Archivo del blog

UN VALENCIANO OLVIDADO: ANDRÉS PERELLÓ DE SEGUROLA (2)

 

S.S. La Champagne.

            Como recordarán, en la anterior Entrada dejamos al amigo Segurola embarcado camino de Nueva York. Conocemos muchos detalles de aquel viaje porque al escribir su autobiografía, echó mano de una especie de diario neoyorkino que estuvo llevando y que según confesó, fue el único que escribió en su vida, antes o después de aquel viaje. A bordo del buque había más profesionales de la Ópera con su mismo destino. Le fue presentada Fritzi Scheff, una soprano vienesa que le gustó, y mucho. Lo anotó en su diario...


"Graciosa, elegante, vivaracha, bonito perfil
 y maravillosas piernas...Detente,Segurola!"

        Durante la travesía conoció también por primera vez a la famosa Emma Calvé, la soprano francesa, cuyo apellido real era Calvet de Roquer. Se cayeron bien desde el primer momento y Andrés, conversando con ella, mencionó intencionadamente a la contralto Alice Cucini, a quien había visto por última vez en Nápoles cantando ambos la ópera Hamlet, un año y medio antes. La reacción de la Calvé no se hizo esperar: Después de elogiar su voz y su belleza quiso saber si nuestro hombre conocía su dirección y si tenía ella algún amante. "No creo que le gusten mucho los hombres" contestó él con media lengua. Por supuesto no le contó que durante el viaje a Buenos Aires, Alice Cucini confió a un grupo de artistas, incluidos el maestro Toscanini y el mismo Andrés, los insistentes asaltos de la Calvé mediante flores, perfumes, cenas y demás con los que intentó iniciar una relación amorosa con ella.
 

La Calvé: su celebrada interpretación como protagonista
 de Carmen convirtió esta en su imagen más popular.


        Una vez en Nueva York, el duro clima invernal, el idioma y las escasas ocasiones de relacionarse socialmente fueron haciendo mella en el siempre animoso Segurola: su habitación del hotel era demasiado pequeña  y tuvo que pagar un dinero extra por algo similar a una suite; sufrió una caída en plena calle a causa del hielo -!no llevaba chanclos!- y para colmo, el Director del Metropolitan, un francés de apellido Grau, le atendió fríamente sin aclararle cuándo y con qué obra iba a debutar.

     El día de Navidad, viajando en autobús por Broadway observó que una atractiva joven no le quitaba ojo. Finalmente ella le dedicó una sonrisa y cuando se disponía a bajar en la siguiente parada, perdió el equilibrio y se aferro al brazo de Andrés, diciendo en perfecto francés "pardon monsieur". Él se apeó también y simplemente se puso a seguirla. Casi inmediatamente -nos cuenta- notó por la actitud de ella que quizá se trataba de una profesional, pero muy atractiva, qué caramba. La invitó a una espléndida cena y cuando preguntaron por un taxi ya era demasiado tarde: las tres de la madrugada en plena Navidad. El encargado del restaurante les ofreció como alternativa tomar una habitación en el propio local. Así lo hicieron y cuando estaban ya en paños menores se oyeron unos recios golpes en la puerta a la vez que una voz les conminaba: "Abran la puerta. Es la policía.!" Los agentes, una vez aclarado que la pareja no era un matrimonio, les detuvieron a ambos. Fueron transportados en un furgón junto a otras parejas similares hasta los calabozos de la comisaría, donde todos los detenidos debían permanecer hasta la mañana siguiente. El clima más bien cordial y el espíritu navideño invitaban a confraternizar. Louise -así dijo llamarse la muchacha- se puso a canturrear y nuestro hombre, sin poderlo evitar, se arrancó a su vez haciendo lo que se le daba tan bien. Interpretó a pleno pulmón varias canciones, entre ellas La paloma, en español, acompañado por un policía de origen filipino. A las 6 de la mañana, entre los alegres policías y detenidos empezaba a cundir el hambre, pero ya se podían pedir desayunos a una cercana cafetería. Todo el mundo desayunó gracias al generoso bolsillo de Andrés. Cuando comparecieron ante el Juez, Louise fue condenada a pagar una multa -que costeó Segurola- y éste, debido a ser extranjero y desconocer las leyes de la ciudad, fue puesto en libertad sin cargos. Pero el Juez quiso advertirle: en Nueva York, una prostituta sólo podía ejercer su oficio en su propio domicilio. Hacerlo fuera de él constituía un delito y su cliente era considerado cómplice.




     Nuestro hombre salió a la calle aliviado porque finalmente la aventura no había trascendido: era un completo desconocido para toda aquella gente y además lo había pasado muy bien. La broma -anotó en su diario- le había costado 115,25 dólares (de los de entonces). Así que -rió para sí- después de esperar tanto, por fin había debutado como cantante en Nueva York.

     Para Nochevieja ya estaba todo olvidado y asistió a una cena de fin de año en la residencia de la Calvé, la cual celebraba su éxito en Carmen la noche anterior. Segurola reconoció ante los veinte invitados que jamás había visto -y había visto muchas- una Carmen como ella. También estaba en la fiesta Fritzie Scheff, Micaela en la mencionada representación. Hubo ríos de Champagne y besos a diestro y siniestro. ¡Bienvenido, 1902.! En un momento dado, Fritzie mostró interés por las Cataratas del Niágara y Andrés se comprometió a acompañarla para visitarlas cuanto antes; Así lo hicieron pocos días después. Nueva York le iba mostrando una cara más apacible. Además, por fin tuvo noticias de Grau: le dijo que cantaría en Manon y en otras obras, pero no pudo concretarle los papeles a ejecutar ni las fechas, mientras el dinero del cantante disminuía alarmantemente. No obstante, conoció y entabló una duradera amistad con un tal Conde Lumillino, un portugués pobre pero lleno de recursos. Con él -nos cuenta- visitó el puente de Brooklyn, Chinatown, la Academia de West Point y el Madison Square Garden, con su torre aneja que se construyó copiando con exactitud las medidas de la Giralda de Sevilla.
  

Muchos neoyorkinos y por supuesto los turistas españoles,
 ignoran que una vez existió este monumento en pleno
 Manhattan. Desgraciadamente fue demolida en 1925.


            Llegó el mes de Mayo y el fin del contrato. Segurola había cantado  en dos representaciones de Aida, otras dos de Manon, una en El barbero de Sevilla y dos de La Boheme. Total, siete actuaciones bien remuneradas en 5 meses, incluyendo una gira de la Compañía que les llevó en tren hasta San Francisco, a finales de Abril. Aquellos Pullman en los que se desplazaban se le antojaron al cantante como una especie de crucero con ruedas. Disfrutó de buena comida y bebida, risas y partidas de póker. Los últimos días antes de zarpar su barco con destino a Europa los dedicó a visitar a las numerosas amistades que había hecho durante su estancia. Cuando zarpó el barco, se despidió de los brumosos contornos de Manhattan, ya en el lejano horizonte, diciendo: "Au revoir, New York". Ignoraba entonces que iba a volver muchas veces, a la vez que recorría medio mundo.




        
        Regresó a Barcelona, a su querido refugio en el hogar de los Masvidal. De allí se desplazó a Madrid para cantar en la temporada del Real, donde intervino en varias óperas y fue requerido para cantar ante la familia real. Así lo hizo, acompañado de María Barrientos. Conocieron a la Infanta doña Isabel y al joven Rey Alfonso XIII. El recital fue un éxito y al terminar, el joven Alfonso se dirigió a Andrés para preguntarle "Cómo podía cantar sin que se le cayera el monóculo"; todos rieron la ocurrencia. Años más tarde, en 1912, el monarca nombró a Andrés Comendador de la Orden de Alfonso XII.


El yate de la Royal Navy.


            Desde Madrid y a mitad de temporada, dio un breve salto a Lisboa, solicitado por el Rey Don Carlos de Portugal que quería agasajar a Eduardo VII rey de Inglaterra en su visita por aquellas tierras. Tanto gustó su interpretación y tan grande el agradecimiento de los monarcas que le invitaron al yate Victoria y Alberto, fondeado en la desembocadura del Tajo y custodiado por varios navíos de guerra ingleses. Departió con ambos monarcas sobre diversos aspectos y quedó gratamente impresionado. A Carlos de Portugal no lo volvería a ver: cinco años más tarde, al regresar de una excursión por los alrededores de Lisboa su coche fue tiroteado y los disparos alcanzaron fatalmente al monarca y a su hijo.
            
            La carrera de Andrés de Segurola inicia una larga etapa caracterizada por numerosos compromisos aquí y allá, su caché cada vez más alto y un gran número de personalidades de la música y de la nobleza con quienes traba conocimiento y amistad. Trataremos de dar cuenta de lo más significativo, pero no nos extenderemos en demasía. En Marzo de 1905 lo encontramos en Palermo cantando en la Ópera Iris de Pietro Mascagni. Entre 1905 y 1906 nos cuenta que estuvo muy ocupado en sendas temporadas en Trieste, donde se le nombró Comendador de la orden de la Cruz de Savoia, y en La Havana. En 1907 formando parte de la Compañía San Carlo -con la famosa soprano Anna Fitziu-  hizo una gira de costa a costa en los Estados Unidos.


Anna Fitziu. 


         Las actuaciones se sucedían sin parar y su fama crecía. Volvió una vez más a Buenos Aires y después a Uruguay para cantar en sus temporadas operísticas.
         En Montevideo se le presentó a su Compañía lírica una posibilidad, una nueva experiencia ofrecida por la española "Compañía de Navegación Pinillos". Se trataba de una innovadora forma de publicidad lanzada por la naviera. Había organizado un crucero con su vapor Cadiz e invitaban a los miembros de la Compañía San Carlo a tomar pasaje a bordo. Pararían en Río de Janeiro, Las Palmas de Gran Canaria, Cádiz, Valencia, Barcelona y Marsella, con regreso a Argentina. Durante dichos atraques, se ofrecía a los pasajeros excursiones locales con almuerzo especial incluido. Además podían elegir entre primera y segunda clase a precios muy ventajosos.


El Cádiz en una postal de la época.


         Al regresar, Segurola participó en su ya quinta temporada de Ópera en Buenos Aires. Además de cantar, hizo vida social, huésped de la familia Mitre, que controlaba los diarios La Nación y La Prensa, de Benito Villanueva en su estancia El Dorado y de los Alvear, a los que había ayudado a conocerse en su primer viaje. En estas fechas -1908- se decidió el futuro de nuestro hombre: Recibió ofertas del Constanzi de Roma, del Colón de Buenos Aires y otra muy apetitosa: la de Oscar Hammerstein, constructor, propietario y director de la Manhattan Opera House. Andrés escogió esta última. Así comenzó una provechosa relación con Nueva York que duraría 12 años. En 1910 trabó amistad con Giacomo Puccini durante los ensayos de la Ópera La fanciulla del West, en el Metropolitan de Nueva York. En 1911 a bordo del Umbría y de regreso de la temporada en Buenos Aires coincidieron de nuevo. Se encontraron en una solitaria cubierta y Segurola le preguntó de cual de sus óperas estaba más satisfecho. Puccini le llevó a un pequeño salón para fumadores y se sentó frente a un piano. Tocó y canturreó algunos compases de Madame Butterfly para después confiarle que su famosa obra había nacido enferma. Le contó que en su estreno en La Scala de Milán el público la abucheó y los críticos se ensañaron con ella, lo cual le produjo una gran decepción.
     
        
Giacomo Puccini.

        
        El Met estuvo dirigido por Toscanini y Gatti-Casazza durante todos aquellos años. Y entre las estrellas de la Compañía, el insuperable Caruso de quien Segurola fue una especie de secretario-amigo y compañero de juergas. En 1916 durante una representación de La Bohème, Andrés se quedó completamente afónico. Tenía que cantar el aria Vecchia zimarra y se encontraba totalmente perdido. Pidió ayuda a Caruso y éste, desde bambalinas, le hizo un play-back (nunca mejor dicho) que nadie advirtió. En el Met cantaron por esa época, además del célebre italiano, nuestras compatriotas María Barrientos y Lucrecia Bori, Geraldine Farrar, y en suma, las grandes voces del momento. Allí se representaban Manon Lescaut, Tosca, La Bohème, Butterfly y se estrenó La fanciulla del West. Pero no todo eran contratos y funciones de Ópera: La vida amorosa de los artistas era ya entonces muy diferente a la de los ciudadanos de a pie. En 1920 y como consecuencia de su mutua y antigua atracción, se produjo un anuncio en la prensa de N.Y.:
  
  
No nos extrañó este hallazgo en la prensa,
pero lo cierto es que nunca hubo boda.

        
         Hablando de Lucrecia Bori, Segurola afirma en su libro que nació en Gandía (y no en Valencia ciudad como se tiene por cierto). Que su verdadero apellido era  Borja -Borgia- y que era descendiente de Lucrezia Borgia, la hija del Papa Alejandro VI, motivo por el cual se cambió el apellido. Dejamos la cuestión a los expertos. Lo que sí sabemos es que vivió en Valencia, en la Calle Grabador Esteve y fue vecina de Juan Gil Albert, según cuenta éste en su Crónica General. El caso es que se estrenó en el Met a los 21 años de edad y encantó a todo el mundo.


Lucrecia Bori.

 
        Y antes de continuar, quisiéramos dedicar también un recuerdo a la desafortunada Lina Cavallieri. Recordemos que su debut operístico fue un fracaso. Más tarde, en 1908 se supo de su romance con William K. Vanderbilt J.R., muy mal visto por la alta sociedad neoyorquina, formada por los miembros de las antiguas familias. De modo que sufrió un nuevo rechazo a pesar de que por entonces sus actuaciones en el Met eran bastante aplaudidas. Lo siguiente fue una grave inflamación de apéndice que, contra el consejo de los médicos, no quiso que le extirparan. La cura opcional suponía dos semanas de reposo en un hospital. Hubo maliciosos comentarios que apuntaban a un montaje para evitar ejecutar el papel protagonista en Manon Lescaut debido a su pobre francés y su incorrecta dicción. Desde luego, tonta no era. Mantuvo noviazgos estando comprometida con un miembro de la nobleza. Se casó y se divorció. Con la intervención de Segurola, cantó con éste para los duques de Grammont con la actuación simultánea de una famosa bailaora: Antonia Mercé, "La Argentina", que no tardaría en hacerse mundialmente famosa. Lina -Linetta para Andrés- tuvo un triste final. El 8 de Febrero de 1944 en Florencia -Italia- huída de la Alemania nazi y estando en la terraza de la villa que le había regalado el Príncipe Bariatinski, vió aproximarse unos aviones. ¡Americanos! ¡Son americanos! -gritó- cuando en realidad se trataba de bombarderos alemanes. Un obús la destrozó en mil pedazos.
 

Lina Cavallieri.

        Durante todos aquellos años, Segurola cantó en La Casa Blanca a petición del Presidente William H. Taft. Pero bien para cumplir con nuevos contratos o por placer continuó viajando a Europa. En Italia, cantó y alternó con la nobleza europea en balnearios como el de Salsomaggiore donde
 compartió los amoríos del Duca degli Abruzzi con la famosa Anastasia Korovina. Estuvo en París en varias ocasiones, donde en una de ellas conoció a la célebre Elsa Maxwell, la experta en cotilleos, organizadora de eventos y omnipresente en cualquier acto social. Fue huésped de Effen Pasha en su villa de Neuilly y cantó para su favorita, la cual se suicidó poco después. También conoció en el Casino d'Enghien cercano a París y después trató -nos cuenta hasta donde él quiere- a Ganna Walska, la bellísima polaca nacida en Varsovia y viuda ya de un primer marido... Mientras tanto, seguía vinculado a Nueva York y a su mundo operístico. Vio aparecer y triunfar a divas como Geraldine Farrar o Frances Alda. Cuando el empresario lo requirió viajó a Atlanta, capital del imperio sureño, con la Compañía al completo. Fue testigo de la renuncia de Toscanini y volvió a viajar con toda la Compañía, esta vez a México.
 

Ganna Walska.

 
        Lo cierto es que la Gerencia del Metropolitan tenía puesta una creciente confianza en Segurola. El caso de Goyescas, la Ópera de Enrique Granados, fue uno de los motivos. Había problemas de escenografía, por ser ésta muy variada y con complicados cambios de decorado entre acto y acto. Granados se negaba a modificar su libreto. Acudieron a pedir ayuda a Andrés, ya que el idioma era un obstáculo añadido para entenderse y él lo solucionó convenciendo al compositor. Todo se resolvió en un caluroso abrazo. Volviendo a Gianna Walska, ésta se desplazó a Nueva York con la esperanza de hacer carrera en el mundo operístico. Pese a sus cartas de recomendación, lo cierto es que nunca pasó de ser una buena bailarina. La última noticia que tenía Andrés era que vivía con una amiga en un apartamento en la calle 71 con Broadway. Meses después de perderla de vista, recibió una invitación para cenar en casa del señor y la señora Frankel. Una nota escrita a mano en la propia invitación le aclaraba que la señora Frankel era Ganna Walska. Se había casado con un eminente neurólogo, treinta años mayor que ella. Después de aquella cena, Segurola y su vieja amiga siguieron viéndose con frecuencia. Pero siempre -nos cuenta- sin el marido. Ella se quejaba de que su esposo siempre estaba trabajando. Pero eso sí: invariablemente le telefoneaba a media noche, estuviesen donde estuviesen, para preguntarle cómo se encontraba y contarle lo que estaba haciendo. "Muy considerada", añade Andrés en su relato. 

        Además de organizar una temporada de Ópera en La Havana, Segurola ideó -cansado ya de su larga carrera como cantante- unas "Matinées artísticas" celebradas un jueves cada dos semanas en las que además de presentar cantantes como Lucrezia Bori, tenía intención de incluir algunos personajes como John Barrymore, Will Rogers, Houdini o George Gershwin. Fueron un completo éxito. Todo cambió la noche de 1926 en que acudió a una cena que daba Rosa Ponselle en honor de Gloria Swanson.


Gloria Swanson.

         El arrollador encanto de la actriz no solo dejó sumamente impresionado a nuestro hombre, sino que le convenció para que marchase con ella a Hollywood, donde era copropietaria de la United Artist Co. y  cambiase su oficio por el de actor de cine. Le dijo: "Seggie, quiero que vengas conmigo en el tren. Tenemos que comentar mis planes".El mencionado "tren" era un convoy ferroviario privado al que no le faltaba su chef, su maitre, sus doncellas y su mayordomo. Además, podía detenerse donde ella quisiera, o cambiar a su gusto el itinerario. Andrés ya estaba cansado de hacer siempre lo mismo y la oferta era todo un desafío. Naturalmente, se subió al tren. 
            
            En la tercera parte de nuestro relato contaremos sus andanzas vitales y profesionales en la Meca del Cine. 
 


         

       
















 ,