La mies es mucha, le toca bregar con los nativos (que adoran a quien les da la gana), con los misioneros protestantes y con los propietarios de ingenios y explotaciones,

Se trabajaba con pocos medios y muchas ganas: aquí tenemos a Julia Caba Alba y a Romero Marchent haciendo de hindúes...


       El papel de cura que acrecentó hasta límites insospechados la popularidad de este querido actor fue el de Javier Mendoza, un teniente de La Legión que en un momento dado percibe la fragilidad de nuestra existencia y se hace cura. Será Balarrasa, protagonista de la película homónima de 1951. Demostración de que se podía ser "pero que muy hombre" y al mismo tiempo abrazar el sacerdocio:


Se dice que a las autoridades eclesiásticas no les hizo demasiada gracia que apareciese vestido con clerigman, pero los beneficios en el otro platillo de la balanza disiparon el desacuerdo con aquel toque de modernidad.


       Y ya estamos en 1978. La explosión de libertad que trajo la muerte del Dictador justificó este film, Arriba Azaña, en el que los espectadores que habían pasado de niños por internados religiosos, se regocijaron viendo las tribulaciones de sus antiguos verdugos. 


A estos prefectos de disciplina se les temía, y con razón.


        Siguen pasando los años y le encontramos de nuevo con sotana: la película fue El gran Serafín de 1987, y el personaje el Padre Bellot, un cura sabio y un tanto especial.

  



        Dos años después, intervino en la serie televisiva Juncal, dando vida a Domingo Camprecios, un cura moderno y corrido que aprieta los machos del torero, pero sin pasarse.



        En 1991 se rodó una nueva versión de Marcelino pan y vino, y a Fernando le tocó hacer de padre prior del convento. Creemos que es muy difícil superar algunas obras clásicas (aunque haya público al que violenta el blanco y negro) y que las versiones evidencian falta de imaginación y una creatividad rala, chata y desinformada, pero ahí quedó.


                                
 

      Y para terminar con este hombre, citaremos la película Plenilunio de 1999 donde se vuelve a plantar el hábito. 


             

 


        Así llegamos al final de esta segunda Entrada, aunque se podrían enjaretar unas cuantas más y no es esa nuestra intención. Proponemos un caluroso aplauso a todos nuestros actores de reparto por haber dado vida a unos personajes tan creíbles. 
      Por último, prometemos ocuparnos con más empeño del cine religioso, el que se hizo durante la época en que nos movemos aquí  y en el que hubo de todo.