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LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS

 



            Aquí estamos de nuevo con una obra de Edgar Neville. Varias veces nos hemos ocupado de su cine y siempre quejándonos del trato que se le ha dado a su trabajo o al de otros buenos cineastas en función del pito que tocaran. El oportunismo de la izquierda y la torpeza de la derecha han permitido que al ciudadano se le hurte un cine que no por antiguo, o por estar rodado en blanco y negro, o por haberse hecho en una época en concreto o por ser su realizador un señor de derechas, merece ser ignorado. Tenemos películas hechas durante el franquismo que en otros países serían objeto de culto y orgullo, una deuda con el pasado que provocaría exhibiciones y homenajes de todos; pero aquí no. Aquí la cultura cinematográfica ha estado con frecuencia en manos de gente cuyo talante reunía la peor combinación: la ignorancia mezclada con el revanchismo, pero eso sí: sin haberse mojado el culo. Mientras tanto, las alharacas de los premios de Juan Palomo llenan los televisores de glamour y famoseo, vestidos largos y caras guapas con los que ocultar que ese recibimiento a los americanos, los sueldos pagados a tanta gente, alquileres, decorados y comparsas, más las subvenciones para tanto cine de dudosa calidad salen de los bolsillos de todos. Los espectadores se sienten así un poco más californianos, sobre todo si se homenajea a alguien que venga de allá y pronuncie su discurso de agradecimiento en inglés. En esa Ceremonia, remedo casero de lo que acontece en el Teatro Dolby de Hollywood, se premia las lechugas más presentables dentro de la cosecha de cada año, plagada de cascajos. De paso, si hay que vender las berzas marca El Zorro, se ponen en un sitio preferente del mostrador. 

    Esta Entrada -como la mayoría de las publicadas hasta ahora- está dedicada a los aficionados a nuestro Cine Clásico que sin ser entendidos ni críticos, aprecian las buenas obras y saben situarse en el contexto histórico de su rodaje, que conocen el alcance y el peso de la historia a la vez que reconocen un buen actor. Y ahí queríamos llegar, porque La torre de los siete jorobados es, para algunos aficionados, de las mejores películas del Cine español. 

    Sobre la historia que cuenta La torre de los siete jorobados hemos de hacer algunas precisiones históricas y literarias que nunca están de más. Pero si quieren, se las saltan. Estamos en 1920. La editorial "Mundo Latino" publica la novela del mismo nombre de un escritor especialista en misterios, ocultismo, asuntos policíacos y tejemanejes del lumpen (Los muertos huelen mal, La calavera de Atahualpa): Emilio Carrere. En realidad, la obra había sido escrita con anterioridad por este mismo señor bajo el título de Un crimen inverosímil. La Editorial le dio la forma definitiva a su manuscrito con la ayuda entusiasta de un especialista en el género y pionero de la ciencia-ficción: Jesús de Aragón. Así nació esta obra desquiciada, madrileña, castiza y gótica a la vez, con sus ciudades subterráneas, sus personajes que "salen" literalmente de la luna de los armarios, conjuras y siniestros jorobados.







Emilio Carrere.

 
 


 

        Emilio Carrere, nacido en 1881, era todo un personaje. Aspirante a actor en su adolescencia y famoso por haber dilapidado una cuantiosa fortuna, ejercía de periodista en el Diario Madrid y adquirió cierta fama por loar el golpe de Estado de 1936 y el desfile de la victoria (nótese la minúscula). Era también Cronista de la Villa y al mismo tiempo deslizaba su silueta en plan teatral por las callejuelas del Madrid nocturno, siempre ataviado con chapeo y capa, perfumado por  el humo de su pipa. Él mismo aseguraba en una entrevista que "En Madrid hay muchos pasadizos subterráneos. Uno que arranca de esta casa precisamente va a parar cerca del Manzanares donde termina en una gran habitación pintada en negro. Hay muchos por el estilo y no sería extraño encontrar alguna sinagoga, una casa, una mezquita. Yo he hablado con arquitectos..." Entre los amigos de este piantado que diría Cortázar, con los que compartía tertulia en el Café Varela, nombraremos -por citar a alguno y para no aburrir con innecesarias erudiciones- a Alejandro Sawa, cuya figura inspiró a Valle Inclán al crear su personaje Max Estrella. Él y toda aquella gente honraron repetidamente a aquel Madrid que, tal y como intuían, no tardó en desaparecer. No nos vamos a enrollar demasiado porque a estas alturas habremos provocado ya el aburrimiento de varios cráneos privilegiados.


Edgar Neville y Emilio Carrere.


    Pasan los años y aquí entra Edgar Neville. Conocedor de la obra de Carrere, tenía una fascinación muy especial con Madrid, sus secretos y sus alamares castizos y costumbristas; sus leyendas, sus tipos de Carabanchel o sus chulos, majos y manolos que pululaban alrededor de Las Ventas. Decidido a llevar al Cine la novela de Carrere, echó mano del mejor colaborador posible para convertirla en Guión: José Santugini, quien después colaboraría felizmente y mucho con Ladislao Vajda. Como resultado, Neville consigue plasmar en una cinta la amalgama engendrada por Carrere, retocada por Aragón y repasada por Santugini y por él mismo. Acerca de todo lo que se ha escrito sobre la posible influencia del expresionismo alemán en las escenas de los jorobados trogloditas, del manierismo y demás minuciosidades como el parecido del villano con el Doctor Mabuse o el malvado Rotwang, no decimos ni que sí ni que no, simplemente dejamos el asunto en manos de los expertos, que suelen hacerle una autopsia completa a las películas que consideran interesantes. Lo nuestro es contarlas y rogar para que no caigan en el olvido.
 
Edgar Neville, Barreyre, Pepe Martín y Encarnita Jimenez escuchan
 las explicaciones de Santugini.





    Antes de encender el proyector nos falta decir que la película se estrenó en noviembre de 1944. En los créditos iniciales se da cuenta de que la produjeron España films y Judez films, de que la fotografía la llevó Enrique Barreyre y que los decorados fueron cosa de Canet Cubel; no se nombra -más adelante le haremos justicia- a Pierre Schild. Dura 81 minutos y sus principales actores son Antonio Casal, Félix de Pomés y su hija Isabelita (¿porqué aquella manía de las Isabelitas, Amparitos, Lolitas, Manolitas y tantas actrices hechas y derechas, estupendas, con sus nombres infantilizados?) Sigamos: Está el malo interpretado por Guillermo Marín y están también las eternas colaboradoras de Neville: Las Julias, Lajos y Pachelo. Redondean el elenco Antonio Riquelme, José Franco y unos cuantos jorobados, reales o simulados. Todos ellos dirigidos por el genial Edgar Neville.

    Se apagan las luces. Comienza la sesión: 

    El protagonista es Basilio Beltrán, un joven enamorado de una artista de variedades (La Bella Medusa) que, como sucedía a veces, en su lote oferta venía incluida la mamá. Se espera de Basilio que las lleve a cenar opíparamente y que pague la cuenta; costumbre ésta horriblemente anti-feminista aunque muy extendida. Esta mamá tiene apetito de tiburón y Basilio debe recurrir a los juegos de azar para poder costear lo que engullen entre las dos.
 

Antonio Casal, Julia Lajos y Manolita Morán.

  
       Nuestro hombre acude a un salón de Juegos con su humilde capital y prueba a jugarse a la ruleta la única ficha que ha podido comprar. Es este el momento en que hace su aparición el espectro de Robinson de Mantua, saliendo de un espejo en el vestíbulo del casino....


Magnífico Félix de Pomés
 y unos efectos especiales sorprendentes.

    
    ...ha puesto sus ojos en Basilio y con el bastón le hace las indicaciones precisas para que gane un montón de dinero. Como es un espectro, se aparece a quien le da la gana, de modo que es Basilio el único que le ve. 





    



    
    Apostando siempre al número 3 que insistentemente le señala Robinson, Basilio gana una pasta gansa. Acompaña a su benefactor hasta su casa. Éste, antes de despedirse, le cuenta que fue asesinado, que hay una banda de jorobados que se ocultan en el subsuelo de Madrid, que a él le asesinaron rebanándole el cuello y que secuestraron a su amigo Zacarías. (Antonio Riquelme). A cambio de sus favores con la ruleta, quiere que Basilio proteja a su hija Inés (Isabel de Pomés) que corre peligro y que rescate a Zacarías. Para todo ello debe penetrar en la torre de los jorobados, dedicados a falsificar dinero y capitaneados por el Doctor Sabatino, (Guillermo Marín) una especie de Moriarti a la española. Para sí mismo, lo único que pide el Señor de Mantua es recuperar su Venus de Milo, efigie de la que está enamorado hasta los huesos. 





    Al encontrarse con tanto dinero en los bolsillos, Basilio vuelve a invitar a las dos damas, que otra vez comen y beben sin tino. Él bebe más que come y termina yéndose a la cama con las tripas revueltas. Cuando despierta, se le aparece de nuevo Robinson de Mantua. Esta vez le insta a que acuda a su casa y prevenga a su hija, porque teme que Sabatino la esté hipnotizando. 



    Durante la entrevista aparece allí también el espectro de Napoleón Bonaparte (un magnífico José Franco), convencido de que le han convocado durante una sesión de espiritismo. Aclarado el error se marcha excusándose: a todo el mundo le da por llamarlo y quizá ha sido en otra casa de las proximidades. Con exquisita elegancia se despiden el uno del otro.



     Basilio acude a la Plaza de la Paja, donde se las compone para tropezar con Inés de Mantua, a quien debe proteger. Ya en su domicilio, y tras desconcertar al portero y familia preguntando por Robinson de Mantua, consigue disipar el recelo de Inés. Ésta intentará -sugestionada por Sabatini- matar a Basilio con un puñal. Durante el rodaje de esa escena, Isabel de Pomés se hirió de verdad en una mano.


El portero y familia observan a Basilio subiendo a la vivienda
 de los Mantua. El cuadro nos recuerda el paso de Neville por Hollywood.

     Ambos encuentran accidentalmente un papel en el estudio con un mensaje críptico que no saben resolver. Quizá se trate de una pista para aclarar la muerte del padre de InésBasilio contacta con su amigo el comisario Martínez. Éste le facilita la traducción y le acompaña al lugar indicado por el mensaje.








   
    Acude junto a su amigo Martínez al lugar en que supuestamente se encuentra el escondite. Se introducen en la casa con la ayuda del sereno y encuentran un laberinto de túneles, estancias y paredes falsas. A estas alturas, Inés ya ha sido secuestrada por el malvado Sabatini y llevada hasta allí. Los dos amigos se separan en el laberíntico escondrijo de los jorobados, pero es Basilio quien termina encontrando el arranque de la famosa torre invertida que se hunde en el suelo 40 metros. 


Pierre Schild utilizó para este trucaje una técnica de su invención,
 insólita para la época. (Basilio comienza el descenso)


     Al llegar al fondo de la torre, descubrirá los manejos de los enanos falsificadores de billetes, que intentan trajinar a una Inés desvanecida. También encuentra a un Don Zacarías que desvaría en su encierro, pero él termina enfrentándose a Sabatino y rescatando a su amada. La acción, trepidante, termina con el villano destruyendo los cimientos de su imperio que se hunde para siempre en las sombras. 
    






                 

    Todo termina felizmente como era de esperar. La pareja se ha enamorado, ¡faltaría más!. Robinson de Mantua ve satisfecho la felicidad de su hija; ha liberado a su colaborador Zacarías, ha vencido a Sabatini, ha desbaratado la pandilla de malvados jorobados y...recupera su amada Venus de Milo; con ella en brazos da paso en la pantalla a la palabra FIN.  

 





    Si no conocían esta película, ya tienen Vds. una idea. No dejen de verla si pueden. Es una rara joya de nuestro Cine, insólita en su época y a la altura de películas tan dignas como las de Tod Browning. 

    NOTA.- Esta Entrada está dedicada in memoriam a Rafael Chirbes, cuyos acertados comentarios sobre el Cine Español nos han resultado en todo momento muy inspiradores. 



 

  

    

 

    

VIDA EN SOMBRAS: SEGUNDA PARTE.

 

       



           

            Tal y como se anticipaba en la anterior Entrada, esta lleva  la intención de repasar el film Vida en sombras del cineasta sabadellense Llorenç Llobet y Gràcia.

         Todas las conclusiones a las que se ha llegado, el hallazgo de referencias políticas en el modo de narrar, la importancia de citar a Pudovkin en pleno franquismo, los recursos cinematográficos empleados por el autor, con sus planos-secuencia, sus  mezclas de imágenes y siluetas en la pantalla, el significado que se oculta tras cada protagonista e incluso el cristocinematográfico mesianismo de la obra, defendido por algún teórico, quedan para los especialistas y los críticos de afilado bisturí, que no tienen nada que ver con las gentes que van al cine para después salir defraudados, o satisfechos o incluso conmovidos. Existe mucho material publicado, en la Red y en papel, pero valga de ejemplo el respetabilísimo trabajo de Jesús González Requena, Vida en Sombras, publicado en la Revista de Occidente (núm. 53, Octubre de 1985).  

            Basta ya de palabrería. Aquí vamos a repasar lo más destacado de esta historia, que es un poco la historia del cine, el relato de una época en la historia de España, una especie de biopic de su director y, en definitiva, una declaración de amor al Cine.




           Lo primero que llama la atención, si se fija uno en los créditos, es que en ellos se dan las gracias a varias Entidades culturales y empresas cinematográficas: Amigos del Cinema de Sabadell, Mercurio Films de Madrid, Metro Goldwyn Mayer de Barcelona y Universal Films, también de la Ciudad Condal. La declaración de que "sin ellas no hubiera sido posible realizar esta película" nos da cuenta de la escasez de recursos del amigo LLobet. Seguramente daba las gracias por el permiso para utilizar las numerosas secuencias ajenas utilizadas a lo largo de su película.    

 

Graciela Crespo y Félix de Pomés, padres del protagonista.


               Arranca el film con los padres del protagonista posando para ser retratados en un estudio fotográfico; escena que resultará a un tiempo el alfa y el omega de lo que pretende contarnos LLobet...A continuación marchan con otra pareja de amigos (Marta Flores y Miquel Graneri) a la feria, donde se pueden ver las atracciones propias de la época, comienzos del Siglo XX: un vodevil ejecutado al aire libre, un pajarito de la suerte que saca al azar, con su pico, un papelito con felices augurios para ella: "serás con él muy feliz, y de vuestro amor nacerá un hijo". En la caseta de tiro, en la que el marido prueba suerte, ganan como premio un zoótropo, "el juguete de moda en París" dice la encargada de la barraca. "el primer juguete para vuestro hijo" añade la amiga.


El juguete permitía ver animales y personas en movimiento
mediante unas tiras de papel colocadas en su interior.
 Acompañará al protagonista durante toda la película.


         Por supuesto es de noche; es bajo las estrellas cuando todas las ferias brillan con luz propia. Hay vendedores de cacahuetes, música de organillo y al fondo del plano general, lleno de casetas y gentes que vienen y van, gira una noria. Se nota claramente que es una maqueta, lo que añade encanto teatral a toda la secuencia, como un sueño.


Fernando Sancho, interpreta al vocero que anuncia su espectáculo.


         Atraídos por el animador de una barraca, deciden entrar en ella para ver la "fotografía en movimiento de los hermanos Lumière", espectáculo que promete emoción bajo un halo de misterio. Una vez acomodados en el interior, contemplarán la mezcla de magia y realidad contenida en una proyección cinematográfica: secuencias documentales de los Lumière y trucos fantásticos de Meliés. No van acompañadas de música pero sí explicadas por el mismo elemento que les invitó a entrar. Tras ello, cierra el espectáculo la actuación de un prestigitiador (Pedrito, Pedro Lazaga) Éste sacará un bebé de su chistera al tiempo que la madre del protagonista da a luz en el patio de butacas. Nace así Carlos Durán, protagonista de la historia. 





        Han pasado los años. El cine ya ha cambiado de estatus: vemos a Carlos, un niño ya crecido, con su amigo Luis de parecida edad, en una sala de cine. Están presenciando emocionados uno de los 21 capítulos de que constaba la serie La moneda rota (The black coin. 1915). En la pantalla aparece su protagonista, Rolleaux (Eddie Polo), repartiendo mamporros en su lucha contra los bandidos. Llobet, en su intento de mostrarnos la evolución del cine como espectáculo nos presenta la proyección, no ya con música de piano y un explicador, sino con una orquestina que rodea al típico pianista de cine. Se recrea el ambiente de aquellos primeros cines populares: la gente fuma, hace palmas en los obligados cortes para cambiar la bobina y se emociona con la acción de la pantalla hasta el punto de organizar una batalla campal en el patio de butacas. Las bofetadas desaparecen como por arte de magia cuando da comienzo la siguiente proyección: un corto de Charlot. Todo el mundo ocupará de nuevo su butaca como si nada hubiese ocurrido.
 







             Cuando Carlos regresa a casa le vemos retirar, de los carteles de fútbol que adornan la pared de su escritorio, el que ocupaba el lugar central: Pone en su lugar un collage de Chaplin hecho por él mismo. "La Guerra Europea ha terminado", anuncia el padre al regresar a casa periódico en mano. Lee en voz alta algunos detalles del armisticio. Estamos pues a finales de 1918.


Carlos niño, interpretado por Valero.


       Carlos y la fotografía: Su rudimentaria cámara le acompaña en las excursiones campestres con su amigo Luis. En una de sus salidas  confía a éste que su padre le ha prometido una "Paté Babi" como premio si no le dan calabazas a fin de curso. Luis pregunta: "¿rodaremos una película?". "¡Pues claro!". Les vemos poco después en pleno rodaje casero. Carlos sigue siendo el retrato infantil del propio Llorenç LLobet.
  
 
Carlos actúa mientras Luis (Juanito López) le filma.

    
        Siguen pasando los años. Una breve pero elocuente secuencia nos descubre el año -1929- y a Carlos, ya adulto, filmando. Está haciendo su propio reportaje de la Exposición Internacional de Barcelona, celebrada ese mismo año. Diversas secuencias -que se entienden rodadas por él- nos muestran los monumentos construidos para la ocasión, fuentes, banderas de los países visitantes y demás imágenes de la ciudad anfitriona. Recordemos que Llobet, en su etapa de cineasta amateur, presentó a concurso un corto sobre dicha Exposición.
 

  


                 
         El documental de Carlos, justamente destacado por la prensa, llama la atención de un productor cinematográfico: se trata de la misma persona que regentaba la barraca de feria en que nació él mismo. Ha progresado, ha alcanzado una mejor posición al igual que el Cine. Contrata a Carlos como camarógrafo y vemos a éste filmando todo tipo de eventos: certámenes deportivos, incendios, inundaciones..etc. Además, escribe textos y pronuncia conferencias, siempre sobre el Cine. Todavía está convencido -según confía a un Luis ya adulto y actor teatral en ciernes-  de que es innecesario incorporar el sonido al cine. Con todo, confía a su jefe que le gusta su trabajo, pero que ambiciona dirigir.
 




        La película sigue contándonos la evolución personal del protagonista, la creciente importancia del séptimo arte y el invariable paso del tiempo. Brevemente, tres secuencias encadenadas vuelven a situarnos históricamente, narrando el tránsito político e ideológico en España :







          Carlos conoce -en realidad, reconoce- a Ana en un kiosco de prensa. El hielo se rompe porque ambos quieren el último número de Films Selectos y al vendedor sólo le queda uno. Carlos -que lo tenía reservado- se lo ofrece a Ana. ¡Claro que se conocían! eran, junto con Luis, amigos de la infancia. Esta escena -según relata la viuda de LLobet en el documental de Ferrán Alberich- está rodada en el mismo kiosco y bajo las mismas circunstancias que propiciaron el emparejamiento y posterior boda de LLobet y su esposa. En los créditos iniciales el cineasta quiso dar las gracias al kiosquero, Tomás G.Larraya. Mientras se rueda la escena, un grupo de curiosos la contemplan desde la acera contraria.


Mª Dolores Pradera y Fernán Gómez, eran recién casados en la vida real. Según contó éste último, los problemas económicos ya eran una realidad durante el rodaje: no
 podían pagar su hotel en Barcelona y les faltaba dinero para todo. Como respuesta a sus demandas ante la Producción, recibieron un sobre con 25 pesetas.


 
          Carlos y Ana se atraen poderosamente y se hacen novios -prometidos- con la intención de casarse lo más pronto posible. Había parejas que tardaban años en poder casarse por carecer de vivienda, o de medios, o de ambas cosas; Pero Carlos está bien situado como reportero gráfico y la boda no se hará esperar.







         Durante su noviazgo, salen de excursión al campo, van a la feria o acuden a una sesión nocturna de cine; esto último con la madre de ella. La sala es ya un Salón o Palacio típicos de la época de oro del Cine: muchos barceloneses advertirán que se trata del monumental Coliseum. La película: Romeo y Julieta, versión de George Cukor de 1936, aunque la aclaración "según la obra inmortal de Guillermo Shakespeare" en los créditos iniciales, no parece cosa de los tiempos republicanos sino más bien de la manía de españolizar del primer franquismo. Lo pasamos por alto. Pero sí nos fijamos en que la cámara va de los protagonistas que presencian la proyección a las troneras situadas tras ellos, al fondo de la sala, por las que sale el potente chorro de luz del proyector. Se besan cuando en la pantalla aparece la apalabra FIN.
            Tras la boda, celebrada en Montserrat, se van de viaje de novios, probablemente a Mallorca, que ya por entonces era el destino más exótico al alcance de la mayoría. Carlos filma todas estas vivencias.  

                         


           Son un matrimonio feliz. Ya instalados en su hogar, continúan haciendo excursiones. En una de ellas, un picnic en la playa, Ana revela a su marido que está embarazada. Él hace las tonterías que, en general, vemos hacer a los recién casados al enterarse del nuevo estado de sus esposas. Ya en casa y después de cenar, escuchan en la radio los preparativos para la Olimpiada Popular que había de celebrarse en Barcelona y que Carlos pensaba cubrir como periodista cinematográfico. (Recordamos a los lectores que la citada Olimpiada Popular no se pudo celebrar porque estaba previsto que comenzase el 19 de Julio de 1936). Se enteran también, por el siguiente bloque informativo, de que las tropas se han sublevado en Marruecos, lo que ha provocado que UGT y CNT declaren la huelga general y comiencen a armarse en defensa de la República. Antes de que Carlos apague el aparato, el locutor anuncia en lengua catalana, que el President de la Generalitat va a dirigirse a los oyentes .




            Ana se va a descansar, no sin antes encomendarse a la Virgen de Montserrat: una pequeña imagen de La Moreneta preside el comedor. La cámara acompaña a Ana hasta el dormitorio mientras la música de fondo sugiere el cántico popular: "Rosa de abril, Morena de la Serra.." Suena el teléfono mientras se escuchan en la lejanía ráfagas de ametralladora. Es el jefe de Carlos encomendándole un reportaje sobre lo que acontece en la calle. La cámara se detiene largamente en el reloj de pared: Primero en la esfera: son las once y veinticinco de la noche. Después desciende para mostrar el inexorable balanceo del péndulo. Subirá de nuevo, en la misma secuencia para mostrar el tiempo que ha pasado: ahora marca las seis y veinticinco de la mañana. Carlos se levanta, se viste y marcha precipitadamente a la calle cámara en mano. Ana le despide atemorizada y a continuación enciende dos sencillos candelabros que jalonan la imagen de la Virgen. 


        





       Nuestro hombre filma, agazapado para evitar ser alcanzado por el fuego cruzado. Procura registrar todo cuanto acontece. Parapetado tras un rollo de papel y unas balas de paja, filma un enfrentamiento callejero que termina con muertos en ambos bandos. Minuciosamente, su cámara se detiene en cada detalle: los cadáveres, las armas abandonadas, el parapeto de sacos terreros....Pone fin a su filmación enfocando a un gran rollo de papel que rueda calle abajo y al que previamente ha impulsado con una patada. No aparece superviviente alguno de la refriega. 
         De allí marcha al despacho de su jefe, el productor, y no lo encuentra. Deja sobre la mesa las cajas de película que ha impresionado y le telefonea para pedirle más película con la que seguir rodando. Aquel le indica de dónde cogerla y se dispone a regresar a las calles. Antes, telefonea también a su casa; la falta de respuesta llena su mente de negros presagios. La música resalta con dramatismo el momento. Corre a casa y encuentra a su esposa en el suelo, muerta. En el aparador se ven los impactos de una ráfaga. Una de las balas ha terminado con la vida de Ana. Vemos como la cabeza de la imagen de la Virgen, dañada también por los impactos, pierde el equilibrio que la mantenía en su sitio y cae a un lado.








                Y comienza la Guerra Civil. Unas secuencias encadenadas van a narrarnos lo que sucede en el País y en la persona de Carlos. Primero, breves escenas bélicas de documental. A continuación el periplo de Carlos para pasarse al bando nacional, narrado mediante unas piernas que caminan sin descanso: tras ellas se sucede una serie de señales de carretera con nombres de poblaciones y flechas indicativas: Deja atrás Barcelona y va pasando por Portbou y Hendaya para entrar finalmente en San Sebastián. Nuevamente unas breves imágenes, también documentales, insinúan lo que hace Carlos en la Contienda: vemos en el cielo una escuadrilla de cinco cazas biplanos efectuando un looping.




        Los siguientes planos, muy breves, con el protagonista vestido de uniforme y una elocuente conversación, se nos cuenta que Carlos es sargento del Arma de Aviación, que al parecer ha descendido de un avión desde el cual hace labores de fotógrafo, y que acude a presentarse a su comandante. Ha pedido ser trasladado al Arma de Infantería y ante las objeciones de su superior, le confiesa que lo hace porque la fotografía le alejó de su mujer con trágicas consecuencias. Siguen más escenas bélicas documentales, en las que los cañonazos se mezclan con la música propia de las escenas de acción. Un rápido cambio de plano se detiene sobre la tumba de Ana, que se mantendrá en pantalla mientras el ingenio de García Lehoz apacigua el discurso musical, insinúa algunos compases del himno nacional y se diluye finalmente con una corneta tocando la orden de "alto el fuego". La Guerra ha terminado. También para Carlos: la sombra de una cruz se proyecta sobre la lápida y vemos después a éste depositando unas flores. 

  


        
                    Tiempo de paz. Carlos, ya desmovilizado, deambula por Madrid. En la barra de un bar, antes de beber la cerveza que ha ordenado, escucha a dos parroquianos hablando de Cine. Uno de ellos sostiene que al final, las películas se harán todas en color y que ese cambio es tan lógico como lo fuera antes el paso al cine sonoro. Estas palabras sientan tan mal al cineasta, que se marcha dejando sin tocar su consumición. Y sigue deambulando, meditabundo. Se cruza con una fila de hombres-anuncio llevando todos el mismo cartel de cine: El escándalo. De este modo, Llobet nos informa de que estamos en 1943 y de que la gente acude a los cines en disciplinada formación para ver casi únicamente películas de producción nacional: bélicas o de contenido moral y religioso.

 



                Nuestro errabundo protagonista sigue caminando para pasar por una limpia callejuela en la que no uno, sino dos barrenderos amontonan con sus escobones unos escasos montículos de basura. Su siguiente parada es más penosa: va a dar con una sala de Cine. En la fachada, los típicos cromos muestran escenas de la película anunciada: Romeo y Julieta. Los ojos de Carlos los recorren uno a uno para detenerse ante la imagen de Olivia de Havilland y Leslie Howard. Inevitablemente evoca aquella misma sesión de cine en la que besó a Ana por vez primera. 

 






 

                 Terminado el paseo, regresa a su domicilio. Se trata de una casa de huéspedes en la que dispone de una amplia alcoba. No sabemos a qué se dedica o si tiene alguna profesión, pero el  mobiliario y ornato de la casa son mucho más opulentos que los de su ya olvidado hogar conyugal. 
        La pensión está regentada por una anciana señora (María Severini) y su -llamativa pero discreta- hija Clara (Isabel de Pomés). No falta, lógicamente, una doncella, interpretada por la simpática Mary Santpere. Las tres hembras cuidan de Carlos con delicadeza, lo miman. Él se deja querer y deambula por el piso como alma en pena, enfundado en un elegante batín; cada vez se parece más a"Maxim", el Sr. de Winter. Aparece de visita Luis (Alfonso Estela), el amigo de la infancia, convertido ya en un profesional de la escena. En vano trata de motivar al doliente viudo para que reanude su actividad.



        







Luis, la sirvienta y Clara. Todos parecen confabulados para sacar a Carlos de su obstinada reclusión interior.

              Finalmente, algo va a cambiar las cosas. Como quiera que la pensión está casualmente situada en la Gran Vía de les Corts Catalanes, tiene justo enfrente el Cine Coliseum. Carlos se asoma al balcón atraído por el centelleo de las muchas luces que decoran su fachada, y el rótulo del film que se proyecta: Rebeca. Se trata de una maqueta pero está muy bien hecha. Entre Luis y Clara le convencerán de que se una a ellos para ver la película. El visionado de las numerosas secuencias de la cinta conmueve poderosamente a Carlos, sobre todo la escena en la que Maxim y Rebeca están viendo, entre risas, las tomas caseras que filmaron durante su viaje de novios. 


"...Anoche soñé que volvía a Manderley"


         Regresa muy nervioso a casa, se encierra en su habitación, monta proyector y pantalla y se pone a revisar sus filmaciones caseras en las que aparece con Ana. Descubre así que el cine permite el milagro de recuperar, aunque sea mediante un breve y milagroso espejismo, a nuestros seres queridos. Que el cine no sólo registra para el futuro imágenes planas, sino que es en sí mismo un templo en el que dar rienda suelta a la nostalgia recordando a los que nos dejaron.





        Por si le queda alguna duda, la fotografía enmarcada de Ana que preside en todo momento su habitación, le transmite su anuencia, su beneplácito: le anima, sonriente, a que continúe su vida haciendo lo que más le gusta.






        De este modo Carlos vuelve al mundo del Cine con gran regocijo de todos, en especial de su jefe, el productor que siempre ha creído en su valía. Hay un momento de zozobra, cuando se le espera en los Estudios para un rodaje y no aparece. Desde allí telefonean a la pensión y Clara le busca sin éxito en la casa, pero intuyendo dónde podría encontrarle sale en su busca. Es el aniversario de la muerte de Ana y Carlos ha ido a llevar unas flores a su tumba. El homenaje de ambos a la fallecida, mediante ese acto tan sencillo y emotivo, proporciona a Carlos también la autorización para reanudar su vida amorosa.




        Pasa algo más de tiempo y ya en los Estudios, la vida, el Arte, continúan. La secuencia que Carlos está dirigiendo resulta ser el Omega que coincide con el Alfa del comienzo de la película...una pareja que se hace retratar por un fotógrafo...





        Esta mezcla de surrealismo, ficción y realidad histórica termina aquí. Confiamos en haber desentrañado algunas incógnitas y  haber espantado los fantasmas de supuesto malditismo o persecución por parte de una Censura que, a nuestro entender, no podía estar más satisfecha. Es comprensible que la singularidad, la genialidad, lo novedoso, no consigan siempre el merecido reconocimiento. 
        Desde aquí pedimos un fuerte aplauso para todas las personas mencionadas en esta Entrada y en la precedente, cuyos esfuerzos han permitido que Vida en sombras perviva ya para siempre.




P.S.- Desconocemos si el bueno de Llobet llegó a conocer la polémica que trajo consigo su admirada película Rebeca. Y por si algún lector está en el mismo caso, vamos a contarlo sucintamente. En 1934 Carolina Nabuco una escritora brasileña hija en una familia dedicada a las letras, publica una  novela que titula "La Heredera". Busca editores en lengua inglesa sin éxito hasta que uno de ellos, precisamente el mismo que se ocupaba de las mediocres obras de Dafne du Maurier, pasa a ésta el manuscrito de "La heredera", por si su lectura pudiese resultarle inspiradora. El resultado fue que en 1938 la mencionada du Maurier publica su novela Rebeca y no tardan en producirse la fama de la obra y las acusaciones de plagio vertidas desde diversas fuentes. El primero fue un afamado crítico brasileño, y hasta el propio New York Times especuló duramente desde sus páginas sobre el exagerado parecido entre ambas novelas. Carlolina Nabuco nunca quiso pleitear porque consideraba suficiente compensación la enorme propaganda obtenida por todo el asunto.
    En 1940, un año más tarde, el cineasta Alfred Hitchcock ve catapultada su fama en los Estados Unidos de Norteamérica gracias a su primera película en aquel País: Rebeca. Se llevó dos Oscars y fue el glorioso retiro de David O Selznick con este film y con Lo que el viento se llevó. Cuando la cinta llegó a Brasil para su exhibición, la poderosa United Artist ofreció a Carolina Nabuco una generosa suma de dinero por negar públicamente cualquier parecido entre ambas obras.